Impredecible e inevitable, así es Tiger Woods. Impredecible, porque es capaz de ejecutar golpes que otros ni siquiera se atreven a soñar; inevitable, porque es una de las pocas constantes en un deporte de “perdedores”, en el que se considera que un golfista alcanza cotas sobrenaturales si es capaz de lograr la victoria en el 10% de los torneos en que participa.
Pero esas dos cualidades parecían estar en entredicho desde aquel infausto final de 2009 y la avalancha de circunstancias extracurriculares que se han interpuesto en su trayectoria desde entonces. Y aunque no podamos afirmar que Tiger Woods vaya a recuperar el nivel de juego o de popularidad que tuvo en los mejores momentos de su carrera (tampoco nos atrevemos a sostener lo contrario), su capacidad para enardecer al público con golpes mágicos sigue estando fuera de toda duda.
En la cuarta jornada del Memorial, en casa de Jack Nicklaus y en un campo en el que ya había dejado dos chips para la historia en el hoyo 14, el principal icono del mundo del golf, enfundado en sus habituales colores de guerra dominicales, volvió a lucirse con un golpe que sirvió para decantar el torneo. Sin más dilación, disfruten…
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