Fácil es recordar ahora a Julian Sorel, ese joven de la novela de Stendhal que ambiciona un futuro mejor y que se plantea dos alternativas para medrar: vestir el rojo del ejército o el negro del clero. De rojo pasión y negro viste Tiger Woods en su litúrgico uniforme dominical, un atuendo que en los últimos meses había pasado sin pena ni gloria por las jornadas decisivas. Ese fulgor carmesí, que antaño sumaba golpes en las tarjetas de los rivales, se había convertido en un reflejo del pasado, deslucido y anecdótico… Esa prenda, identificada durante tanto tiempo con el éxito, se había transformado en un lastre y un doloroso recuerdo de lo que fue y parecía que no iba a volver, un remedo de la túnica roja que acabó con la vida de Hércules, indumentaria envenenada con la sangre del traicionero centauro Neso…
Y aunque no sabemos si las pruebas de Tiger llegan a la altura de los doce trabajos que tuvo que afrontar el héroe griego, no hay que hacerlas de menos: el atleta definitivo, vara de medir para una nueva generación de golfistas, se convirtió en un sujeto vulnerable en el aspecto físico; el hombre perfecto, de familia modélica y entorno controlado, vio como su mundo se venía abajo y sufría cuatro separaciones (Elin Nordegren, Steve Williams, Hank Haney, IMG) que ponían en peligro su estabilidad en otros tantos frentes; el héroe del pueblo pasaba a ser carne de tabloide y una de las personas más denostadas en su país; y en lo deportivo, una nueva generación de jóvenes jugadores europeos no tardó en aprovechar el vacío de poder, golfistas que no habían sufrido su tiranía y que no se dejaban intimidar. La tormenta perfecta para el californiano…
Pero sus rivales, esos que descartaban el efecto psicológico de jugar con el exnúmero 1 del mundo, han vuelto a ver el relámpago rojo. No se dejarán amedrentar, pero tampoco deberían despreciarlo.
Durante toda esta semana se hablará de círculos cerrados, rugidos y regresos; habrá quien le ponga un asterisco al triunfo de Woods en el Arnold Palmer Invitational a causa de la ausencia de los primeros del ranking mundial; saldrán a relucir cifras (924 días sin ganar, 72 victorias, 6º en el ranking mundial, 7º en la FedEx Cup (aunque, ¿le importa este último número a alguien, Finchem al margen?); y abundarán los artículos acerca del cambio de rumbo del californiano, de nuevo coreado por el público en el green del 18 de Bay Hill.
Nos gustan las historias de redención, esos relatos de interés humano que tanto calan en el subconsciente colectivo, esos renacimientos que llenan páginas y engordan cheques en Hollywood… y el regreso de Tiger Woods al primer plano golfístico después de dos años y medio de travesía por el desierto es, como el halcón maltés, del material con el que se forjan los sueños.
Una resurrección mesiánica, al fin y al cabo, que no podría ser más oportuna y que vuelve a poner de moda el rojo pasión… Y el Masters coincide con la Semana Santa, por si no lo sabían…
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