Cada año vemos a muchos jugadores incapaces de controlar el estado de su juego. Hay semanas en las que todo parece funcionar y los buenos golpes se suceden sin cesar, uno detrás de otro, mientras que el hoyo parece más grande. Otras, sin embargo, nada parece estar donde debería y los campos se vuelven de repente más complicados, largos e inabordables. Cada jugador tiene una versión mejor y otra más pobre a lo largo de la temporada, excepto Rory McIlroy. Es muy complicado cruzarse con una figura como la del norirlandés, capaz de aceptar que la preparación de su temporada no ha sido la mejor después de fallar tres cortes consecutivos, tomar las riendas de su swing aumentando el ritmo competitivo y llegar a liderar un torneo después de ver a ese otro jugador, el de la peor versión, durante el último mes.
A su vuelta de dos bajo par en la primera jornada del FedEx St. Jude Classic hay que sumarle los 65 impactos de su segunda ronda, que le sirvieron para liderar un torneo que parece poder ganar sin jugar a su mejor nivel. Han pasado solo unos días desde que le viéramos fallar golpes rutinarios o firmar varios doble bogeys en sus vueltas, ahora Rory vuelve a pegar esa característica bola alta que aterriza suavemente en los duros greenes del TPC Southwind, con la distancia perfectamente calculada, en un trabajo más propio de un delineante. Entre todos los jugadores, ha sido capaz de reavivar las partes más fuertes de su juego en lo que va de una semana a otra, simplemente volviendo a jugar el circuito.
Y si hasta ahora sabíamos que está sobradamente capacitado para ser el número uno del mundo por su juego de tee a green, este joven nos demuestra un año más que también lo está mentalmente, y vuelve a hacerlo con motivo del U.S. Open. La recuperación que vivió el año pasado después de perder el Masters de Augusta en la última jornada fue casi milagrosa, una tarea al alcance de unos pocos elegidos, pero si consigue materializar su triunfo en Memphis y realizar una buena defensa del título la semana que viene podemos estar ante algo aún más complicado: recuperar su mejor versión en tan sólo unos días, simplemente poniendo a prueba sus habilidades. “He visto cosas muy positivas en mi ‘ball-striking’. Pegué muy buenos hierros y drives. Es algo que he estado trabajando las últimas dos semanas y siento que está volviendo a mí. Estoy muy contento de estar en esta posición para el fin de semana, es algo que quiero de cara a la semana que viene”, declaró el norirlandés.
Hasta sus propios compañeros ven algo distinto en McIlroy. “La diferencia entre Rory y yo es que él ha sido preparado para el estrellato. No sorprende que esté haciendo lo que hace porque es un talento extraordinario, para muchos años”, comentaba Graeme McDowell después de fallar el corte. “Ha ganado su primer major con calma y su carrera va viento en popa”. Ese mismo McIlroy que ganó con dieciséis bajo par un U.S. Open es al que se empieza a parecer más y más el actual. A medida que él le quita relevancia a su momentánea pérdida de confianza, su juego mejora drásticamente. “Todo el mundo pasa por esto, no se sienten a gusto con su juego en un momento dado”, comentaba el jugador de 23 años. “Yo he empezado a dudar de mí mismo un poco”.
Esa confianza será puesta a prueba durante los dos siguientes días y, en palabras de Jeff Maggert, segundo clasificado con seis bajo par: “Todavía hay 30 o 40 jugadores metidos en la lucha por el torneo”. Prueba de ello es la vuelta de J.B. Holmes, que venía de firmar el par en la primera jornada y que ayer embocó hasta siete birdies para finalizar con 64 impactos y empatar con Maggert en segunda posición. Kevin Stadler completó el grupo que espera cazar a McIlroy en la tercera jornada, donde se esperan grandes movimientos en la clasificación. Todo un asedio para poner a prueba a un jugador capaz de resucitar su talento cuando más lo necesita, la principal diferencia respecto al pasado U.S. Open la señaló en la previa a este torneo: “Este año no necesito demostrar nada”. Y tiene toda la razón, a esta altura lo único que puede hacer es seguir sorprendiéndonos.
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