Desde que Lydia Ko firmara una vuelta de diez bajo par en la primera jornada del Abierto de Australia, toda la atención mediática estuvo enfocada en su corta pero brillante carrera como amateur. Como para no hacerlo. La chica que rechazaba una invitación para prepararse a conciencia para otro torneo, capaz de ganar en distintos puntos del globo en diferentes circuitos, sabía también cómo rendir a un nivel excelso durante varias semanas consecutivas. Nunca antes se había planteado que una jugadora se pasara al profesionalismo a la tierna edad de quince años, pero en su caso todo es distinto. Cuando Lydia juega al golf, abandona la realidad y se convierte en un animal competitivo.
Había llegado a la última jornada con el mismo resultado que la número ocho del mundo, Jiyai Shin, en un acumulado de menos diecisiete. Su despliegue de cualidades hasta ese momento cumplía todos los requisitos que figuran en la definición de talento: precocidad, inteligencia, capacidad para transformar lo complejo en una tarea sencilla… Parecíamos encontrarnos ante una persona de treinta y cinco años encerrada en el cuerpo de una adolescente, capaz de decir cosas como: “No voy a cambiar mis planes por estar en el último partido” o “cada victoria significa mucho y es muy especial”, mientras se ajusta unas gafas enormes o juguetea con las pulseras de su muñeca derecha. No la conocemos desde hace mucho, pero por cómo se comporta en el campo y ante los medios no es difícil deducir que el tiempo no ha transcurrido a la misma velocidad en su cabeza que en la del resto.
Pero sus últimos dieciocho hoyos en el Abierto de Australia eran toda una prueba de valor. Ya no se trataba de jugar un buen golf durante una tarde, meter más o menos putts o aprender con las profesionales. Era la competición en su estado más primigenio, ante las mejores del mundo y en el circuito más fuerte de la actualidad. Por detrás acechaba la número uno del mundo, Yani Tseng, o la ganadora de la Orden de Mérito del Ladies European Tour, Carlota Ciganda, pero sobre todo, a su lado y durante toda la vuelta, estaría Jiyai Shin. Porque si hablamos de precocidad la surcoreana lo sabe prácticamente todo de la materia, basta con echar un vistazo a su currículum: 24 años, once victorias en el LPGA Tour, cinco en el LPGA of Japan, veintiuno en el de Korea, dos British Open… Nos fijábamos en Ko y nos olvidábamos de que las primeras clasificadas en el Ranking Mundial son también grandes talentos precoces. Tseng tiene 24 años, Na Yeon Choi 25, Inbee Park 24, Shanshan Feng 23, So Yeon Ryu 22, y todas han ganado ya alguno de los cuatro majors. A pesar de ser muy jóvenes han afrontado la mayor presión a la que puede enfrentarse una golfista profesional hoy en día, o como explicaba Karrie Webb hace unos años: “Si estás en la primera vuelta de un major, las mariposas son distintas”.
Ko se enfrentó a una jugadora apodada en su país como “La reina de las últimas jornadas”, que nunca ha perdido un playoff y que además ganó el más largo de la historia del LPGA Tour hace unos meses, frente a Paula Creamer en el noveno hoyo de desempate. Y eso, por mucho talento que se tenga, solo se puede combatir con experiencia previa. La neozelandesa firmó un doble bogey en su primer hoyo y un bogey en el segundo y a pesar de conseguir un par de birdies más tarde y mantener opciones de remontada, no fue capaz de compensar ese mas tres inicial. Su vuelta, de 76 golpes, abrió una autopista de cuatro carriles a Shin, que evidentemente no desaprovechó. Por si a la joven Lydia le faltó por aprender algo en esta última jornada, Yani Tseng firmó una vuelta de menos siete y la superó en el segundo puesto de la clasificación con un global de menos dieciséis. No, tampoco se puede descartar nunca a la número uno.
Beatriz Recari confirmó las buenas sensaciones que habían dejado su noveno puesto en Nueva Zelanda y firmó 71 golpes para terminar en cuarta posición con menos trece. Carlota Ciganda, en otra muestra de un potencial inmenso, entregó 70 y finalizó en la sexta plaza, mientras que Belén Mozo terminaba vigésimo cuarta en otro buen torneo en las antípodas. Las tres se conjuran en los primeros compases del curso para vivir grandes tardes a lo largo de 2013, en el que no una, sino varias victorias españolas pueden volver a llevar sus nombres escritos.
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