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Sunshine Vilamoura

Alfonso Martínez | 21 de octubre de 2013

Rescates bancarios, tutela oficiosa de los organismos internacionales, drásticos recortes en principios básicos del estado del bienestar, opresión fiscal exagerada sobre las clases medias y un largo etcétera que omitimos por economía del lenguaje. ¿Les suena?

Como si de un rosco final de Pasapalabra se tratara, estado del suroeste de Europa que pertenece al grupo de pigs que sigue pagando en sus propias carnes la explosión de la burbuja de los bricks, y del que se espera recuperación económica dentro del próximo bienio. ¿Les suena?

Tercera pista. País que tiene en el turismo de sol y playa a uno de los pocos motores económicos no gripados y que un año más sobresale con una estadística de crecimiento gracias a un ajuste de precios en la siempre tirante relación de la oferta y la demanda y donde el golf juega un papel trascendental como potenciador de la calidad del consumo y de la cantidad de la estancia. ¿Les suena?

Descendamos a la arena. Región del sur de ese país donde esta realidad se hace aún más patente entre cifras intolerables de paro y corrupción política en el entramado de afines que viven cómodamente en una burbuja con cargo al contribuyente, pero donde es de elogiar su visionaria apuesta por la organización de eventos profesionales del más alto nivel como guinda de un pastel de promoción golfística que descubra las bondades de una tierra bendecida con horas de sol. ¿Les suena?

Hasta 2011 esta descripción podría corresponder sin cambiar una coma con la de Andalucía, una comunidad autónoma gobernada con mano izquierda desde su madurez democrática y que pese al estigma social que acompaña al golf como deporte de élites veía en este filón la oportunidad de aprovechar su situación geopolítica y desarrollarse al abrigo de las necesidades de un turismo muy europeo.

Ahí encontramos los ejemplos de la Ryder Cup de 1997, los veintidós años de ininterrumpido Volvo Masters, las pinceladas del American Express Championship de 1999 y 2000, el sabor agridulce de tres ediciones del emigrante Volvo World Match Play Championship y el conato de éxito de un benjamín Andalucía Masters que vivió en 2011 la esperada victoria de Sergio García en la catedral del golf europeo.

Las consecuencias de la aritmética electoral, sin embargo, entregaron en marzo de 2012 algunos de los resortes de la Junta a unas siglas que viven de la demagogia y el altavoz y donde el golf no puede ser admitido, a pesar de los ahogados lamentos de una alcaldesa de su mismo color político que veía marchar a la gallina de los huevos de Volvo, perdón, de oro, rumbo a Bulgaria.

De nada sirve que el resto de competidores de la cuenca mediterránea apuesten sin reservas por este segmento. Que Turquía intente vencer las reticencias del poco dado a los sobresaltos turista de golf con un campeonato de postín con el mismísimo Tiger Woods en nómina. Que Egipto esté esperando a que pase la tormenta religiosa para sumarse a la gira del desierto con la que el Circuito Europeo saluda el nuevo año. Que Marruecos se adueñe de la Sky Sports británica con un torneo a mayor gloria de su sátrapa gobernante.

Y con respecto a la solución del recurrente “les suena” y propósito de este artículo… Hablamos del Algarve portugués, donde un año más se mantiene un Masters internacional que cumple a la perfección con su cometido, y todo a pesar de una crisis que el país capea con el fino equilibrio entre los intereses inmobiliarios de su patrocinador privado y la apuesta responsable del ministerio de Turismo luso, que contextualiza la actual coyuntura económica a la hora de sostener la viabilidad del campeonato y que en tres años ha disminuido su aporte en más de un treinta por ciento.

¿Y por qué todo este esfuerzo? Porque una imagen vale más de mil palabras. Y el pasado domingo 13 de octubre, mientras David Lynn se reencontraba con la victoria nueve años después y Miguel Ángel Jiménez despertaba a los más madrugadores con un hoyo en uno con sabor a vino de la tierra, quien esto escribe disfrutaba junto a los casi veinte mil espectadores que abarrotaron el Oceânico Victoria de un cielo despejado, de veinticinco grados de temperatura y de un otoño disfrazado de primavera que a buen seguro contrastaba con el desapacible tiempo que al otro lado de la pantalla dejaba a los golfistas del norte de Europa en el sillón y con la bolsa de palos aparcada en la esquina del garaje. Claro que más de uno encendería su tableta y escribiría Vilamoura en la página de booking.

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