A la inmensa mayoría de nuestros lectores les habrá venido a la mente al leer este enunciado la imponente imagen de Tiger Woods y sus catorce salmones (cuatro de ellos consecutivos en el bienio 2000-01), sus dos FedEx Cup, sus diez títulos en la lista de ganancias del PGA Tour, sus seiscientas setenta y siete semanas al frente de la clasificación mundial (y sumando), sus setenta y nueve triunfos en el circuito estadounidense (y más de un centenar de entorchados internacionales) y sus nueve victorias por equipos (la Ryder Cup de 1999, seis Presidents Cup, las Copas del Mundo de 1999 y 2000, y el Eisenhower Trophy de 1995, en su ya lejana etapa amateur).
Otros, los más nostálgicos, habrán desempolvado los recortes golfísticos de su más tierna infancia o adolescencia para recordar la gesta de Sam Snead (ochenta y cinco victorias en el PGA Tour entre 1936 y 1965) o la autoritaria marcha del Oso Dorado y su exigente récord de dieciocho grandes.
Para algún que otro despistado lector británico (nice to meet you) la estampa será la de nuestro añorado Seve Ballesteros, el primer europeo en derribar la infranqueable muralla del Augusta National en 1980 y enseñar el camino a una generación de oro para el golf continental donde sobresale con luz propia (y se refleja en las cámaras del Golf Channel estadounidense) Sir Nick Faldo, seis veces ganador de majors y vencedor en Augusta en 1996 a costa de un despistado tiburón blanco en 1996.
Sin embargo, ¿por qué no buscar otro criterio para determinar al mejor golfista de la historia? ¿Por qué no probar con el de la regularidad? Que se lo pregunten si no al bueno de Monty, incapaz de pescar en las procelosas aguas de los majors, pero que hizo del Circuito Europeo su cortijo y se impuso en ocho Órdenes de Mérito, amén de pagar su frustración en los torneos grandes convirtiendo innumerables putts decisivos en la Ryder Cup. Y la regularidad llevada al límite podría ir ligada al paradigma de la longevidad.
En este ámbito nos encontramos con un golfista que es muchísimo más que una coleta, un Ferrari, un habano y una copa de Rioja, que a sus 50 años (y contando) no solo es el golfista de más edad mejor clasificado en el ranking mundial, sino que sigue entre los cuarenta mejores y entrará por la puerta grande en los cuatro majors de la temporada… y todo ello un año después de una escalofriante fractura de meseta tibial que a más de uno lo habría dejado en el dique seco.
¿Mérito relativo? Repasemos la clasificación mundial a 31 de marzo de 2014 y descubriremos cómo el siguiente “cincuentón” es el fiyiano Vijay Singh, todo un antiguo número uno del mundo y con tres grandes en su haber (PGA Championship de 1998 y 2004, The Masters de 2000) pero que a sus cincuenta y un años languidece en la centésimo quincuagésimo novena posición, a la espera de terminar de deshojar una margarita de recursos judiciales con el PGA Tour y reverdecer en el retiro dorado del Champions Tour.
Un último apunte. A los 50 años Jack Nicklaus era 139º (1990), Tom Watson era 98º (1999), Lee Trevino era 147º (1989), Nick Faldo, Bernhard Langer, Mark O’Meara y Severiano Ballesteros andaban desaparecidos más allá del top 300 (2007), y Colin Montgomerie se jubilaba en el 650º (2013).
No se trata de justificar un de por sí excelso palmarés con veinte victorias en el European Tour, destacando el BMW PGA Championship de 2008 y el Volvo Masters de 1999 (tras el The Open Championship, los dos mejores torneos de todos cuantos se disputan en el Viejo Continente), y unos más que notables registros en la Ryder Cup donde le hincó el diente a la copa de las cien guineas en las ediciones de 2004 y 2010. Es tan solo una forma distinta de valorar una longeva, y aún activa, carrera profesional de un Miguel Ángel Jiménez que parece beber de la fuente de la eterna juventud.
¡Larga vida al Pisha!
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