El propósito de los Blogolftrip está perfectamente definido en su página web: descubrir y dar a conocer destinos de golf a través de redes sociales. Con este objetivo en mente, unos pocos afortunados nos vimos sumidos en la primera aventura de este proyecto, con destino a la isla de Tenerife. La duración era corta y las cosas por hacer, muchas: tres días y cuatro campos de golf. Con el espíritu de aquellos que verdaderamente disfrutan de este deporte, nos embarcamos en una aventura que nos iba a dejar más cansados de lo que esperábamos.
Después de trazar el plan, disponer el equipo e iniciar un viaje, interviene y se hace cargo un nuevo factor que a menudo olvidamos. Cada viaje, exploración, o safari es una entidad, diferente de todas las demás aventuras que se han vivido antes. Tiene personalidad, temperamento, individualidad y un carácter único. Nosotros aterrizamos en Canarias con una idea en la cabeza que, inevitablemente, terminaría destrozada por lo que vimos y vivimos.
Al poco tiempo de coger una guagua camino de Buenavista Golf, Jorge Bultó, compañero de fatigas, me comentaba: “No sé si sería capaz de vivir aquí, en una isla”. Inevitablemente es algo que todos pensamos al hacer turismo. Visitamos puntos determinados del mapa que nos pueden gustar en mayor o menor medida, pero nos guardamos una sensación global, un pensamiento que recoja todo lo acumulado a lo largo de los días de visita. Y en la mayoría de ocasiones le damos menos importancia de la debida a la pregunta que me planteaba Jorge. “¿Sería capaz de vivir en Tenerife?” La respuesta iba a cobrar forma tan sólo unas horas después.
Buenavista Golf es un campo diseñado por Severiano Ballesteros. No se trata de un dato irrelevante, la personalidad de nuestro jugador más importante era fuerte y robusta como su mentalidad en el campo. Seis pares tres, seis pares cuatro y seis pares cinco son a menudo su firma allí donde colaborara, y os aseguro que el campo, cuanto menos, es distinto al resto. Seve diseñó Buenavista calculando la dirección y la fuerza en la que soplaba el viento y en el Blogolftrip jugamos pares 5 pegando driver y hierro 9, seguidos de pares 4 en los que apenas conseguíamos alcanzar el green. ¿Arriesgado? No creo que haya otras opciones que lo sean más. ¿Divertido? No os lo podéis imaginar.
Hablo de Tenerife y de Buenavista del mismo modo porque no era sencillo diferenciar uno del otro. Si tengo el océano Atlántico pegado a cada uno de los hoyos, hasta el punto de no saber si alcanzaré a llevar mi bola hasta el agua, ¿en qué me debería fijar más? Las vistas eran capaces de distraernos y sacarnos del partido constantemente, incluso a menos de cincuenta metros para llegar al green. Si echabas la vista al polo opuesto se podían ver montañas moldeadas por un volcán, barrancos que caían en picado hasta chocar contra las olas, hectáreas de plataneras dibujando la línea de la costa. En un intento constante de recordarnos dónde estábamos, el campo de golf se fundía con la isla: calles estrechas, greenes pequeños en perfecto estado, un viento fuerte influenciando el vuelo de la bola y todo un océano por delante.
Un viaje es una persona en sí; no hay dos iguales; y los planes, los prejuicios, el control y la coerción resultan todos infructuosos. Después de jugar dieciocho hoyos en aquel campo y arrastrar nuestros cansados músculos al hotel Vincci Buenavista la respuesta a aquel “¿Sería capaz de vivir aquí?” se me antojaba más compleja. La isla ya no me agobiaba del mismo modo que desde el avión, algo había cambiado. Acababa de comprender una máxima que me acompañaría hasta el domingo, cuando volviéramos a Madrid. No somos nosotros los que hacemos el viaje, sino el viaje el que nos hace a nosotros.
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