Cuando uno lleva un par de noches en Galicia y le dicen que va a jugar al golf en una isla pone una expresión, cuanto menos, contrariada. Supongo que no es lo que uno se espera, pero es justo lo que hicimos después de abandonar Mondariz, pusimos rumbo a La Toja. Situada al poniente de la villa de El Grove y unida tan solo por un puente decimonónico a la península, hay una extensión de tan solo 110 hectáreas. Y sí, allí cabe perfectamente un campo de golf.
No hay palabras que le hagan justicia al Club de Golf La Toja, ni siquiera imágenes. Uno tiene que visitarlo y ver cómo se ha incrustado un recorrido a las puertas del océano, una suerte de mirador desde donde se pueden pegar bolas al Atlántico. Y cuesta, cuesta mucho concentrarse en el recorrido cuando uno se da cuenta de dónde está y de lo que ha ido a hacer allí. Supongo que pasará lo mismo en Pebble Beach, Royal County Down o Cypress Point: la apabullante presencia del agua a lo largo de sus hoyos distrae continuamente al jugador, obligándole a pasar más tiempo mirando a todos lados menos a donde se encuentra la calle. No es por tanto, muy raro, empezar con un gran número en la tarjeta.
A pesar de no contar con una gran extensión de terreno para su construcción, Ramón Espinosa supo sacarle el máximo partido para levantar nueve hoyos espléndidos; una mezcla entre inteligencia y brillantez. Las calles son estrechas y están rodeadas de árboles en algunos tramos; en otros, solo queda el océano. A pesar de la dificultad que implicaba un proyecto como este, todo tiene sentido: no sobra un solo bunker, los pianos de los greenes son capaces de transformar sus nueve pruebas en dieciocho y hay tees de salida suficientes para disfrutar de este campo dos veces, que es lo que buscará cualquier aficionado. Nunca un terreno se aprovechó de forma tan eficiente y es un alivio, ya que esta zona lo merecía.
Pero hablando de golpes: no hay que pegar muchos excesivamente largos. El driver es opcional en la mayoría de sus pares 4 o 5 y casi un suicidio en alguno, ya que los peligros se suceden. No es extraño encontrarse en el primer tramo del recorrido con dos espesas hileras de árboles a ambos lados de la calle, mientras que una vez se avanza, el agua sustituye a la vegetación. Lo bonito de todo esto es que Espinosa planteó las preguntas adecuadas; sabía que iba a levantar un campo corto pero dio la opción a los pegadores de tomar riesgos, asumir las consecuencias de un error. “¿Quieres pegar el driver? Puedes hacerlo”, parece decirte. “Pero no te olvides de mandarla recta”. Este es uno de esos campos en los que ser un bombardero desde el tee no es una ventaja significativa.
Es por tanto, el juego corto, donde se marcan las diferencias. ¿Recuerdan al jugador veterano que no va muy lejos pero que cuenta con un swing productivo? Puede ganarle aquí sin ponerse la gorra. Algunos de sus greenes no cuentan con muchas vías de acceso y no es nada extraño encontrarse en sus inmediaciones lidiando con las ondulaciones hacia la bandera. No van a afrontar, como en otros recorridos, putts diabólicos con múltiples caídas; la mayoría son muy nobles. La receta es la misma que en muchos campos: ir recto y meter los putts. Sin embargo, lo que diferencia a La Toja de todos ellos es que es simple y llanamente un espectáculo.
Hasta el agua tiene una presencia más significativa de lo que parece. Al igual que se idearon los links, desnudos ante los elementos, aquí las mareas suben y bajan y cambian la forma en que el campo penaliza a sus visitantes. Unos días, todas las bolas se mojan; otros se puede bajar a la arena para intentar recuperar (eso sí, dentro de estacas rojas). Se trata de una de esas cosas que hacen grande a un recorrido, aunque sea de nueve hoyos: está vivo, cambia en función del momento, no solo del estado de forma del jugador. Ahí está el hoyo 5, Punta Cabreira, expuesto como el 17 de Pebble Beach a todo lo imaginable con tan solo 122 metros desde amarillas; o el 6, un par 4 de 358 metros listo para tragarse todas las salidas hacia la derecha.
La Toja es uno de esos pocos campos que es capaz de transformarse de un día para otro, incluso de una vuelta de nueve hoyos hasta la siguiente. Para más información, pueden visitar su página web.
El golf en Galicia (I): Golf Balneario de Mondariz
El golf en Galicia (III): Campo de Golf Meis
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