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Zona Pro

Seve

Enrique Soto | 27 de junio de 2014

Son muchas las historias que rodean a Severiano. No es difícil, echando un vistazo a la historia del golf, relacionarle con el rol de superhéroe. Ballesteros podía tirar su bola a los árboles, al rough, en mitad de una grada, detrás de unos edificios o en la cabeza de los villanos de una supuesta película. Entonces inventaba un golpe de locos –hook, slice, salto, baile– que evitaba un árbol, botaba en mitad de un bunker, giraba a la izquierda en Vladivostok, apagaba las luces, atravesaba Praga y terminaba en algún lugar cercano al green. Y si la bola no finalizaba entrando, Seve haría una mueca, porque en la forma en que él había imaginado ese golpe, merecía el birdie. El birdie era la partida de nacimiento de su bola.

El pasado 23 de junio fue el preestreno de su biopic. “Seve”, lo han titulado, como no podía ser de otra forma. Con el solo hecho de que se celebrara en Londres se aprecia ya la magnitud del personaje, el que habrán intentado dibujar para el cine. A continuación podéis ver a varios de los protagonistas del evento, entre los que se encuentra José Luis Gutiérrez, actor protagonista, o Carmen Ballesteros, su hija.

Pero quitando la luz de los focos, y volviendo a la primera línea del artículo, me voy a remitir a mi escena favorita de Severiano. Todos tenemos una, ya fuera aquel golpe imposible que dio en Suiza y que no captaron las cámaras o cualquiera de sus grandes despliegues en el Open o Augusta. La mía es de la Ryder de Valderrama, un campo cercano al mar y a la sombra del peñón. El capitán era él, y a pesar de toda la belleza del paisaje, ya fuera del propio campo o de Sotogrande en general, Ballesteros interpretó al principal protagonista de la escena. No pegó un solo golpe. Estaba en todas partes.

Iba en buggy, por supuesto, y parecía tener una sobredosis de cafeína. Conducía rápido de hoyo en hoyo, de grupo en grupo, animando a sus jugadores, convenciéndoles, empujándoles, desafiándoles. Era Seve en su plenitud, en su esencia más personal. No creo que haya existido una presencia más deslumbrante en el golf. El joven Seve, como el joven Palmer o el poderoso Woods, bueno, parecían más superhéroes que golfistas. En América tenía su propio mote: “El Matador”.

Era el torneo más importante de su vida, aunque no lo jugara. Nadie sabía muy bien cómo sería el Ballesteros capitán, cómo conseguiría transferir su brillantez a sus jugadores. Pero Seve lo intentó de todas las maneras. Un comentarista inglés dijo, en mitad de la retransmisión, al verle en cada hoyo: “Debe haber dos iguales”. Podía acercarse a un jugador para leerle un putt, conducir un hoyo de vuelta y comentarle a otro cómo ejecutar un approach, irse dos más adelante para abrazar a otro tras un gran golpe. También volvió loco a sus chicos, haciéndoles jugar dos veces el mismo hoyo si no le había gustado su planteamiento inicial, rechazando decirles quién jugaría y quién no hasta la misma mañana de competición, conduciendo como un loco en su buggy… “Seve sabe lo que está haciendo”, dijo Colin Montgomerie. “Es el único que sabe lo que está haciendo”.

Era desconcertante, y también increíble. Nunca un equipo de golf se había dirigido de esa forma. Estados Unidos era el claro favorito, en parte, por la presencia abrumadora de un joven Tiger. Pero Ballesteros se las arregló, de algún modo, para que sus jugadores jugaran un golf maravilloso. Crearon una ventaja de cara al domingo y consiguieron ganar por un golpe. Seve, después de calificar la semana como la más emocionante de su vida, se derrumbó y lloró.

Mi escena, sin embargo, fue durante un día de prácticas. Ian Woosnam buscaba su bola entre unos árboles. Estaba en problemas. Y si había alguien que podía entender esa situación, más que cualquier otro jugador, era Seve. Sabía cómo escapar de ellos. Condujo hasta Ian y examinó la situación.

“¿Ves ese hueco en la parte superior del árbol?”, preguntó Ballesteros.

Woosnam entrecerró los ojos y miró fijamente. No lo veía.

“Ahí está, arriba”, insistió Seve. “Entre las ramas, ¿lo ves?”

Woosnam lo buscó con más insistencia.

“No”, dijo de nuevo.

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