El principal titular de lo sucedido hace unos días en el recorrido parisino de St-Nom-La-Bretèche ha sido la tan ansiada victoria del combinado de la Europa continental trece años después de que un capitán Severiano Ballesteros en labores de campo derrotara en los individuales a todo un número 3 del ránking mundial como Colin Montgomerie e infligiera a los jugadores de Gran Bretaña e Irlanda la única derrota que hasta ahora interrumpía el monótono palmarés de esta competición.
José María Olazábal igualaba a su añorado compañero de fatigas en la Ryder Cup y bajo su liderazgo le daba al Seve Trophy el revulsivo que necesitaba para reclamar su sitio en el calendario europeo. Siempre, por supuesto, que se logre su viabilidad económica y que se venzan las reticencias de algunos irreductibles, circunstancias que redundarán en beneficio del golf europeo y de una cantera que encuentra en esta cita una valiosa oportunidad de foguearse y empezar a prepararse para la gran batalla que al año siguiente los enfrentará a lo más granado del golf estadounidense.
Sin embargo, si hay un hecho que debería ser recordado es la gesta, con mayúsculas, conseguida por un golfista de treinta y un años, natural de Burdeos, que ha logrado el pleno de victorias disputando todos los partidos y ante rivales todos ellos superiores si atendemos a su clasificación en el ránking mundial. No en vano, era el único integrante del bando continental que dormía fuera del top 100 del OWGR, y el tercero en este hándicap si añadíamos a los isleños. Para valorar adecuadamente esta hazaña, previamente solo el genio de Pedreña había conseguido ese 100% de victorias, pero con dos enfrentamientos.
Pocas veces se es profeta en tu tierra. Pocas veces se consigue dar lo mejor de tu juego ante tu público. Pocas veces se recuperan las sensaciones después de un verano golfístico con el primer entorchado en cuatro años y desiguales actuaciones en la resaca posterior de torneos que además servían de antesala para la cita de match play. Y, muy especialmente, pocas veces se consigue hacerlo en tu primera experiencia en un enfrentamiento por equipos a nivel profesional.
Si echamos un rápido vistazo a su histórico de resultados en el European Tour descubriremos a un golfista que todavía no ha logrado despuntar entre el pelotón de gregarios que semana tras semana luchan por hacerse con un sitio en la zona noble de un circuito que reserva sus mayores premios a los habituales de la finalísima de Dubai (ausente en 2012) y sobre todo a los aficionados a la pesca de “salmones” (inédito en el Masters, su mejor resultado en un major es un top 40 en el The Open Championship de 2008) y a los que suelen ser testigos de las rutinarias exhibiciones del Tigre de Cypress en los campeonatos de las series mundiales de golf (Bourdy lleva desaparecido de estas competiciones desde el WGC HSBC Champions de 2010, donde logró su mejor actuación, trigésimo noveno).
Aun quedan cinco años para que Francia tome el relevo de Valderrama y acoja la segunda Ryder Cup fuera de las islas en sus más de ochenta años de historia. Para muchos un mundo, pero para quien esto escribe el tiempo necesario para que este jugador madure y recoja el testigo de Thomas Levet y Jean Van de Velde. Como muestra, un botón: esta temporada es la primera vez que ha superado la marca de los 700.000 € en ganancias y todavía restan las millonarias paradas asiáticas que lanzarán la lucha por los petrodólares del DP World Tour Championship en Dubái.
Para terminar esta breve reseña, no me puedo olvidar de Joost Luiten, el jugador neerlandés que templó los nervios de este triunfante francés en las dos primeras jornadas de fourballs para asistir atónito al espectacular repertorio de solidez y buen juego que Gregory Bourdy desplegó en los foursomes sabatinos, y que no pudo completar su particular repóquer al ceder en los individuales ante un Tommy Fleetwood que lograba a sus diecinueve años su primer punto en el Seve Trophy.
Chapeau!
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