Una vez más, frente a frente. A diferencia de la semana pasada en Bethpage Black, Tiger Woods y Rory McIlroy no jugarán juntos de partida esta semana en el Deutsche Bank Championship, pero estarán observándose. Más allá de la rivalidad que interesa fomentar a los medios, de la irregularidad en el rendimiento de ambos o de que un tercero les suela terminar quitando protagonismo, estos dos estaban esperándose. Porque tanto Woods como McIlroy se necesitan tanto como se respetan. El que fuera número uno, por su constante necesidad de alimento competitivo, ya sea en forma de récords inigualables o de nuevos rivales. El actual cabeza de serie porque comienza a comprender que, a pesar de haber ganado dos majors en dos temporadas, siempre existe un torneo más. Y como el elogio debilita, necesita también de esa motivación adicional.
La primera jornada del The Barclays ambos jugadores comenzaron los Playoffs de la FedEx Cup en el mismo partido, dada su posición en el ranking de puntos. Y de aquí a cuatro semanas deberían volver a hacerlo con motivo del Tour Championship. No es la primera vez que cruzan espadas, pero sí la primera en que pueden sentir que lo hacen con una ligera continuidad, en la que sin importar el día o incluso el campeonato, compitan a través del tiempo y las condiciones por ver quién es de verdad el mejor actualmente. Lo dijo McIlroy en rueda de prensa: “Yo pienso que soy el mejor, lo mismo que piensa él de sí mismo”.
Pero hay algo entre ellos distinto a los duelos que mantuvo Tiger con Mickelson, con el propio Sergio o incluso con Vijay Singh. Mientras que el discurso ante el planeta sigue llevando la línea de respeto tradicional de este deporte, muchas veces traducida en halagos repetitivos, hay algo que nunca hemos visto hacer a Woods con un rival directo: comunicarse con él. Es el factor distintivo de su rivalidad con McIlroy. Hablan juntos, se ríen en el campo e incluso se pudo ver a Tiger observando al campeón del PGA en la cancha de prácticas, como escuchando la calidad de su impacto en la bola y buscando una solución para bloquearle. La razón de este fenómeno se debe a que, por primera vez en su vida, Woods se ha encontrado con una persona capaz de hacer lo mismo que hizo él. Y eso asusta y emociona a partes iguales.
Independientemente de su nivel actual de juego, Tiger es consciente de que puede rendir al máximo de sus posibilidades y aún así finalizar en segunda plaza. Ha pasado de perseguir una cima intangible, como es el antiguo récord de majors de Jack Nicklaus, a tener en frente todo lo que necesita para ser mejor jugador. Por eso el primer interesado en cuidar de Rory no es otro que Woods, que ha estado buscando tanto tiempo un rival para ahora, en el momento en que la edad comienza a ser un handicap de juego, personificarlo en un chaval norirlandés. Hasta en el golf existe cierto equilibrio irónico. Quien fuera señalado como el mejor de la historia con menos de treinta años se encuentra ahora con la horma de su zapato, un jugador más joven y con un talento asfixiante.
Que no nos engañen sus discursos contenidos y sus habituales huidas ante preguntas directas sobre el tema. Esta temporada el duelo por ser el mejor jugador del año se dirimirá entre ellos; Woods con tres victorias y McIlroy con dos, incluido un grande. Los Playoffs como escenario de competición continua y la presión como hilo conductor hacia un final no muy alejado en el tiempo. La segunda batalla es en el TPC de Boston y cualquiera de los dos debería comenzar a mostrar sus armas. Mientras tanto, algunos ya podemos apreciar el olor a pólvora.
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