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Zona Pro

El trabajo de una vida

Enrique Soto | 14 de abril de 2013

Nadie sabe lo que puede llegar a ocurrir un domingo de Masters en el Augusta National. Hace doce meses, Louis Oosthuizen pegó un hierro 4 que hizo volar su bola más allá de los doscientos metros, rodó por el green del hoyo 2 durante veintiún segundos y terminó entrando en el hoyo en forma de albatros, en lo que supuso un bonito recuerdo del “golpe escuchado por todo el mundo” de Gene Sarazen. Hace dos años, Tiger Woods finalizó sus nueve primeros hoyos en un acumulado de menos cinco, provocando que todo lo construido durante tres jornadas anteriores perdiera cualquier relevancia. Nadie sabe qué va a suceder en 2013, pero todos esperan cualquier cosa.

El desgaste que provoca este recorrido en los jugadores se ve reflejado en sus rostros. Todos mantienen cierta sensación de alivio al terminar, como quien ha pasado por un día duro y solo quiere tumbarse a contemplar el techo de su habitación. Nada mejor para ilustrarlo que la vuelta de Jason Day, líder al finalizar la segunda jornada. “Tengo un plan”, dijo entonces, “y necesito atenerme a él”. La estrategia del australiano era atacar en determinados momentos, no volverse loco, morderse los labios ante las ganas de tirar a bandera y esperar su oportunidad. Lo hizo durante doce larguísimos hoyos, en los que firmó doce pares consecutivos. Visualizó cada golpe con los ojos cerrados, mantuvo su rutina, imaginó la trayectoria de su bola en el limpio cielo de Augusta, aunque se tratara de un golpe conservador. Cuando realizó un birdie en el trece, sonrió como el chico que finaliza sus deberes. El campo, sin embargo, le guardó un par de sorpresas en sus dos últimas pruebas. Day tenía un plan y lo siguió lo mejor que pudo para terminar el día con 73 golpes. Apenas cometió errores, la ejecución rozó la excelencia. Salió del 18 frustrado.

No se puede controlar todo lo que sucede en sus calles. Lo dice también Sergio García, que después de liderar el torneo lleva dos días peleándose con sus dilemas, intentando aceptar las injusticias que se encuentra por el camino, sabiendo que, sin importar su nivel de juego, puede no entregar un gran resultado. “Estoy cansado”, dijo él también al finalizar. Para ganar allí, es necesario una gasolina especial con la que no cuenta todo el mundo. Parece necesario entender este recorrido, cogerle el cariño suficiente como para darle un empujón a la bola cuando pasa cerca del hoyo, tratar sus peculiaridades como gajes del oficio. Es indiscutible que, cuanto más se juegue, mejor se rinde. Echen un vistazo a la lista de ganadores en Augusta: no hay nadie desconocido, ninguno de ellos pasó de puntillas por el mundo del golf. Ahora, hagan lo mismo con la clasificación: todos son sospechosos habituales.

Brandt Snedeker firmó 77 golpes el domingo de 2008 y finalizó tercero, en lo que supuso su primera oportunidad de ganar un grande. Respondiendo un par de preguntas tras entregar su tarjeta, se echó a llorar. Estaba frustrado, decepcionado, rendido; Augusta no tiene piedad con los novatos. “No tenía ni idea de lo que estaba haciendo”, dijo ayer. “No tenía una estrategia, no sabía cuando ser agresivo, cuando no serlo, cómo jugar este campo de la forma en que se supone que tienes que hacerlo”. Pero ahora es más fuerte. Ha tenido tiempo de perder un Open Championship tras pasar cuarenta hoyos sin cometer un solo bogey, ha vuelto a ganar torneos en el PGA Tour, por no hablar de lo que habrá crecido su confianza al terminar primero la FedEx Cup. Podría seguir, y decir que se ha convertido en los últimos meses en el indiscutible rey de los greenes, el arma más letal que existe en el golf. Snedeker ha crecido, se está volviendo a medir a Augusta y no es una casualidad que afronte la jornada final empatado en el liderato con Ángel Cabrera, un perro viejo donde los haya. “He pasado treinta y dos años de mi vida preparándome para mañana y todo ha sido un proceso de aprendizaje”, dijo. “Estoy completamente, al cien por cien seguro de que estoy preparado para manejar todo lo que pase mañana. Voy a sentirme decepcionado si no gano. Punto”.

Estas palabras, viniendo de un hombre que habla tan rápido, son difíciles de digerir. Suponemos que habrá sacado la confianza de un lugar parecido al que de vez en cuando visita el argentino, número 269 del Ranking Mundial. Como si el golf se pudiera gestionar con números, parece pensar Cabrera. De vez en cuando entra en escena y se carga todos los papeles previstos, todo el desarrollo de la obra. En el Masters lo hizo con cuatro birdies en cinco hoyos el viernes y con seis más a lo largo del sábado. Él, de entre todos los contendientes, tiene una capacidad inaudita para hacer sangrar al diseño de Jones y MacKenzie. “Mañana tengo que jugar muy bien para ganar el torneo”, decía tranquilo al finalizar. Como si no lo hubiera hecho ya. Desde un acumulado de menos siete, saldrá junto a Snedeker en el último partido del Masters y, por si no conocen la cifra, se la recuerdo: el ganador ha salido de esa última pareja en diecinueve ocasiones en veinte años, aunque no en las últimas dos (Schwartzel y Watson).

Algo más que un ajuste de cuentas con los majors tiene también Adam Scott, perdedor indiscutible del Open de 2008, hombre señalado como candidato a hundirse en el olvido. Al igual que Snedeker, el australiano es ahora mejor que cuando contemplaba a Ernie Els levantar la jarra de clarete y se ha situado a un solo impacto de los líderes buscando redención, buscando también la gloria. El hombre silencioso de esta edición, Marc Leishman, espera desde el menos cinco, junto a Jason Day. Parece mentira que ningún hombre de este país haya ganado nunca en este campo. Matt Kuchar atacará desde el menos cuatro mientras que Tim Clark (67 golpes el tercer día) lo hará junto a Tiger Woods desde el menos tres, que bien podría ser un menos cinco para el número uno, pero que también podría estar descalificado. “Si no fuera por esa bandera…”, debe de pensar. Pues seguramente estaría líder, o muy cerca de serlo. Woods está jugando tan bien como para ganar este Masters, aunque después de un error de bulto en su dropaje bien podría conformarse con finalizarlo.

Más atrás, en menos uno, se encuentran Sergio y Gonzalo, ya encomendados a los milagros si quieren tener una opción de victoria, bien posicionados para firmar una gran actuación. Son decimocuartos y han sufrido a partes iguales las inclemencias de este recorrido. Un buen golpe allí, un bogey por allá. Se merecen algo mejor para mañana pero en este escenario no se entienden esas cosas. Deberán salir y meter todos los putts. José María Olazábal, desde la trigésimo octava posición, buscará hacer lo mismo, aunque él ya sabe de qué va todo esto.

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