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Zona Pro

La teoría del dominó

Enrique Soto | 22 de diciembre de 2013

El Royal Trophy estaba claramente decantado hacia el bando asiático. Los de Yang no solo se habían mostrado superiores en los foursomes, donde estuvieron a punto de salir con un parcial de cuatro a cero, sino que en los fourball habían sabido mantener su ventaja de cara a los individuales. Jugaban en casa, en el Dragon Lake Golf Club, sus capitanes estaban convencidos de que lo conseguirían y dos de sus mejores jugadores, Jaidee y Aphibarnrat, estaban invictos. Nadie había sido capaz de arañarles un mísero medio punto a lo largo de dos jornadas de competición. ¿Tenían opciones de perder? Claro, como bien aprendimos en Medinah. ¿Y de ganar? Muchas, muchas opciones.

Incluso la atención que acaparaba este torneo pareció diluirse cuando Olazábal la desvió hacia el Circuito Europeo, incapaz de formar un calendario que satisfaga a sus jugadores y de dar fuerza a pruebas ya consolidadas, puestas en marcha por uno de sus estandartes. Su equipo podía hacer dos cosas: dejarse distraer por sus palabras o transformarlas en una nueva remontada europea en una competición por equipos, abandonando la idea de que ellos siempre serán mejores por parejas. Yang situó a sus dos hombres más fuertes en primera línea de combate y el reto estaba delante, esperándoles, pidiéndoles el último esfuerzo de 2013. ¿Qué sucedió? Unas fichas de dominó comenzaron a caerse, empujándose unas a otras.

Paul Lawrie sería el primer encargado de seguir la tendencia que marcaron ayer Quirós y Colsaerts, aunque en frente tuviera a Aphibarnrat. Era un hueso duro de roer, como bien se demostró en los primeros nueve hoyos: un birdie y ocho pares. Para ganar al tailandés iba a hacer falta bajar holgadamente del par del campo y, aunque el escocés tuvo sus aciertos, se vio incapaz de contener los errores que le han acompañado toda la semana. Cuatro bogeys en diez pruebas le situaron tres abajo en el marcador y el partido estaba resuelto. 3&2.

Olazábal confió entonces en Stephen Gallacher, un hombre en la misma situación que su compatriota, errático durante dos días pero muy consistente a lo largo de esta temporada. Puede que él sí consiguiera batir a Jaidee y abrir esa puerta entreabierta el sábado. También fue imposible. Thongchai marchaba ya con menos cuatro en el nueve, todo solvencia y precisión, y se dedicó a contemporizar durante el resto del día. A falta de dos hoyos finiquitó el duelo por cuatro arriba.

Asia hizo todavía más grande su ventaja (7 a 3) con seis partidos en el campo, es decir, le bastaba sumar un punto y medio para llevarse la copa a casa. Si alguien hubiera apostado un solo céntimo en ese momento hubiera ido para los de Yang, claros dominadores de la competición, con sus dos líderes excelsos. El golf, sin embargo, tenía otros planes para el Royal Trophy. Había sucedido en Brookline en el 99 y en Medinah en el 2012. Cada partido iba a ser determinante, como en toda final. Iban a convertirse en fichas de dominó, pequeñas y carentes de importancia por separado, poderosas si se unían en una secuencia colectiva.

Marc Warren y David Howell pusieron la primera piedra, batiendo a Ryo Ishikawa y H.S. Kim en el hoyo 18. Lo hicieron, además, con fallos de sus rivales, ya que ambos cometieron bogey cuando parecía que su partido terminaría en empate. ¿Punto de inflexión? Puede ser, ya que en el deporte, y quizá en la vida, se entiende como el momento en que todo el mundo, a la vez, se da cuenta de lo que ha estado pasando. Cuando Howell sumó el punto la remontada se había iniciado e iba a ser difícil contenerla. Ni Quirós, dejando escapar su partido en el 18 frente al otro Kim, frenó esa constante caída de fichas al suelo. En tres partidos Europa había sumado dos puntos y medio y la situación había cambiado drásticamente: 7½ a 5½. Asia necesitaba un punto. Europa tres.

Fue una caída en barrena. Olesen se aprovechó de los constantes errores de Wu para sumar el primero, Wiesberger no cometió un solo bogey en su vuelta para superar a Fujita, también por 3&2. En el último partido, el que decidiría el campeonato, Colsaerts se transformó en aquel novato que incendió las gradas estadounidenses y ganó por dos arriba, dando fuerza y sentido a todo lo que Olazábal había declarado el día anterior sobre este campeonato, promovido por Seve. Un par de horas antes, la situación parecía en control de los de Yang, pero las fichas fueron cayendo una tras otra, moviéndose gracias al efecto de la anterior, sin que nadie se diera cuenta.7½ a 8½. Cuando el capitán asiático miró la tabla era demasiado tarde.

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