Pellizquémonos: Rory McIlroy sigue con firmeza la estela de triunfos que en su día marcó Tiger Woods. Casi no sorprende porque desde que ganara el PGA Championship nos ha venido malcriando a todos, acechando los primeros puestos en cada prueba y haciendo fácil el complejo arte de jugar bien al golf; una disciplina desquiciante. Pero sus números quedan ya grabados en las listas de ambos circuitos, Europeo y Americano, para recordarnos que esta temporada llevó su impronta, su nombre y su estilo. Los mejores del mundo competían hasta el límite de sus posibilidades hasta que aparecía él, que desmantelaba cualquier plan a base de una cadena interminable de birdies.
Una historia muy similar tuvo lugar en el DP World Tour Championship, último torneo de la temporada en el European Tour. Donald no encontraba su mejor versión después de tres días consecutivos sin cometer un bogey; Justin Rose mantenía un idilio con su putter durante 18 hoyos y batía el récord del Jumeirah Golf Estates y Charl Schwartzel y Louis Oosthuizen esperaban su oportunidad a partir de un fallo de los primeros clasificados. Pudo haber sido una disputa igualada, con tensión y nervios hasta el último de los golpes, pero no fue así. El motivo volvió a ser el mismo que durante los últimos tres meses: también jugaba Rory.
No le estaban saliendo bien las cosas en su última vuelta en Dubai. Un inicio dubitativo le llevó a cometer dos bogeys en sus primeros nueve hoyos, que finalizó con 35 impactos (uno abajo). El resultado era insuficiente hasta ese momento y las oportunidades estaban abiertas a cualquier aspirante, es decir, un torneo normal de golf, donde el azar también tiene su protagonismo. Entonces, saliendo de la nada, apareció Justin Rose embocando cada oportunidad de birdie que acostumbra a producirse en sus vueltas, llegando a la impactante cantidad de seis más un eagle en tan solo 14 hoyos disputados. Fue el primer momento del día en que Rory pensó: “Voy a necesitar algo más que esto para ganar”.
La presión para el número uno fue in crescendo durante los siguientes minutos. Nadie parecía capaz de igualar a Rose tras conseguir un nuevo birdie en el 15 y llevar a cabo, en el 18, uno de los putts más memorables de la temporada. Su bola pareció llegar a frenarse en seco en dos puntos distintos del green y mantuvo la atención de miles de ojos incrédulos durante la friolera de más de diez segundos. No entró por un suspiro. El griterío atravesó el recorrido como una ola de calor y planteó un reto al norirlandés de dimensiones importantes: remontar dos golpes de desventaja para salir a playoff. Una vez más, volvió a hacerlo fácil. McIlroy hizo birdie en el 14, en el 15 y en el 16, empatando en cabeza con el asequible par 5 del 18 en el horizonte. Era de nuevo su última velocidad, en la que no existe un golpe que termine demasiado lejos de bandera y de la que ya no supo frenar hasta el último putt. Birdie al 17, birdie al 18 y otra victoria incontestable.
A pesar de contar sus triunfos con cotidianidad hemos podido ver una evolución a lo largo de los últimos meses. El PGA Championship confirmó su facilidad para ganar cuando se encuentra en buena forma mientras que el Deutsche Bank y el BMW nos enseñaron que también era capaz de sostener ese momento dulce a lo largo del tiempo. Pero en esta ocasión añadimos una nueva característica a un repertorio que comienza a necesitar de una hemeroteca propia: McIlroy también es capaz de reaccionar a mitad de una vuelta y sacar lo mejor de sí mismo. Es una cualidad que solo hemos visto a Woods en el pasado más reciente y que en el caso del golf es lo más parecido a un superpoder. No importa el lugar, las circunstancias ni lo que atraviese el cuerpo durante el día porque, si es necesario, volverá a hacer birdie. Es una etapa más que quema a velocidad de crucero para parecerse al viejo Tiger e imponer un dominio que a muchos les pareció utópico. Últimamente, todo lo relacionado con él comienza también a serlo.
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