14 de Junio de 2014
«Los que vengan detrás, que arreen», habría dicho Martin Kaymer si en lugar de nacer en Düsseldorf lo hubiera hecho en la meseta castellana, pero el tópico es igual de aplicable en este US Open que está a muy poco de saltar por los aires gracias a la impresionante eficacia del alemán.
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Decía Jim Furyk que daba igual no pasar el corte por un golpe o por cuarenta, una afirmación con la que seguramente no esté de acuerdo Hunter Mahan. Una penalización de dos golpes por jugar una bola equivocada ha sacado del corte del torneo al estadounidense.
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Confieso que anoche estuve más atento al continente que al contenido. Los mejores jugadores del planeta compitiendo, pegando golpazos y enchufando “puros” (y también alguna que otra “escapada”…), y yo atento al campo, a esa maravilla que es el “nuevo” viejo Pinehurst Nº 2. Veía un recorrido más propio de Ouimet que de Kaymer, un escenario de principios de siglo pasado con actores de hoy en día. Y, francamente, me ha encantado la combinación.
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Parte del ritual de la USGA a la hora de organizar un US Open consiste en elegir un campo exigente y prepararlo para que esté en las condiciones más complicadas para llevar a los jugadores al límite físico y mental, pero también hay otro tipo de iniciativas que completan la rutina que rodea el segundo major del año. Entre ellas, la elección de los jugadores que formarán cada grupo en las primeras rondas del torneo.
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• Antes de meternos de lleno a analizar la vuelta de Kaymer, permítannos presumir de compatriota. El +1 de Pablo Larrazábal le sitúa como mejor español tras la primera jornada del US Open. En su primera participación en este torneo, llegó a acumular 14 hoyos sin bogeys. Es la mejor racha sin fallos de un debutante desde que Esteban Toledo acumulara 15 en la edición de 1999.
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«El campo estaba jugable», decía Martin Kaymer con la boca pequeña al finalizar su impecable primera vuelta en el US Open, como temiendo que el cielo se desplomara sobre su cabeza en forma de temible venganza de la USGA, dueña y señora de los designios del campo de Carolina del Norte. Pero más que temor había prudencia y una buena dosis de realismo en un jugador que, en los días previos, había anunciado que no le extrañaría que el resultado ganador rondase los ocho golpes sobre par.
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