No sé si existe una gradación entre ser el Pisha, The Mechanic o The most interesting man in golf. Lo cierto es que a raíz de su liderato en el pasado Open , Miguel Ángel Jiménez adquirió una cuota de protagonismo que promovió esta comparación con un anuncio muy famoso de la televisión americana. Sus estiramientos, más propios de un gimnasta y los aditivos en forma de puro o copa de vino que acompañan su dieta son un motivo de admiración, quiero pensar que sincera, entre sus colegas y los medios extranjeros.
Las nuevas generaciones le han aportado al golf swings de alta escuela, protocolos profesionalizados de actuación, campañas de marketing personal depuradas por los mayores expertos en la materia y nuevos métodos de entrenamiento sofisticados y estudiados minuciosamente. Los nuevos tiempos han incrementado el volumen de personas que viajan alrededor de un jugador, han dado trabajo a asesores de imagen, psicólogos, gurús del juego corto, mánagers y demás asesores que profesionalizan el golf a costa de estandarizarlo.
El gran responsable de esta nueva era es, sin duda, Tiger Woods. Éste, a finales de la década de los 90, le lanzó al circuito el siguiente mensaje figurado: “Ésta no es una proposición sobre la que podáis debatir, sobre la que podáis decidir si la aceptáis o la rechazáis. Es una imposición. Yo, amo y señor de este deporte, icono del golf mundial, os obligo a que, si queréis competir contra mí y los que tienen que venir, os dediquéis a tiempo completo a vuestra actividad, a que paséis largas temporadas en el gimnasio y a que atendáis las necesidades de vuestro cuerpo y vuestra alma”. Hubo otros pioneros, como el metódico Nick Faldo, el iron man Greg Norman o el padre de todos ellos, el eternamente joven Gary Player, pero fue la llegada de Tiger Woods, y su carta de presentación en el Masters de 1997, la que anunció este nuevo tiempo.
Un nuevo tiempo que ha traído cheques más cuantiosos a los torneos y mayor relevancia mediática para el mundo del golf. Un nuevo tiempo que viene marcado por los dogmas de la ciencia y de la técnica aplicadas a una actividad que es, en esencia, un juego. Un juego que es menos juego en campos trazados con tiralíneas hechos a medida de los grandes pegadores. Un juego, que es más juego, y por ello también más divertido para el espectador (también para los buenos jugadores), cuando recupera sus principios fundamentales, cuando se practica como se hizo siempre, exigiendo más en los ámbitos de la estrategia, el ingenio y la destreza que en los de la pura técnica.
Quizá por ello no tenga tanto mérito ser calificado como el hombre más interesante del golf entre tanto traje cortado por el mismo patrón, entre tanto jugador de escuela, entre tantos cazadores y pescadores cómodamente instalados en la seguridad que aporta lo convencional. El circuito carece de jugadores hechos a sí mismos y dotados con un swing natural, y por ello los valora. Miguel, aunque no haya podido abstraerse de los nuevos tiempos y se castigue a diario en el gimnasio, es uno de ellos, y allá donde se encuentre con un campo plagado de árboles que exija mover la pelota, como él dice, y tener tacto alrededor de green volverá a demostrarle a todos estos jóvenes que es más que la imagen de un “bon vivant”. Que es, sobre todo, un magnífico jugador de golf que ama su profesión.
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