Competir en el PGA Tour es el sueño de miles de profesionales a lo largo y ancho del globo pero, como cualquier vida de un deportista, cuenta con sus ventajas e inconvenientes. Mientras que los aspectos positivos saltan a la vista (millones de dólares en premios, jugar con los mejores del mundo…), las dificultades pueden parecer más ocultas, y suelen acrecentarse con la edad. Steve Stricker tiene 46 años y ha comunicado esta semana en Kapalua, donde se disputa el Hyundai Tournament of Champions, que reducirá su calendario a diez o doce torneos durante esta temporada.
La palabra exacta que ha empleado el estadounidense es “semi-retiro”, ya que puede que no llegue al mínimo de torneos que exige el PGA Tour para mantener la tarjeta (esta temporada, que abarca desde enero a septiembre, un total de doce). Stricker se ha cansado de hacer las maletas y viajar cada semana a un campo distinto. “He tenido siete semanas de vacaciones y ahora tenía que salir otra vez, y no estaba listo. He hablado con mi mujer y los niños durante los dos últimos años sobre reducir el número de torneos. Pensaba hacerlo hace dos años y terminé jugando diecinueve. Ahora tengo 46 años y es el momento de pasar más tiempo en casa, trabajar en mi fundación (que está creando junto a American Family Insurance para ayudar a adolescentes) y llegar en buenas condiciones y preparado cuando llegue el momento de competir”.
Muchos profesionales adquieren una buena forma a través de la competición. No es lo mismo jugar cientos de vueltas de prácticas que un solo golpe en un torneo del circuito. Es la razón por la que los mejores del mundo planifican su temporada en torno a los grandes y por la que no suelen competir una semana antes de un torneo señalado en rojo en el calendario. Quieren llegar descansados pero con un rodaje a sus espaldas. Sin embargo, en el caso de Stricker puede que la experiencia compense esta falta de kilómetros por la que ahora apuesta. Ben Hogan en su día, tras sufrir un grave accidente de tráfico, se vio obligado a jugar un máximo de cinco o seis pruebas al año y, evidentemente, escogió los grandes. Fue capaz de ganar siete después de quedarse a punto de no volver a jugar. Todos los torneos que había jugado anteriormente en su carrera le sirvieron para competir con la mentalidad adecuada, sin necesidad de acostumbrarse poco a poco al ritmo del circuito. La experiencia como atajo hacia el éxito.
Está por ver si Stricker seguirá un camino similar o si, como decía Raymond Chandler en “The long goodbye”: “Decir adiós es morir un poco”. “No lo estoy dejando. No quiero hacerlo”, comentó en rueda de prensa. “Todavía disfruto jugando, disfruto compitiendo. Es solo que es el momento para pasar más tiempo en casa”.
Deja un comentario