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La inesperada escala cubana de Barbara Romack

Óscar Díaz | 27 de junio de 2013

Cuando la golfista profesional Barbara Romack embarcó en el vuelo 843 de Delta Airlines que iba de Chicago a Miami el 21 de febrero de 1968, el mayor de sus temores era el mismo que suelen tener todos los jugadores que dejan su instrumental a merced del cuidado de las empresas de «handling» que trabajan con las líneas aéreas: que sus palos llegaran sanos y salvos a su destino y que no se perdieran en la laberínticas entrañas de los aeropuertos de origen o destino.

Pero Romack, campeona del US Women’s Amateur de 1954, vencedora de dos torneos en el LPGA Tour y presidenta del circuito profesional femenino, no sospechaba que la salud de sus palos de golf iba a ser la menor de sus preocupaciones durante el vuelo.

Como nos cuentan en el blog Golf Spelled Backwards haciéndose eco del libro The Skies Belong to Us: Love and Terror in the Golden Age of Hijacking, el vuelo 843 de Delta Airlines fue uno de los 130 secuestrados en espacio aéreo estadounidense entre 1968 y 1972 y que fueron desviados a Cuba.

Dicha cifra, disparatada en estos tiempos, tiene su justificación. En aquel entonces no había controles de seguridad ni escáneres y era posible comprar billetes sin mostrar documentación e incluso adquirirlos directamente a bordo, con lo que no resultaba complicado escabullir un arma y apoderarse de un avión. Tan habituales llegaron a ser estos secuestros que las aerolíneas estadounidenses facilitaban a sus pilotos mapas y cartas de navegación del Caribe, les instruían en los procedimientos de aterrizaje en el aeropuerto José Martí de La Habana y les daban tarjetas con frases hechas para comunicarse con secuestradores de habla hispana.

En aquella época de «normalización» de los secuestros aéreos, la experiencia no solía ser tan traumática como en la actualidad. Aunque el secuestrador del vuelo en el que iba Romack, un delincuente de poca monta llamado Lawrence Rhodes, parecía actuar bajo los efectos del alcohol, se limitó a sacar una pistola y obligar a una azafata a franquearle el paso hasta la cabina para ordenar al piloto que desviara el vuelo a Cuba. No hubo amenazas ni más incidentes y los pasajeros llegaron sin novedad a su inesperada escala en La Habana, donde fueron entrevistados por la prensa local e incluso algunos aprovecharon para comprar recuerdos y ron que consumieron en el viaje de vuelta.

De todo el pasaje quizá Barbara Romack fuera la más célebre y recibió bastante atención de la prensa a su llegada a Estados Unidos. “Fue estupendo. Me hicieron más caso que cuando gané el Women’s Amateur”, explicaba la menuda jugadora estadounidense, a quien se la conocía como «Pequeña tigresa» por su escasa talla y su combatividad.

Curiosamente, la historia de Romack no fue la más estrambótica de todos los protagonistas de esta aventura, y si ella terminó haciendo una escala inesperada en Cuba, su secuestrador, Lawrence Rhodes, acabó su periplo en… ¡España!

Inicialmente, Rhodes fue recibido como un héroe por las autoridades cubanas y estuvo trabajando un tiempo como enfermero en la isla, pero la policía cubana lo acusó de conspirador y contrarrevolucionario y terminó en la cárcel nueve meses. Después, le dieron 20 pesos y lo embarcaron en un vuelo de Iberia con destino Madrid indicándole que se presentara en la embajada del país caribeño, pero en la delegación cubana no le hicieron el menor caso y comenzó a vivir a salto de mata en nuestro país.

Después de intentar pasar a Francia, Lawrence Rhodes, desesperado y cansado de deambular de acá para allá, acabó entregándose en febrero de 1970 a la policía militar de la base estadounidense de Zaragoza (véase el recorte de prensa del ABC del 10 de febrero que adjuntamos). Poco después lo devolvieron a Estados Unidos, estuvo un tiempo internado en un psiquiátrico y, después de pasar por la cárcel en 1972 volvió a meterse en asuntos turbios y acabó sentenciado a 25 años por robo a mano armada.

Recorte del ABC acerca de la entrega de Larry Rhodes a la policía militar de la base de Zaragoza

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