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Zona Pro

El tiempo de Tiger Woods

Enrique Soto | 10 de julio de 2012

Woods recogiendo su último triunfo en el PGA Tour, con el que superó en número de victorias a Jack Nicklaus

Desde los últimos meses del año 2009, una pregunta ha acompañado a la figura de Tiger Woods: “¿Volverá a ser el mismo?”. Las respuestas han sido dispares. Mientras muchos defienden a ultranza que está en el camino correcto para conseguirlo, otros se muestran más que escépticos ante un posible resurgimiento. Woods ha ganado ya en tres ocasiones durante esta temporada, superando a Nicklaus en el número total de victorias en el PGA Tour, y solo un major parece alejarle de una vuelta definitiva al dominio que imperó durante más de una década en el golf.

Sin embargo, la respuesta a si volverá a ser el mismo de antes se antoja bastante más compleja cuando se tiene en cuenta un factor a menudo obviado: la erosión de los años. El próximo mes de diciembre Tiger cumplirá 37 años y su rodilla ha sido literalmente reconstruida, mientras que su confianza ha debido sufrir las numerosas pruebas que medios, aficionados y, sobre todo, él mismo, se ha puesto por delante. Cuando se compara al Woods actual con el de hace unos años, Nick Faldo suele decir: “Era alguien distinto entonces”, y es muy difícil quitarle la razón.

Los tres domingos de este año que han visto cómo un hombre vestido de rojo ganaba y arrastraba miles de aficionados en su partido no saben de esta diferencia. En momentos determinados, el fantástico jugador capaz de ganar cuatro majors seguidos e inventar golpes imposibles para el resto de los mortales surge del gesto serio y concentrado del actual Tiger. Y claro, es imposible no caer en el embrujo. Su capacidad para sorprendernos es ilimitada, como el día en que ganó The Memorial y Nicklaus calificó su approach en el hoyo 16 como “el mejor golpe que ha visto nunca”; o como en las dos primeras jornadas del pasado U.S. Open, en las que no falló un solo golpe. Ni uno solo. En sus momentos de mayor esplendor, cuando las cámaras enfocan su mirada intensa sobre el objetivo con buenas opciones de victoria, es sencillo creer de nuevo en la leyenda de Tiger Woods, el mejor jugador de la historia.

Para ser objetivo es preciso no caer en esta ilusión óptica. Comparar a ambos jugadores (el pasado y el actual) se trata de una cuestión injusta por una variable determinante para cualquier ser vivo: el paso del tiempo. El Tiger Woods de hace unos años, en términos globales, jugaba mejor que el actual, su capacidad de concentración era mayor y su confianza no dejaba ni un solo resquicio a las dudas, es decir, era mejor jugador de golf. Del mismo modo que el presente será todavía mejor que el de años venideros. No estamos ante un Woods en un estado de forma particular ni un periodo en el que su confianza sufra altibajos, sino ante un enorme talento natural en unos años en los que, por razones naturales, su rendimiento empieza a resentirse. Llamémoslo el blues del jugador de golf.

La única respuesta a la pregunta inicial es que Tiger Woods no puede volver porque el tiempo no se mueve en esa dirección. Incluso él parece consciente de ello y ha estado trabajando para que su swing refuerce sus opciones, cogiendo más calles que nadie, reduciendo los grandes errores; haciendo de sí mismo y más que nunca, una máquina de precisión. ¿Cuántos drives al fade hemos podido ver este año? Prácticamente todos. Parece irónico que todavía sigamos comparándolo con el chaval que hacía gritar a la bola en cada impacto. El récord de grandes de Nicklaus y el de victorias de Sam Snead están marcados como los dos grandes retos para la siguiente década, y dependerán nada más que de su trabajo semana a semana. Un tal Roger Federer, campeón por séptima vez de Wimbledon el pasado domingo, entiende algo de esta materia porque también ha visto como jóvenes de gran talento minaban su impoluta trayectoria.

En un momento como éste, cabe decir que nunca antes había deseado con tanta fuerza que Woods ganara de nuevo, del mismo modo que empujaba con la mirada la bola de Tom Watson en cada hoyo de Turnberry. Las mejores historias en el deporte son las que rompen de lleno con la realidad e inspiran a las personas a hacer algo distinto a lo que supuestamente debería suceder. Tiger parecía destinado a alcanzar la cima pero nunca se pensó que también lo estaba a abandonarla. Ahora, apostar por él comienza a tener mérito.

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