Sergio García ganó dos torneos en los últimos meses de la temporada pasada. Desde entonces y hasta que consiguió el Wyndham Championship hace unos días, no volvía a competir al mismo nivel. Su mejor posición fue cuarto en el Northern Trust Open, en febrero, y no pudo pasar el corte en dos de los cuatro majors. Ahora podemos disfrutar de su mejor versión, en el que lucha hasta el punto de quedarse a las puertas de ser el primer jugador, desde Tiger Woods, en ganar dos pruebas consecutivas en el circuito. Pero más interesante que la vuelta al lugar que su talento merece, es ahondar en el camino que lleva a un jugador a desaparecer por completo del mapa y volver con la fuerza necesaria como para ganar dos torneos consecutivos. Pasó el pasado año en España y esta semana ha estado cerca de volver a suceder en Estados Unidos.
No hay demasiados fenómenos en el golf más emocionantes que un jugador joven y de gran talento. Y no hace demasiado tiempo, Sergio era muy joven y tenía un talento desmedido, hasta el punto de quedar segundo en el PGA Championship con diecinueve años. Cuando un deportista entra con tal fuerza en un mundo tan competitivo, es muy difícil hacerle comprender que lo conseguido es toda una gesta, que muchos antes que él nunca consiguieron llegar tan alto y que solo repetir esa segunda posición sería una tarea complicada. Nada pudo perjudicar tanto a la carrera de García como un comienzo tan fulgurante.
El Sergio que hemos visto en los últimos años no desprendía la fuerza de sus primeros días en el circuito. Lejos de la imagen del chaval corriendo por la calle detrás de su bola, un jugador en lo que debería ser su madurez deportiva caminaba mirando al suelo, huyendo de su pasado desde un intenso silencio. García veía cómo su bola no entraba en el hoyo y era incapaz de pensar en la siguiente oportunidad, sino en qué estaba sucediendo y por qué le estaba ocurriendo a él. Es algo por lo que puede pasar cualquier jugador que se atraganta de expectativas. No existe una evolución y mejora progresivas, como ha sido el caso de Graeme McDowell, sino que se despunta muy pronto y el verdadero éxito, los majors, pueden no llegar. Lo decía Suzann Petterssen en relación a Lydia Ko, ganadora en el LPGA Tour esta semana con tan solo 15 años: “Es evidente que es buena. El problema es que ella es demasiado joven como para comprender dónde está”. El panorama alrededor deja de estar lleno de oportunidades para tornarse oscuro y borroso, en el que el riesgo de perderse aumenta con el paso de cada torneo.
“Hablaba con Adam cuando estaba haciendo mis cálculos de distancias”, declaró García mientras disputaba el The Barclays. “La sensación es muy parecida a como cuando éramos amateurs y hacíamos este tipo de cosas, calculábamos las yardas. Es gracioso. Pero a veces es bueno volver a los comienzos y coger las sensaciones de lo que solías hacer”. Han sido las palabras más significativas del proceso que ha devuelto a Sergio a la senda de la victoria. Puede que la temporada pasada el detonante fuera jugar en Castellón, en su campo, y recordar que es capaz de hacer muy pocos golpes en un recorrido que conoce de memoria. Puede que las últimas semanas haya sido el sentirse solo en el campo de golf, con todo el trabajo pendiente y sin más apoyo que sus propios golpes. Pero independientemente de las causas y de los resultados, lo que hemos podido ver es a un deportista que parecía luchar contra el tiempo y rejuvenecía hasta los días en que era capaz de sonreír mientras jugaba. Cuando esto sucede se produce el llamado “Efecto Sergio”, en el que sin importar la edad, parece volver a tratarse de un rookie en su primer torneo como profesional. Hasta ese punto llega el carisma que desprende García. Le hemos visto tirar un zapato a un marcador, destrozar el talud de un bunker, escupir en un hoyo… Pero cuando vuelve a sonreír en el campo y su golf siente el impulso, queremos que gane. Da igual que tenga treinta y dos o cincuenta años, se trata de aquel chaval que corría detrás de su bola en el PGA, y define a la perfección el entusiasmo que provoca un golpe perfecto.
El camino que ha llevado a Sergio a ganar en Carolina del Norte y quedar tercero en Nueva York es el del hombre que, consciente del paso del tiempo, opta por disfrutar sus días como un joven despreocupado. Solo hay una manera de comprender este proceso: envejeciendo. O como dijo Pablo Picasso el pasado siglo: “Lleva tiempo llegar a ser joven”.
1 comentario a “El efecto Sergio”
Muy buena explicación del efecto Sergio García.
Los que me conocen saben que he sido defensora de SG a muerte. Pero hace ya tiempo me quede sin argumentos y tiré la toalla. Pero nada más cierto, que lo que tu escribes Enrique: en cuanto SG sonríe en el campo es capaz de contagiarnos hasta el punto de querer que gane.
Beatriz García.
http://www.golfymoda.com
Deja un comentario