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Un circuito en primera persona

Enrique Soto | 18 de noviembre de 2012

Borja Etchart y Carl Suneson durante la segunda jornada de la Final del Peugeot Tour

“Mis tres mejores días dentro de un campo de golf”. No podría describir de otro modo las vueltas que viví la semana que se disputaba la Final del Peugeot Tour. Match Golf, organizador del torneo, había preparado un Pro-Am previo a la competición que seguiría este formato durante sus dos primeras jornadas, muy al estilo del Alfred Dunhill Links Championship. Gracias a ellos conseguí colarme para jugar con muchos de los mejores profesionales que hay ahora mismo en España y, muy a nivel personal, comprobar si me encontraba lejos de su nivel.

Quien haya acudido como espectador a cualquier torneo de estas características se habrá dado cuenta de la calidad de impacto que muestran en cada golpe. El mérito no reside en darle en el centro de la cara del palo, sino en hacerlo con la regularidad necesaria como para considerarlo algo lógico y normal; como si ese punto dulce tuviera un tamaño mayor al de una nuez. Se trata de un formato de juego muy útil para el aficionado porque le recuerda, en cada salida y golpe a green, que siempre puede impactar mejor a la bola. Las impresiones que recogí de muchos de ellos lo corroboraron: acababan desquiciados con su swing comparándose con ellos. Y es lógico del mismo modo que otros jugadores, no hace mucho tiempo, salían junto a Tiger Woods y terminaban firmando resultados considerablemente altos. No es fácil concentrarse sabiéndose peor.

Yo, por suerte, ya había jugado con varios muy buenos durante los últimos años y sabía lo que me iba a encontrar. Resulta muy complicado verles cometer dos fallos importantes consecutivos o cruzarse con alguno que realice malos impactos con asiduidad porque son capaces de encontrar su swing a mitad de vuelta. Aquellos con los que jugué esta semana repitieron tantas veces el mismo vuelo de bola que en ocasiones se me antojaba imposible que fueran a fallar, y solo a veces, cuando lo hacían, me sorprendía a mí mismo con los ojos muy abiertos como si estuviera contemplando un fenómeno paranormal. La idea de cómo debían pasar los días pegando ese mismo golpe se me pasó por la cabeza y comprendí por qué todos quieren llegar al Challenge o al European Tour: cuentan con certezas dentro del caos en el que a veces se transforma el golf. Saben que en cualquier campo o circunstancia pueden estar lejos en mitad de calle o atacar una bandera esquinada protegida por bunkers y un fuerte rough. Esos golpes son sus esperanzas y su futuro.

Por esta y otras tantas razones, como cuando hablan a su bola a mitad de vuelo, es tan doloroso verles fallar un putt de escasos dos metros. Es el punto en el que cualquier aficionado, cualquier día, podría superarles y el momento en el que el golf, un deporte basado en el esfuerzo y la constancia, adquiere los tintes de un juego de azar. Es la razón por la que Pedro Oriol no ha conseguido mejores resultados en el Challenge Tour durante esta temporada (en la que solo ha fallado cuatro cortes) o por la que Borja Etchart no ha bajado su media de golpes durante el año. Tiran tantas veces para birdie que es inevitable que se presionen en cada una de ellas, como si toda su vida dependiera de que la bola entrara o no al final de ese día.

Al verlos por televisión podríamos pensar que compiten constantemente entre ellos y buscan rivalidades para entrenar con más ganas. Pero una vez se les ve relacionarse dentro del campo o grabarse el swing unos a otros en la cancha de prácticas se hace evidente una realidad: son todos compañeros. Sufren las mismas dificultades para acceder al circuito, comparten habitación en las ciudades que visitan y se dan ánimos cuando éstos flaquean y la razón les abandona. El golf, uno de los deportes más individualistas, se vuelve una disciplina de conjunto cuando te pasas un par de horas escuchando el sonido de las bolas que pegan al terminar el día, charlando y comentando lo que la jornada les ha deparado. Es el vestuario de un equipo de fútbol o las palabras del entrenador de baloncesto después de una derrota. Son capaces de perder un torneo frente a un compañero, lamentarse por las oportunidades perdidas y darle una sincera enhorabuena. Horas más tarde acudirán a sus respectivas casas y practicarán pensando en la próxima prueba o el siguiente golpe bajo presión.

La intensidad con la que viven cada día de competición les lleva siempre a buscar motivos cuando los resultados no acompañan. Les es imposible finalizar al par del campo y no encontrar una respuesta a un mal día en los greenes o ciertas imprecisiones en el juego largo porque, si no lo hicieran, estarían en cierto modo reconociendo su impotencia frente a un deporte incontrolable o su incapacidad en ciertos momentos de manejar su futuro. Hablando con ellos tras un mal golpe se hace evidente la presión a la que se someten y el agobio con el que cargan. Todos tienen un potencial enorme para alcanzar objetivos ambiciosos y es verdaderamente sorprendente ver qué pocos finalmente lo consiguen.

Tras todas las horas de prácticas y cientos de análisis de vídeo, todo termina reduciéndose a que uno de ellos, en un momento determinado, sea capaz de creer en sí mismo lo suficiente como para embocar un putt ganador. Solo a eso. Atrás quedará el trabajo, las personas o patrocinadores que les apoyaron. La realidad, como siempre, es mucho más amplia y por eso el Peugeot Tour nunca debería desaparecer: todos ellos merecen seguir jugando y probándose juntos.

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