Este sitio emplea cookies de Google para analizar el tráfico. Google recibe información sobre tu uso de este sitio web. Si utilizas este sitio web, se sobreentiende que aceptas el uso de cookies.

Blog

Tres días en Tenerife (II)

Enrique Soto | 25 de mayo de 2012

El Abama Golf & Spa Resort en todo su esplendor (Foto de Borja Nieto)

(Viene de la Primera Parte)

La primera noche en Tenerife, en el hotel Vincci Buenavista, la pasamos sin dormir. No tanto por acostarnos tarde y explorar la noche canaria sino por el madrugón que nos iba a costar jugar al día siguiente dos campos de golf. Como siempre, el viaje en guagua iba a servir para asentar algunos pensamientos. Por la ventanilla vimos cómo partir del océano al interior de la isla lleva su tiempo, concretamente el necesario como para atravesar decenas de curvas, subir cientos de metros de altura por carreteras estrechas y plantearse si un desayuno fuerte era la mejor opción. Como para resistirse estaba el del hotel.

Lo que partía de jugar dieciocho hoyos en Abama Golf se redujo a nueve, y más tarde se vio aún más reducido: jugar por parejas. La hora apremiaba y nosotros no estábamos allí para descansar. Habíamos ido para jugar al golf y afrontar el estado de nuestro juego en el menor tiempo posible, en un horario calculado al milímetro, y por ello llegamos a Abama después de avistarla desde las alturas. Estar pegado al océano y en apenas media hora contemplarlo desde la profundidad de las montañas (el Teide mide 3718 metros) es una sensación extraña, tanto como volver a estar a pie de playa en el mismo tiempo al otro lado de la isla.

Abama Golf es un diseño de Dave Thomas, que entre otros proyectos ha diseñado el PGA National en The Belfry, la sede de la PGA Británica, y si quieres disfrutarlo no debes jugarlo andando. Algunos jugadores se echarán las manos a la cabeza, alarmados y sorprendidos, hasta que vean que sus 315 metros de desnivel esconden recompensa: el recorrido no para de ofrecerte opciones. Es una máxima en todos los recorridos que jugamos en Tenerife: los hoyos parecen hablarte. “Puedes pegar el driver a green, si te atreves, y enfrentarte a los doscientos bunkers y el barranco que lo protegen, o pegar ese hierro largo en tu bolsa a mitad de calle”. El desnivel de altura hace que esas opciones se multipliquen y de paso, te muestra la isla de La Gomera y El Hierro.

Supongo que a muchos jugadores les pasará lo mismo: jugar en buggy me deja con ganas de más, hasta que no alcanzo la extenuación física y mental me cuesta dejar de jugar al golf. Hay días que llega en el hoyo 7, después de cumplir ya el par del campo, y otros en los que jugaría mientras hubiera luz. Por eso es de agradecer que Abama apueste durante este verano por el llamado “golf ilimitado”, cuando el campo no está plagado de reservas. Jugar los hoyos que te vengan en gana es, en muchos casos, un privilegio y en estas instalaciones supone toda una oportunidad.

Recorrimos la costa para llegar a nuestro siguiente destino, donde sí jugaríamos dieciocho hoyos. Si Abama nos había dejado la impresión de ser una ciudad dedicada al golf, el siguiente campo nos iba a enseñar qué supone ser una isla en sí mismo. Desde el momento en que pisamos Golf Las Américas tuvimos la impresión de entrar en una zona reservada, en la que los golfistas se mueven como peces en el agua sin ningún tipo de dificultad. Del hotel Las Madrigueras caminando al tee del uno, con la bolsa lista para pegar el primer golpe y un nuevo campo que se abría ante nosotros.

Tres días en Tenerife (II)-2

La casa club de Golf Las Américas, de un cuidado intensivo (Foto de Borja Nieto)

El mérito que entraña este recorrido no se fundamenta en unas instalaciones desproporcionadas, sino en algo mucho más difícil de conseguir: el cuidado absoluto de todos los detalles. Si lo que uno busca en Tenerife o en cualquier otro destino es jugar al golf no va a encontrar un sitio donde se lo pongan tan fácil. Acostumbramos a ver en los torneos profesionales campos en perfecto estado de revista, donde una simple pisada en un bunker es motivo de escándalo; sin embargo a nivel amateur el listón baja considerablemente y, por desgracia, la mediocridad en el cuidado es una norma que abunda. Si Abama era un palacio construido en una isla, Golf Las Américas son los Jardines de Versalles.

Incluso el diseño del recorrido refuerza esta idea. Calles estrechas, greenes pequeños y movidos y la cuestión que se repetía a lo largo de cada campo tinerfeño: «¿Pego el driver en este par 4 corto?” Empezaba a pensar que la falta de espacio (se trata, al fin y al cabo, de una isla) era un aliciente para que el diseño fuera divertido y nada monótono. Era la primera vez que jugaba allí y, si volviera, me gustaría hacerlo de una forma distinta. En un momento en el que construir campos mastodónticos es una práctica más que habitual, encontrarse de bruces con un recorrido de estas características es capaz de dejarte en fuera de juego; es el golf como estrategia y no como una bonita cancha de prácticas.

Una vez finalizado el día supongo que alguien nos arrastraría al hotel Jardín Tropical, la memoria me falla cuando el cansancio es palpable. Lo que sí recuerdo es decirle durante la jornada a Carlos Palomo, compañero de este medio: “Me podría acostumbrar a esto”. Y él, mucho más realista y sensato que yo, me contestó: “Es mejor que no lo hagamos”. Al fin y al cabo nuestras realidades eran completamente distintas al día que acabábamos de vivir, pero el recuerdo se mantiene a lo largo del tiempo casi intacto. Jorge Bultó me decía el día anterior que no sabía si podría vivir en una isla y yo, en medio de todo aquello, despejé muchas de mis dudas.

Deja un comentario

Si estás registrado, la publicación de tus comentarios será instantánea. Asegúrate de escribir correctamente tanto tu nombre de usuario como la dirección de correo electrónico que incluiste durante el registro.
Si no estás registrado, tus comentarios quedarán pendientes de moderación. Regístrate aquí.

Comentario: