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El cuarto mejor torneo del mundo

Juan José Nieto | 07 de agosto de 2013

Es inútil que lo intente. El PGA Championship es el cuarto de cuatro. En el calendario, en la mente de los jugadores, en el imaginario colectivo de los aficionados. Por mucho que concentre a los mejores jugadores del mundo en piezas únicas de diseño y con preparaciones espléndidas de campo.

Es el cuarto y último quizá por los motivos pecuniarios que se esconden tras sus orígenes. Tal vez porque Rodman Wanamaker, ideólogo de la Asociación de Golfistas Profesionales de América, no amaba realmente el golf, sino el negocio que podía hacer a su costa. Es el cuarto, tal vez, porque su consideración como torneo del Grand Slam es reciente y fruto de una ocurrencia de Arnold Palmer (junto a su amigo Bob Drum), quien consciente de no poder aspirar a repetir el logro de Bobby Jones ideó una fórmula, allá por 1960, en la que el PGA Championship aparecía como el cuarto torneo. Sí, el cuarto. Y hay más, no se lo tengan en cuenta si no quieren, pero, ¿se le habría ocurrido al Rey del Golf semejante planteamiento de no llevar en sus alforjas el Masters y el US Open de ese mismo año?

De hecho, pocos años antes, en 1953, Ben Hogan venció en el Masters, el US Open y el Open Championship, pero declinó intentarlo en el PGA Championship, torneo que hasta 1958 se disputó bajo la modalidad de juego por hoyos o match-play, entre otras cosas porque coincidía con una de las previas del Open. Es decir, el único aspirante a ganar el moderno Grand Slam no podría haberlo hecho por coincidencia de fechas. Aunque claro, tampoco era consciente del posible significado de su gesta. A no ser que al propio Hogan, tras alzarse con los cuatro trofeos, se le hubiera iluminado la bombilla. Tal vez su discurso de ganador hubiera concluido de la siguiente manera: “Rindan pleitesía al nuevo ganador del Grand Slam”. Se arriesgaría, eso sí, a hacer el ridículo, pues, por muy perfecto que fuera su swing, nunca tuvo Hogan el carisma de Palmer.

Cuéntenlo también como el último por ser la espina clavada de varios de los grandes. Así, si Bobby Jones no pudo nunca aspirar a ganarlo, tampoco lo hicieron los dos más grandes jugadores del viejo continente, Seve Ballesteros y Nick Faldo. Curiosamente, jugarretas del destino, tampoco pudo Arnold Palmer alzarse con el Wanamaker y completar su particular, más suyo que de nadie, Grand Slam. Tampoco, y es éste un dato importante, Tom Watson fue capaz de completarlo.

Pero por qué es el cuarto, me dirán, si el Masters llegó después; si, además, en sus primeros años pasaba por ser una reunión de amigos de Bobby Jones; si detrás de su celebración no hay una gran asociación que lo respalde. El Masters es el Masters, es decir, lleva en su propia esencia la definición de un gran torneo. Es el sueño de todo golfista y una cita periódica para todo aficionado. Porque cualquiera podría recorrer mentalmente el green del 12 o la curvada calle del 13. O imaginarse a sí mismo pateando para birdie en el 18. O enfundándose la chaqueta verde.

Pero no por ser el cuarto es desdeñable su valor. De lo contrario, ¿por qué habrían de citarse en su contienda los cien mejores golfistas del mundo? Entre otros detalles, la PGA es exquisita en la elección y en la preparación de los campos. Descubre joyas y les saca el polvo a otras que llevaban tiempo encajonadas. Eleva el rough a límites razonables y endurece los greenes para que salga triunfante de ellos el mejor jugador. Es cierto, a veces fueron jugadores de perfil medio los que vencieron, pero que no tapen Bob Tway, Scott Brooks, Rich Beem o Shaun Micheel las innumerables exhibiciones que han dado en este torneo leyendas del golf como Walter Hagen, Gene Sarazen, Sam Snead, Gary Player, Jack Nicklaus o, más recientemente, Tiger Woods.

Es el cuarto, sí. El cuarto mejor torneo del mundo. No se lo pierdan.

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