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Medina se escribe con h

Juan José Nieto | 26 de septiembre de 2012

Infinito y diligente hormiguero en el que todas las profesiones encuentran incómodo acomodo. Así definió Antonio Gala a la indómita medina de Fez, paradigma de la ciudad islámica, en El manuscrito carmesí. Sus calles, pasillos breves, no entienden de orden ni autoridad. En todas las medinas, en el interior de sus murallas de adobe y entre negocios más o menos improvisados, se suceden emboscadas con aire de venganza y asaltos en busca de botín. No hay en ellas rastro de lujo o riqueza. Quizá por ello, los shriners, miembros de la Antigua Orden Árabe de los Nobles del Relicario Místico, sección segregada y dependiente de la masonería instalada en el nordeste de Chicago, quisieron distinguir su nuevo espacio vital, lleno de lujo y comodidades, con una h tan impronunciable como inconfundible.

A unas pocas millas de la Ciudad del Viento esta pequeña élite socioeconómica e intelectual decidió fundar, a mediados de los felices 20, un club de golf con 54 hoyos de gran calidad repartidos en tres campos diseñados por Tom Bendelow y presididos por una casa club de estilo bizantino que no deja indiferente a quien tiene el honor de poderla contemplar. En Medinah, con “h”, todo huele a nobleza y distinción. Allí, entre sus calles segadas con mimo y sus imponentes robles de porte señorial, se han disputado desde torneos sociales hasta Abiertos de los Estados Unidos y Campeonatos de la PGA. Lo hicieron en el campo número 3, en dieciocho hoyos destinados, en principio, al deleite de las mujeres y que, tras un temprano rediseño, pasaron a ser el santo y seña de todo el club.

Así, mientras en Europa campos vinculados a grandes grupos empresariales como Celtic Manor o Gleneagles se hacen con los derechos para albergar la gran competición bienal del golf mundial, en Estados Unidos se exige un bagaje previo, una historia que avale la excelencia que ha de estar presente, inevitablemente, en una Ryder Cup. Oak Hill, The Country Club, Valhalla o Medinah nº3 son sólo cuatro ejemplos recientes de una trayectoria intachable en lo que a la elección de campos por parte de la PGA de América se refiere.

En torno al lago Kadijah, a la sombra de más de 2.000 árboles, principalmente robles, y en medio de un ambiente tan caldeado como el de cualquier otra medina, Medinah, con h, servirá de escenario ideal para la última gran historia del calendario golfístico de un 2012 marcado por la consolidación de Rory McIlroy, por el continuo querer y no poder de Tiger y por la reciente resurrección de un Sergio García al que una placa y cientos de recuerdos han de inspirar para volver a ser el estilete que fue en la competición que mejor ha entendido su carácter, la Ryder Cup.

Pongámonos en manos de Chema Olazábal y de los doce guerreros europeos, abrochémonos los cinturones de nuestros sofás y trasladémonos a las afueras de Chicago, al interior de una medina tan ruidosa como el resto, pero especial como ninguna. Especial hasta el punto de escribirse con h.

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