Pónganse en la piel de Kyle Stanley hace una semana. La historia ya la conocen. Tres golpes de ventaja en el último hoyo y todo el trabajo de cuatro días se esfumó en veinte segundos por un efecto de retroceso. El momento de intentar dormir ese domingo con todas las imágenes pasando por su cabeza tuvo que ser duro. El golf estaba en deuda con él y tan solo siete días después llegó la redención.
Tras entregar una tarjeta final de 65 golpes (-6), Stanley consiguió su primera victoria en el PGA Tour en el Waste Management Phoenix Open. Lo hizo llegando desde atrás, en el antepenúltimo partido, saliendo a ocho golpes de desventaja respecto al líder de la tercera jornada, Spencer Levin, a quien le tocó en esta ocasión afrontar la cara amarga de este deporte. Con una jornada final de 75 impactos (+4) concluyó en tercera posición después de llegar al tee del 1 con un margen de seis golpes sobre el segundo clasificado. Caprichos del destino, nadie o casi nadie lloró su desgracia.
Todas las almas en el TPC de Scottsdale animaban en una sola dirección: Kyle Stanley.
Una vez más, un torneo que parecía destinado a una monótona jornada final de domingo acabó brindando un precioso desenlace. Stanley y Ben Crane comenzaron apretando desde los primeros hoyos y escalando posiciones. A Levin, los putts no le entraban y pronto veríamos los primeros síntomas de ansiedad.
El momento clave llegó en el 15, con Stanley y Levin empatados en cabeza. Levin comprobó que los cactus de Scottsdale no están de adorno ni para recordarnos la aridez de Arizona. Sin duda fue una de las imágenes de la semana, con el colíder putter escoba en mano buscando un stance que le permitiera sacar la bola de la situación complicada en la que estaba. La desgracia llegaría en el tercer golpe, donde su hierro 5 acabó en el agua para acabar firmando un 7, doble bogey, en el tercer hoyo más fácil del campo.
También tuvo que lidiar con otro cactus Stanley, pero esta vez con más fortuna. Fue en el 17 y consiguió llevar su bola a green y firmar un par tranquilizador. Si Crane no lograba el birdie en el hoyo final, estaría más cerca de su victoria. La premisa se cumplía, pero después de pasarse más de un metro en su putt para birdie, la gloria no llegaría sin sufrir. Tras embocar el putt, sacaba el puño. Un puño liberador de una tensión, presión y adrenalina a un nivel que sólo el propio protagonista conoce.
«No estaba seguro de que pudiera recuperarme tan pronto. El mayor reto era ver si podía dejar atrás la semana pasada y creo que lo he hecho. Quiero darle las gracias a mi padre y a mi madre por todo lo que han hecho por mí. No tengo palabras». Las lágrimas de Stanley, por fin, eran de gozo y no de pena. Las lágrimas de todo un líder de la FedEx Cup que con el cariño de los suyos y del público firmó ayer una de las historias más bonitas de los últimos años.
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