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Zona Pro

La historia de Wilson es también la historia del golf

Enrique Soto | 28 de enero de 2014

Old Tom Morris, Willie Park, Harry Vardon, Willie Anderson, Francis Ouimet, Bobby Jones… Todos estas leyendas del golf concibieron los bunkers de un modo muy distinto al actual. Al fin y al cabo, se trataban de “trampas de arena”, lugares indeseables del recorrido y de los que resultaba complejo salir. Pregúntenle a cualquier persona, aunque sepa poco de este deporte, qué le sugieren su profundidad o su localización; la respuesta será siempre la misma: “No tires ahí la bola”. Donald Ross, uno de los mejores arquitectos de la historia del golf, declaró a comienzos del siglo XX: “No existe nada parecido a un bunker mal situado. Sin importar dónde esté, la obligación del jugador es evitarlo”.

Y así fue durante cientos de años la historia de las playas en los campos de golf, lugares en los que se enterraban buenos resultados. Hoy día este relato suena más a leyenda, ya que son muchos los profesionales que los buscan desesperadamente desde un rough espeso y diabólico, en un intento de plantear posteriormente su entrada en el green. Las trampas ya no son tales, sino más bien alternativas dentro de los múltiples obstáculos que se pueden encontrar en una vuelta. ¿Cómo se dio este cambio? ¿Por qué hoy nadie teme a la arena? Las respuestas solo se pueden encontrar a través de un nombre: Gene Sarazen.

Era 1922 cuando se convirtió en el primer atleta en trabajar para Wilson & Co., una empresa dedicada en sus inicios a gestionar plantas envasadoras de carne en Nueva York, Chicago y Kansas City. Pronto se dieron cuenta de las múltiples oportunidades que les otorgaba su materia prima y comenzaron a fabricar raquetas de tenis, cuerdas de violín o bolsas de golf. Sarazen comenzó a colaborar con ellos para mejorar la tecnología que aplicaban en sus palos y, por extensión, mejorar su juego, lleno de problemas desde los bunkers. Hasta entonces, había palos específicos para ello, como el Sand Club de Bobby Jones, que contaba con una cara del palo cóncava capaz de contactar con la bola dos veces durante el swing, a modo de cuchara. Poco después, evidentemente, sería prohibido.

Un sand wedge con la cabeza cóncava

Gene pensó entonces en algo distinto, inspirándose en la aerodinámica del ala de un avión que se podría deslizar suavemente a través de la arena. La verdadera innovación fue soldar acero en la base de la cabeza del palo y pulirlo hasta que formara parte de ella. Esa pequeña modificación hizo su base mucho más ancha y sería la parte que entraría primero en contacto con la arena, liberando el camino para que la cara impactara con la bola. Su peso adicional, además, proporcionaba más inercia para salir de la arena más pesada. Nuevo palo y nueva técnica: para que funcionara necesitaría pegar a la bola un poco por detrás, sin contactar con ella realmente en la mayoría de golpes.

Los Wilson R-90, diseñados por Gene Sarazen

La revolución fue inmediata. Sarazen se presentó en el Prince’s Golf Club para la disputa del Open Championship de 1932, teniendo un cuidado extremo para que ninguno de sus rivales viera su nuevo arma en las vueltas de prácticas. Ganó por cinco impactos su quinto grande y consiguió que, desde entonces, su invento no se utilizara solo desde los bunkers, sino también desde el rough o desde la calle. Lo que pensó cuando diseñaba su Sand Iron es la razón por la que ahora colocamos la cara abierta y la bola adelantada en el stance, ya que buscamos cepillarla o, como dice a veces Ángel Cabrera, “cortarle las piernas”.

En 1933, Wilson & Co., que pasó a llamarse Wilson Sporting Goods Company, vendió cincuenta mil unidades del primer sand wedge de la historia, que fue llamado R-90, pasando a convertirse en el principal fabricante de palos de golf. Ese éxito le permitió seguir evolucionando otros de sus productos. Lo que quizá no esperaban es continuar revolucionando el golf a un ritmo tan frenético ya que, pocos meses después, uno de sus asesores diseñó un hierro que era capaz de alejar el peso del talón del palo, moviéndolo hacia el punto dulce de la cara. Se llamaba Willie Ogg, y fue el principal precursor de la tecnología aplicada al peso perimetral del palo y, consecuentemente, a los hierros con cavidad posterior.

Los hierros de Wilson diseñados por Willie Ogg

Sarazen se convirtió en el primer jugador en ganar los cuatro majors tal y como los conocemos mientras que Wilson estaba en la cresta de la ola, caminando a la vanguardia de la tecnología en el golf. Los jugadores que comenzaron a asociarse con ellos en el futuro quizá les suenen de algo: Sam Snead, Arnold Palmer, Nick Faldo, Payne Stewart, John Daily, Ben Crenshaw, Vijay Singh, Padraig Harrington… Su historia, que ahora tiene 100 años, es también la historia del golf. En 1948 financiaron a Patty Berg y Babe Didrikson Zaharias para formar la Women’s PGA, el principal predecesor del actual LPGA Tour; sus hierros han ganado más grandes que los de cualquier otra marca (61); y siguieron sacando otros palos tan emblemáticos como los Wilson 8802 Putters, apodados Little Ben por el nivel al que pateó Crenshaw durante la cúspide de su carrera.

La semana pasada, durante el PGA Merchandise Show, anunciaron que sacarán al mercado tres nuevas ediciones de sus tres productos más exitosos: los hierros Wilson Staff Dynapower, el Little Ben y las Centennial DUO Golf Balls, que evocan el estilo dorado de los cincuenta. Además, contarán con una línea de bolsas, gorras, fundas para maderas, marcadores o paraguas que podréis ver ya esta semana durante el Waste Management Phoenix Open.

Los Wilson Staff FG Tour 100

El Wilson 8802 Putter, apodado Little Ben

Centennial DUO Golf Balls

Línea de productos de Wilson conmemorando sus 100 años de historia

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