Se terminaron los ensayos. Lydia Ko, jugadora del LPGA Tour con plenos derechos, debuta esta semana como profesional en el CME Group Titleholders, último torneo de la temporada del circuito americano y el mayor dotado económicamente (700.000 dólares para la ganadora). Hasta ahora, han sido dos victorias para la neozelandesa en América (Canadian Women’s Open de 2012 y 2013) y otra en su país natal (New Zealand Women’s Open 2013) como amateur, alejada de la presión que significa ganarse la vida con su swing y expuesta a solo ciertas pruebas del calendario; nunca más de dos seguidas. La niña que un día quiso acudir a la Universidad de Stanford, con dieciséis primaveras, sale sola al escenario para interpretar la misma melodía que maravilló al mundo.
Sonriente, algo despistada tras extraviar su móvil en las instalaciones del Tiburon Golf Club (Naples, Florida) y acompañada por su madre, Tina, acudió a la rueda de prensa más larga de su vida para responder a diferentes cuestiones. “Como rookie, el próximo año, creo que aprenderé muchas cosas”, declaró a los periodistas. “Ser amateur o profesional es totalmente distinto y tendré que aprender mucho. Este año solo he llegado a jugar dos torneos seguidos, por lo que será difícil jugar tres o cuatro. Necesito jugar bien, pero aprender y coger experiencia es más importante”.
La madurez en sus palabras no tiene sentido cuando se echa un vistazo a su pasaporte, ni siquiera cuando se la ha visto levantar un trofeo tras otro durante los últimos años. “Es una chica muy feliz”, comentó esta semana Danielle Kang, una de sus mejores amigas en el circuito. “Muy madura para su edad. Lo demuestra con su juego. Lo hace sin preocuparse, pasándolo bien. Yo creo que perdí eso cuando me hice profesional”. Y es precisamente lo que tendrá que demostrar ella ahora. Que a pesar de estar compitiendo por cifras que cambiarían la vida de cualquier persona, es capaz de afrontar cada hoyo con la naturalidad de quien acude cada mañana al trabajo.
La presión familiar, en su caso, es prácticamente inexistente. Tina ha cuidado mucho de que su hija no se exponga a los frutos de su rendimiento en los campos, es decir, el dinero, los patrocinios y, sobre todo, los halagos. En vez de hacerle olvidar por lo que estaba compitiendo, le dijo que le daría cinco dólares por cada birdie que consiguiera en los once campeonatos que ha jugado en el LPGA Tour en 2013, y los resultados hablan por sí solos: no ha fallado un solo corte, ha ganado su segundo torneo y ha sumado otros cinco top 10, incluyendo un segundo puesto en el último grande del año, el Evian Championship. La niña, ahora jugadora profesional, es la número cinco del mundo.
Los niños prodigio, que hemos llamado en ocasiones, cuentan con múltiples peligros una vez llegan al estrellato. Véase, por ejemplo, a Rory McIlroy, que ha visitado más despachos de abogados en los últimos meses que a los que quiere acudir el resto de su vida; número uno por talento venido a menos en un largo y doloroso aprendizaje. “Mis padres me dicen que no me concentre en el dinero, la representación, los patrocinios y todas esas cosas”, dijo Ko. Pero en algún momento deberá hacerlo, y cuando su juego no responda a las expectativas veremos de verdad de qué pasta está hecha esta joven. “Si no se rinde, va a jugar muy bien”, declaró Inbee Park, número uno del mundo y la ganadora más joven de la historia de un US Open (diecinueve años). “Si consigue sobreponerse a los malos momentos, tendrá una gran carrera”.
Es la historia que abre su primera página esta semana. La de una chica con un talento desproporcionado a su físico y realidad, expuesta a todas las dificultades de la vida de un deportista. Dieciséis años. Solo ella podrá hacer que termine con un final feliz o como un relato doloroso.
Deja un comentario