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Zona Pro

Un puñetazo en la cara de los mejores

Enrique Soto | 19 de enero de 2014

Es difícil recordar todos los momentos en los que Pablo Larrazábal contó con serias oportunidades de victoria a lo largo de 2013. Vivió grandes días de juego en Malasia, Marruecos, Corea o China a comienzos de la pasada campaña, consiguiendo encadenar otra gran racha una vez pasado el verano, en Holanda o Portugal. Eran domingos en los que el trabajo le permitía aspirar a su tercera victoria en el Circuito Europeo, pero en los que no conseguía cerrar los campeonatos. A veces era una calle fallada en los últimos hoyos; otras, un putt que bailaba por el borde del agujero. ¿Qué hizo tras unos cuantos buenos resultados? Se puso a trabajar aún más duro en vacaciones.

Con unos cuantos kilos de menos y la certeza de que las victorias llegarían pronto por la vía que había escogido, se plantó en el Abu Dhabi HSBC Golf Champions, su primer torneo del 2014. Sus dos primera vueltas fueron consistentes, lógicas quizá teniendo en cuenta que llegaba en un buen estado de forma: 69 y 70 impactos. Mientras que el resto de sus rivales sufrían con el fuerte y espeso rough que acogía esta edición, Larrazábal sacó a relucir la virtud que probablemente le distinga del resto de jugadores de su generación. No es uno de esos profesionales que coge cada calle del recorrido, pasea hacia el green tranquilo esperando una oportunidad de birdie o que, en general, brilla por una consistencia atroz. Pablo no es ni siquiera ese tipo de persona.

Él prefiere moverse, gritarle a su bola, pegarle duro y aspirar a meterla desde cualquier sitio, aunque sea un bunker. Se ha acostumbrado a pelear con tanta insistencia a lo largo de su carrera que es probable que se encontrara raro si no visitara el rough o se encontrara con dificultades de camino hacia al hoyo. Se parece más a Palmer que a Hogan, a Watson que a Woods. En sus buenas semanas no destaca por la regularidad, sino por golpes consistentes unidos a esa incesante pelea interior contra el recorrido. El jueves cogió nueve calles; el viernes, solo cuatro; ayer sábado se quedó en siete. No es el tipo de golf que, por ejemplo, despliega Zach Johnson.

Pero Pablo estaba de nuevo en la brecha, como un boxeador que se repite que va perdiendo cuando va ganando, que va ganando cuando va perdiendo. Partió a dos impactos de un líder tembloroso, Craig Lee, que dejó rápidamente el protagonismo del campeonato a dos de los grandes jugadores que existen en la actualidad: Rory McIlroy y Phil Mickelson. Parecía un invitado sorpresa a un primer duelo entre titanes, aunque puede que ninguno de ellos esperara que el púgil estuviera tan cargado de agallas. Firmó tres birdies y un bogey por los nueve primeros hoyos, consiguiendo justo lo que busca cada semana: otra oportunidad de que llegara la tercera.

Y llegó. Primero porque McIlroy, penalizado ayer con dos impactos por una “regla tonta”, no terminó de sacar el golf que dejó boquiabierto al mundo en 2012. Segundo porque Mickelson, transformado de nuevo en broker de alto riesgo, decidió jugar un golpe a diestras cuando su bola reposaba debajo de un arbusto lleno de pequeñas ramas, en vez de simplemente droparla. La pelota impactó en la cara del palo y luego en la varilla, con su consiguiente penalidad. No es la primera vez que lo hace en su carrera ni será la última, ni mucho menos, ya que él tiene mucho más de jugador que de golfista. Un triple bogey y un aparente adiós al torneo.

Pero se trataba de dos hombres que, entre los dos, han ganado tres grandes en las tres últimas temporadas. A pesar de las dificultades, consiguen siempre sacar algo en claro del caos, un buen impacto de un swing mediocre. Rory firmó un birdie en el 10 y esperaba en el green del 18 con otro putt corto para llegar al menos trece; Phil respondió a aquel triple boye con un acierto en el 14, otro en el 16 y un putt que rozó el hoyo en el 17. Larrazábal estaba en mitad de la calle del último hoyo y, consciente de su ventaja, sacó la madera 5 de la bolsa. Fue impacto de los suyos, duro, directo al suelo, en los que parece perder el equilibrio una vez se deja todo en la bola. “Ha sido el mejor golpe de mi carrera”, declararía después.

Dos putts más tarde, no exentos de tensión, sacaba el puño que acaba de utilizar en un directo hacia la cara de dos leyendas de este deporte. Había llegado al menos catorce cogiendo seis calles y catorce greenes, peleando, revolviéndose, dándose ánimos cuando parecía que la victoria estaba lejos. “Me siento genial”, dijo. “Solo yo y mi equipo sabemos todo el trabajo que hemos llevado a cabo en los últimos dos años. Quiero dar las gracias a mucha gente”. Exhausto, como quien ha terminado una maratón, añadió. “Me concentré mucho en mi vuelta. El birdie en el 13 me dio confianza y pegué también buenos golpes en el 15, 16 y 17. La madera 5 del 18 fue directa a bandera y la pegué todo lo fuerte que pude”.

La tercera ya está aquí, así como la primera española en 2014. Si Gonzalo Fernández-Castaño continuó una racha de veinte años de victorias por Europa en el último BMW Masters, Pablo la ha prolongado envolviéndola de un futuro prometedor. El suyo incluye un puesto entre los cincuenta mejores del mundo.

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