Cuando Jack Nicklaus se acerca a un micrófono y responde a los periodistas no parece que estemos ante una rueda de prensa, sino a algo muy similar a una clase magistral, una entrevista personal o incluso una conversación. Las preguntas son cortas y directas, mientras que las respuestas se prolongan indefinidamente, hasta el punto en que el Oso Dorado es capaz de preguntarse si ya ha hablado suficiente.
En el polo opuesto se encuentran las —esta vez, sí— ruedas de prensa de Tiger Woods. La que concedió ayer previa al Honda PGA Championship supone un ejemplo perfecto entre estar condicionado por la competición y no estarlo. Woods no quiso comentar en ningún momento el libro que su exentrenador, Hank Haney, ha escrito sobre sus años de colaboración y llegó a mostrarse enfadado por la insistencia en el tema. Nicklaus, un día antes, hablaba con cariño del deporte al que tanto ha contribuido, como si de una charla informal se tratara.
El punto en el que se unen ambas situaciones es cuando Jack expresa su opinión sobre Tiger. Aunque entre los dos hay una diferencia considerable de edad y nunca han competido en igualdad de condiciones, existe una gran rivalidad entre los dos mejores jugadores que ha podido ver el golf y que se refleja en un dato: 18 majors. Es la gran pregunta para los próximos diez años: ¿conseguirá Tiger superar a Nicklaus? Es decir, ¿conseguirá ganar por lo menos cuatro majors más? Su respuesta a la pregunta hace hincapié en un factor que hablando de Woods en ocasiones olvidamos: tiene ya treinta y seis años.
“Todavía creo que lo conseguirá”, indicaba Nicklaus esta semana. “Todavía tiene que hacerlo. Y no solo eso, tiene que jugar mejor que cualquier otro que esté jugando hoy día. Es una tarea bastante difícil. ¿Cuántos años tiene? ¿Treinta y seis? Ahí esta el reto. ¿Cuántos majors gané yo después de cumplir los treinta y seis? Cuatro”.
Cuando hablamos del estado del juego de Woods en la actualidad solemos compararlo con el de hace unos años, previos al escándalo mediático con su familia y, sobre todo, a su lesión en la rodilla. En su carrera golfística se ha marcado como punto de inflexión, un antes y un después en su capacidad para hacer grandes vueltas. La realidad, ahora ya alejada en el tiempo de aquel día en que estrelló su coche cerca de su residencia en Florida, hace que nos planteemos otros condicionantes. Como dice Nicklaus, Tiger tiene ya treinta y seis años y está compitiendo contra chicos de veinte.
¿Es de verdad la carrera de un golfista de élite tan larga? ¿Es posible seguir el mismo ritmo de competición durante veinte años seguidos? La respuesta es negativa, pero en el caso de Woods parecemos olvidarlo en ocasiones. “¿Ganará otra vez? Seguro, es demasiado bueno como para no ganar. ¿Ganará tan a menudo como solía? Probablemente no”, apuntaba Nicklaus.
Muchas veces se ha llamado a Woods el primer golfista moderno, capaz de poner tanta atención a su rendimiento físico como al estrictamente golfístico. Este momento, en el que Tiger empieza a bajar su rendimiento, no solo es trascendente de cara al récord que marcó Nicklaus en 1986. También es relevante para señalar la franja de años en que comienza el llamado blues del jugador de golf, en el que, por alguna razón, la maquinaria empieza a fallar.
Deja un comentario