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Zona Pro

Tigre busca presa

Enrique Soto | 24 de junio de 2014

Siempre hay un jugador situado en lo más alto del Ranking Mundial. Son matemáticas y funcionan así: alguien tiene que tener más puntos que el resto y, por tanto, ocupar la primera plaza. Hay, sin embargo, una diferencia entre ser el mejor clasificado y ser el mejor, a secas. Es difícil explicar cuál es porque no se basa en las matemáticas, sino en una corazonada, una sensación, un impacto al ver cada letra de su nombre escrito. Desde que el juego de Tiger Woods comenzó a zozobrar en forma de lesiones, cambios de swing, caddie, entrenador, escándalos mediáticos y la inevitable erosión que produce el tiempo, ha habido seis números uno distintos. No ha habido, por otra parte, alguien a quien podamos llamar el mejor.

Y es normal, porque el dominio de Woods se extendió con una autoridad como nunca antes en la historia se había extendido. Hubo un tiempo en el que el tigre parecía un robot fabricado para matar, brillante y perfecto ante la bola, joven, antibalas, preparado para romper cualquier récord que se pusiera delante de su mandíbula. “Tiger Woods es el mejor jugador que haya visto nunca”, dijo Mark O’Meara cuando contempló cómo ganó el US Open por quince golpes de ventaja, allá por el 2000. “Me es difícil creer que alguna vez haya existido un jugador que pueda pegarle con el driver cortándola, cerrándola, mandándola baja, teniendo el juego corto, pateando con esa fortaleza mental. Si fueras a construir un jugador de golf perfecto, construirías a Tiger Woods”. Y claro, como después de todo gran movimiento cultural, llegó la época de barbecho. Ahora no existe un jugador así.

Todos tenemos bien claro desde hace tiempo cuál es el objetivo primordial de su carrera: perseguir los dieciocho grandes de Jack Nicklaus. Cuando ganó el US Open de 2008 en un playoff ante Rocco Mediate nadie dudaba de que lo conseguiría: tenía treinta y dos años, catorce grandes y superaba al oso en casi tres temporadas, es decir, doce oportunidades de ampliar el margen. Es una cuestión que ha mantenido al mundo del golf en vilo desde aquel Masters del 97, hasta el punto de que hay webs dedicadas a esa carrera lenta y dolorosa que mantiene Woods con un jugador retirado. Véase aquí.

La principal diferencia que existe con aquellos días es que Tiger cuenta con treinta y ocho primaveras y el mismo número de grandes que en 2008: catorce. Uno se para a compararlos ahora y la cosa va así: el 15 de julio de 1978, Nicklaus ganó el Open en St. Andrews, el decimoquinto de su carrera con treinta y ocho años. Woods ya no tiene ese colchón de diferencia sobre el oso. Son días de cambio. Ahora ya no es el chico que persigue el récord, sino el veterano que intenta superar al joven Jack.

“Se ha curado extremadamente rápido”, ha declarado hoy sobre la operación que ha tenido en la espalda, apartándole de la competición desde el pasado marzo. “Voy a ponerme más fuerte a medida que pase el tiempo, pero el riesgo de lesión es mínimo. Voy a intentar meterme en los playoffs de algún modo”. Esta semana, en el Quicken Loans National, comenzará esa carrera que le llevará dentro de poco a Royal Liverpool, sede del Open Championship, aunque con una diferencia: ahora el joven prometedor es Jack, el más viejo es Tiger. Es el tapado mientras el duelo llega a sus últimos compases.

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