Ha pasado poco más de un año desde que un joven norirlandés ganara el U.S. Open por ocho golpes de ventaja. Su historia era la de un chico de gran talento, que venía de tirar por la borda su gran oportunidad de ganar su primer grande, el Masters, y que en una demostración de superioridad era capaz de alejar los fantasmas de la derrota de su nombre. Ese mismo jugador salía líder en la última jornada del PGA Championship vestido de rojo, como cogiendo el relevo, y barrió a cualquier pobre aspirante que se atreviera a disputarle el torneo. Nadie, ningún otro en el mundo, podría haber ganado en Kiawah Island por ocho golpes de ventaja.
A cualquier persona alejada de la acción le bastará con saber que es la segunda vez que sucede en dos años. Rory McIlroy alcanza su última velocidad, un ritmo que nadie es capaz de seguir y se queda solo en el campo de golf, como cuando practicara por la tarde después de la escuela. Son momentos de una superioridad tal que parece alcanzar un estado etéreo, casi líquido, en el que su juego fluye con tanta facilidad que parezcamos estar presenciando un fenómeno natural. Ayer, Rory invocó una tormenta en un recorrido de Pete Dye y los diccionarios volvieron a lanzar señales de socorro. Seis birdies, ni un solo error y los adjetivos de todas las lenguas suicidándose desesperados ante un despliegue inabarcable, imposible de comprender.
Es una situación así es preciso echar la vista atrás y tranquilizarnos, ser conscientes de que existieron personas capaces de llegar a ganar dos majors siendo más jóvenes. Young Tom Morris, John McDermott, Gene Sarazen, Jack Nicklaus y un tal Severiano Ballesteros consiguieron lo mismo, pero volviendo a mirar la clasificación es imposible no asustarse. La mirada tradicional con la que se veía el golf no sirve para desmenuzar lo que ha hecho McIlroy en el Ocean Course y estamos obligados a adoptar otro punto de vista, o nos quedaremos ciegos. En un deporte en el que los pequeños detalles son capaces de derribar al más fuerte, minar su moral y llevarle por caminos estrechos e inesperados, el joven Rory ha despejado toda clase de azar o probabilidad de la ecuación a base de contundencia. Poco importaba que el sábado su bola se quedara clavada en un árbol; él salvaba el par. McIlroy líquido abriéndose paso entre las trampas de un recorrido plagado de dificultades, creando oportunidades, desvaneciéndose ante la mirada atónita de sus rivales, inalcanzable.
“Creo que escuché a Tiger decir que puedes tener una buena temporada, pero si de verdad quieres hacer un gran año necesitas un major”, comentaba el norirlandés. “Ahora he tenido dos grandes temporadas seguidas”. Pero más allá de comparaciones con Woods o con otros grandes jugadores con un palmarés similar, es justo valorar estos dos triunfos por el cómo, y no solo por el resultado final. El modo de ganar es en este caso más importante porque viendo jugar a McIlroy estamos presenciando un cambio de paradigma. No es una casualidad que sea él quien rompe la racha de 16 majors consecutivos con distintos ganadores; a veces, este tipo de datos también son definitorios de la realidad. Estamos ante un jugador que hoy día es la referencia del golf, no solo por alcanzar el número uno del mundo, sino porque a pesar de realizar una temporada irregular, en la que la planificación no ha sido la mejor posible, ha sido capaz de llegar al último major del año y ganar con una superioridad que ya no recordábamos. Pero qué débil es la memoria. Ocho golpes de ventaja sobre Jason Day, otros ocho sobre David Lynn esta semana. Él es el cambio, el que hace desaparecer la formas clásicas y rompe los estándares de la realidad. «No me importa si gano por uno o por ocho. Solo quiero ganar».
Pero que no lo olvide. El deporte es una exposición constante al sufrimiento y automáticamente después de alcanzar una cima se alza otra más alta y dura por delante. El mejor ejemplo de este caso es Tiger Woods, que nunca jugó demasiado mal durante este PGA y finalizó a once golpes de la victoria con un global de menos dos. Por primera vez en su carrera se encuentra con un rival que le exige dar la mejor versión de sí mismo no para ganar, sino para tener una sencilla oportunidad. “Todos sabemos el talento que tiene”, declaraba el ahora número tres del mundo. “Ha tenido un pequeño bache durante este año, y creo que ha sido bueno para él. Todos pasamos por pequeñas fases así durante nuestras carreras y tiene todo el talento del mundo para hacer lo que está consiguiendo. Es la forma en que Rory puede jugar y cuando lo consigue, es impresionante verlo”.
De este modo, el que fuera el rey indiscutible de este deporte se convierte de nuevo en un simple aspirante, a la altura de cualquiera de sus antiguos súbditos. El cambio de paradigma llega hasta el punto de que el antiguo señor y dueño del golf reconoce la superioridad de su rival en estos momentos, pero como animal competitivo se retira en silencio a llevar a cabo la ardua tarea de ser mejor jugador. Por eso el camino de Rory hacia el tercer major será también más duro que el que le ha llevado al segundo o al primero, porque Woods y muchos otros estarán esperándole.
Uno de ellos no es tan joven como McIlroy ni posee tanto talento como Tiger, pero demostró en esta última jornada que se encuentra más cerca que nunca de conseguir su primer major. Ian Poulter en ocasiones no parece un jugador de golf, sino un púgil enrabietado para el que nada es suficiente. Muy pocos son capaces de salir con una mínima opción de victoria y encadenar cinco birdies en sus primeros hoyos del día, hasta seis en los siete primeros. El rival que nadie quisiera tener delante se mete en el equipo de la Ryder Cup, ocupando el puesto de Sergio García. “Vamos ahora a por ellos compañero”, le decía a Justin Rose, que también finalizó tercero con menos cuatro, al finalizar su vuelta. El inglés ya sombrea de cara a su competición favorita y la exhibición que dio en esta última jornada del PGA no es más que el primero de los avisos, el del boxeador antes de saltar al ring en el combate definitivo.
Adam Scott Álvaro Quirós Asian Tour Carl Pettersson European Tour Gonzalo Fernández-Castaño Graeme McDowell Ian Poulter José María Olazábal Kiawah Island Miguel Ángel Jiménez Ocean Course Pablo Larrazábal Padraig Harrington Pete Dye Peter Hanson PGA Championship PGA Championship 2012 PGA of America PGA Tour Rafa Cabrera-Bello Rory McIlroy Sergio García Steve Stricker Tiger Woods Trevor Immelman Vijay Singh
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