Había ciertas dudas de cómo se comportaría Sergio García en el liderato del Thailand Golf Championship. En cierto modo, eran lógicas: lo había conseguido en Augusta tras dieciocho hoyos antes de desmoronarse en la segunda jornada; también en The Players, en el tee del 17, antes de ver cómo sus dos golpes terminaban mojados. A partir de ese torneo no le vimos tantas veces en cabeza y las victorias, evidentemente, no llegaron. En esta ocasión su compañero de baile era Justin Rose y la prueba a afrontar, el día del movimiento en un campo preparado para albergar muchos birdies. Sergio podía volver a desmoronarse o atacar con decisión, olvidarse de las consecuencias negativas de cada uno de sus impactos y sacar a relucir ese talento que tantos triunfos le otorgó en el pasado. Y vaya si lo hizo.
“Siento que he jugado bien estos dos días”, dijo ayer. “Todavía quedan otros dos y obviamente necesitaré seguir así”. Su despliegue en Tailandia fue la consecuencia de sus últimos resultados alrededor del globo, de aquellos dos cuartos puestos en Estados Unidos y China o el segundo que obtuvo la semana pasada en Sudáfrica. Su confianza, a partir de esos buenos golpes, se estaba hinchando; su swing recorría más a menudo la línea que desembocaba en los birdies y, en general, Sergio se encontraba más relajado, más niño en el campo de golf. Y él, de entre todos los que ocupan las primeras posiciones del Ranking Mundial, se aprovecha mejor que nadie de esas sensaciones.
Comenzó con un birdie en el dos y un bogey en el cuatro, mientras que Rose también se mantenía al par. A partir de ahí, sin embargo, las cartas quedaron boca arriba sobre la mesa y cada uno mostró el juego que había llevado hasta este campeonato. En el caso de Sergio fue una lluvia fina y afilada, de las que calan hasta los huesos pasada una hora. Birdie al seis y al siete, al once y al trece, al quince y, como si se sintiera capaz de cerrar un torneo con toda una jornada por delante, atacó las banderas del 17 y el 18 desatado. Dos aciertos más y un menos siete en el día. “Fue genial salir ahí y volver a hacer un 65”, declaró. “Jugué muy bien y me sentí muy cómodo. Fui capaz de pegar muy buenos golpes y también de meter dos o tres putts muy buenos, así como de terminar con dos birdies en un final tan tenso”.
Rose se quedaba en los 70 y en un acumulado de menos trece, a cinco del líder. Sus principales rivales, ahora, son el hindú Anirban Lahiri y un tal Henrik Stenson, el hombre que ha transformado el arte de jugar a un gran nivel en una costumbre animal; parece que sus birdies llegan solo por desearlos. Están, sin embargo, a cuatro de un García exultante. “No solo está Henrik”, continuó. “Hay probablemente cinco o seis jugadores en situación de entregar un gran resultado mañana. Va ser emocionante. Voy a intentar hacer las mismas cosas y mantenerme concentrado, y espero jugar lo suficientemente bien como para ganar. Quiero ser muy agresivo. Hacer todos los birdies que pueda y, si lo consigo, les pondré las cosas muy difíciles. Si comienzo conservador puedo darles una buena oportunidad de cazarme”.
Pero no parece esta la situación en la que el líder se derrumba. A pesar de todo por lo que ha pasado esta temporada, cuenta ahora con un arma que le acompañó en sus mejores batallas a lo largo de su carrera. De entre todas ellas, es la mejor le hace jugar al golf. Sergio parece feliz, puede que por la chica que le lleva la bolsa o porque está más cerca de solucionar un enigma que enunció Pablo Picasso hace unas décadas: “Todos los niños son artistas cuando nacen. El problema es cómo seguir siéndolo cuando crecen”. Y él, desde bien jovencito, era todo un portento.
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