La elección de Darren Clarke como capitán europeo de la Ryder Cup de 2016 y la segunda oportunidad que la PGA of America (o su comité de sabios) parece que va a concederle a Davis Love III, principal damnificado del Milagro de Medinah, propiciará el enfrentamiento de dos jugadores carismáticos que sienten un gran respeto mutuo y llevan siendo amigos desde hace años.
Hay que remontarse a la Ryder de Valhalla para encontrar las últimas tensiones entre capitanes (entre el volcánico Azinger y el fallido Faldo), y después de aquello hemos tenido la suerte de vivir tres ediciones en las que ha primado la deportividad y el saber estar, sobre todo entre los responsables de los equipos. Independientemente de los resultados cosechados, Pavin, Montgomerie, Love III, Olazábal, Watson y McGinley han sido un ejemplo de contención y buenas maneras, y si nos tenemos que guiar por los antecedentes podemos asegurar que la Ryder de 2016 seguirá esta línea… aunque se espera que el bullicioso público estadounidense lo dé todo en Minessotta.
Love III y Clarke son fieros competidores, pero saben tienen claro qué líneas no hay que franquear y, en caso de duda, prefieren pecar de prudentes. Y no hay más que recordar un par de detalles de hace once años ya en las que quedó patente esta circunstancia.
En el cruce de semifinales del Accenture Match Play Championship de 2004, en el campo californiano de a Costa, Davis Love III empató el partido en el último hoyo y forzó la prolongación, pero los greens estaban tan pisoteados que Love decidió conceder un putt importante en el hoyo 20 para evitar que el partido acabara por un golpe fallado injustamente. Love III se haría con el partido en el siguiente compromiso.
Ambos jugadores volvieron a verse las caras en los individuales de la Ryder Cup de ese año en Oakland Hills, y el partido llegó, de nuevo, igualado al hoyo 18 después de que el estadounidense dominase durante dos tercios del partido. Clarke igualaba el marcador con un gran birdie en el 17 y Love fallaba su salida en el par 5 del 18 y se iba al rough en una situación delicada, cerca de un aspersor. Love podía haber ampliado su stance para forzar un dropaje, pero decidió jugar la bola como estaba porque consideraba que se habría aprovechado del espíritu de la ley al colocarse para ejecutar un golpe abierto que, desde su punto de vista, no hubiera jugado en circunstancias normales. Posteriormente, y ya en green, Clarke fallaba un putt de dos metros y le devolvía el gesto a Love III al concederle el último y comprometido putt para empatar el partido. En aquella edición, Europa, con el gran capitán Bernhard Langer al mando, destruyó a Estados Unidos por 18,5 a 9,5
Son dos gestos aislados, dos pinceladas que se remontan a la década pasada, pero que seguramente tengan su refrendo y continuación cuando la bola eche a rodar en el Hazeltine National Golf Club el año que viene.
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