Cuando agonizan los arroyos y nada recuerda ya a las calles cubiertas de nieve, cuando las sombras se alargan y empiezan a reconocerse los olores otoñales, los playoffs de la FedEx Cup irrumpen en el calendario golfístico para cubrir un vacío que las televisiones y los patrocinadores del PGA Tour no podían permitirse.
Sin entrar a hacer valoraciones sobre economía o finanzas, campos que nos gobiernan pero sobre los que procuro pasar de puntillas, lo cierto es que esta experiencia que va camino de completar su séptima edición me deja bastante frío. Y no sólo a mí, también a muchos otros aficionados que además de seguir el golf están acostumbrados a vibrar con la Serie Mundial de béisbol, la Superbowl, las finales de la NBA o la Stanley Cup. En todos estos deportes, los playoffs representan el culmen de la temporada, una lucha sin cuartel por la primacía. En ellos surgen, de manera casi espontánea aunque la prensa ayude, rivalidades geográficas y personales, cruces de declaraciones y momentos para el recuerdo. Podría decirse que lo que sucede anteriormente apenas sí tiene importancia pues el legado se fabrica en unos cuantos partidos, durante un período acotado de tiempo.
En el golf, en cambio, los playoffs representan el languidecer de una temporada que dejó atrás sus citas más señaladas. No hay nada romántico en esta sucesión de torneos auspiciados por banqueros, magnates del automóvil o de las bebidas energéticas, en esta maquinaria coordinada por una empresa de logística y mensajería que reparte premios abundantes a sabiendas de que no puede ofrecer otra cosa.
Los paulatinos cambios introducidos en el formato ayudan, no cabe duda, a fomentar que sea el jugador más en forma el que se lleve a casa el gran cheque. Los campos en que se disputan los torneos tienen la solera y el caché suficientes como para que de ellos salga un justo vencedor. Sin embargo, a pesar de todas estas mejoras de indudable eficacia, los playoffs pasan por ser un reclamo menor de cara al gran público. Entre otras cosas porque no resisten la comparación con los deportes antes mencionados, con ese enero sinónimo de NFL, o esa locura de marzo del baloncesto universitario. Quizá, me dirán, porque no es posible llevar a cabo tal comparación. Se trata de deportes colectivos en los que se mueven más sentimientos, porque mucha gente fue a una universidad y muchas ciudades tienen su propio equipo profesional en alguna de las grandes ligas.
Pero yo sí creo en la identificación del aficionado con algunos golfistas, aunque no sea tan vehemente o notoria. Por eso mismo, después de tanta crítica, expongo aquí mi alternativa soñando con un formato de verdadera confrontación en el tenga cabida la palabra rivalidad. El mejor ejemplo lo encontramos en el tenis, en la Copa de Maestros, el último gran torneo individual del año. Llevemos a cabo una clasificación paralela a la del ranking mundial, aunque no se llame “carrera de campeones”, tomando en cuenta sólo los torneos disputados en el año natural. Los ocho mejores disputarían esa supuesta Copa de Maestros, competición que, sin duda, se convertiría en breve tiempo en toda una referencia. Se disputaría, claro, en la modalidad “match play”, copiando tal vez el modelo de dos grupos, semifinales y final. ¿Que haría falta un circuito mundial único? Quizá, pero ése ya es otro cantar.
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