Muirfield, en Escocia, y Oak Hill, en el condado de Rochester, en el estado de Nueva York, acogerán los dos últimos grandes torneos de la temporada. Se repite, no sé si por casualidad, el calendario de 1980, año en el que los vencedores del Open Championship y el PGA Championship fueron Tom Watson y Jack Nicklaus respectivamente.
Precisamente, entre diciembre de 1979 y julio de 1980, o lo que es lo mismo, durante el apogeo de ambos genios, vieron la luz alguno de los golfistas más talentosos de la actualidad, miembros de una camada irrepetible y plurinacional llamada a poner en solfa la hegemonía norteamericana en los circuitos. Así, el 16 de diciembre nacía en Ciudad del Cabo Trevor Immelman; el 7 de enero, en Borriol, Castellón, Sergio García. Meses más tarde, los dos en julio, uno el 16 y otro el 30, uno en Adelaida y el otro en Johannesburgo (aunque a los cinco años emigrara a Inglaterra) se les unirían Adam Scott y Justin Rose. Nadie podría vaticinar que aquellos cuatro alumbramientos acaecidos con menos de ocho meses de diferencia y a varios miles de kilómetros de distancia, estuvieran llamados a converger en un futuro que en aquellos años aún parecía muy lejano.
Parece incontestable, en cambio, afirmar, que en el devenir de sus vidas, ya desde la niñez, existieron lugares comunes, paralelismos que de no ser por el escepticismo reinante, nos parecerían dignos de conformar el argumento central de una novela fantástica. En los cuatro casos se observa una orientación precoz hacia la práctica del golf producto, no cabe duda, de un temprano contacto con ese perfume que lo hace tan atractivo. Sergio (padre golfista y entrenador) y Trevor (su progenitor fue el más alto directivo del Sunshine Tour durante muchos años) nacieron en ambientes puramente golfísticos, mientras que Justin y Adam lo hicieron en el seno de familias que se pudieron permitir la enseñanza y los costes (desplazamientos, material, alojamiento,…) asociados a las competiciones que no siempre iban a poder cubrir las federaciones nacionales o regionales.
Todos ellos, cada uno en atención a la sangre que recorre sus venas, gozaron de referentes cercanos a los que admirar y en los que fijarse. Trevor Immelman nunca olvidará el primer encuentro que mantuvo con el “Caballero Negro”, Gary Player, con cinco años recién cumplidos. Como no podrá cuantificar el valor de las palabras que éste le dirigió horas antes de enfrentarse a la última ronda del Masters de 2008: “Yo creo en ti y tú también debes hacerlo. Ah, y mantén más fija tu cabeza mientras pateas”. Seguro que también tiene presente Sergio García la partida que jugó con Severiano Ballesteros cuando aún era un chaval de catorce años, o la entrega de la chaqueta verde a José María Olazábal, el mismo día en el que él finalizaba el Masters como mejor amateur. Cuánto idolatró, por su parte, Adam Scott al Tiburón Blanco, Greg Norman, y cuánto le agradeció que le llamara para formar parte del equipo internacional de la President’s Cup de 2009, cuando el atractivo jugador transitaba por un período oscuro. Su victoria en el Masters de este año es también la victoria que a Norman tantas veces se le escapó entre los dedos. Para finalizar, quién no reconocería en ese swing tan estudiado y preciso que tiene Justin Rose la meticulosidad y el rigor con los que trabajaba su movimiento el gran jugador inglés Nick Faldo, precisamente el último que se había hecho con un grande hasta la victoria de Rose en el US Open disputado en Merion.
Sin querer extenderme demasiado, también me gustaría destacar la implicación de todos ellos en causas benéficas y solidarias, en fundaciones que no parecen, en este caso, ser meras depositarias de fondos desviados a las respectivas Haciendas. Sin embargo, sí querría incidir en sus carreras como amateurs, en los años previos a dar el salto a profesionales, un salto que, nuevamente, vino a coincidir en el tiempo, entre 1998 y 2000, en la antesala de una monarquía que con los años se mostró tiránica, la de un tal Tiger Woods.
Si bien Adam Scott no necesitó moverse de su continente-isla para hacerse un nombre y erigirse en una gran promesa tras vencer en el Australian Amateur Boys de 1997 y 1998 y en el Junior World Amateur de 1997, Trevor Immelman, Justin Rose y Sergio García dirimieron numerosas batallas alrededor del mundo. Trevor Immelman fue finalista del British Amateur de 1997 y venció en el US Public Links de 1998. Justin Rose, por su parte, lo ganó todo en las islas, menos el British Amateur, y, además, logró quedar cuarto en el British Open de Royal Birkdale, también en 1998, siendo aún aficionado.
Pero, sin duda, la mejor carrera amateur de este cuarteto de jugadores fue la de Sergio García. Y es que Sergio ganó campeonatos juniors siendo aún infantil, venció en la prestigiosa Orange Bowl por catorce golpes, compitió en un torneo profesional, y pasó el corte, con sólo quince años y fue el más joven ganador del Campeonato de Europa Amateur, lo que le permitió participar en el Open Championship de Royal Lytham en 1996. Allí, tras no pasar el corte y haciendo gala de un olfato canino, decidió seguir las últimas dos vueltas del a la postre vencedor, Tom Lehman, quien durante las pertinentes fotos con el trofeo decidió que aquel chico de gesto pícaro e inconfundible acné juvenil podía participar de su felicidad y coger la jarra de clarete. “Algún día será tuya”, le confesó Tom. Puede que los supersticiosos que ignoraran este hecho hayan encontrado, de pronto, la explicación a la ausencia de majors en el palmarés de Sergio. Y es que ya se sabe que las copas no se pueden tocar, menos aún levantar, si no son propias y hasta que no se mete el último putt.
Lo cierto es que los éxitos no terminaron ahí. En 1997 logró el European Amateur Masters, el Abierto de Francia Amateur, todos los campeonatos de España para menores de 21 años (sub 16, sub 18 y sub 21) y el British Boys, amén de su primer torneo como profesional, el Open de Cataluña, prueba puntuable para el circuito nacional.
Vencer el mismo año en los dos torneos más prestigiosos del mundo aficionado, el British Amateur y el US Amateur parecía una hazaña del pasado. No en vano, el último hombre que lo había logrado fue Bob Dickson en un 1967 en que el golf era aún un deporte elitista y poco global. En 1998, en cambio, Sergio García se quedó a unos pocos hoyos de igualar este hecho. En junio, sobre un Muirfield azotado por el viento y tras sufrir más de la cuenta en las semifinales, el mejor jugador amateur del viejo continente confirmó las apuestas y venció en la final a Craig Williams por 7 y 6. Rellenaba, de esta manera, las huellas que había dejado en las islas, años antes, José María Olazábal, vencedor, él también, del British Boys y del British Amateur en años consecutivos (1983 y 1984).
Dos meses más tarde y tras cumplir con nota el expediente en la versión profesional del Open (aunque ensombrecido por la actuación de Justin Rose), se embarcó hacia Estados Unidos para desafiar a la gran esperanza norteamericana del momento y defensor del título del US Amateur, Matt Kuchar. Tras clasificarse entre los 64 mejores y vencer en las dos primeras eliminatorias de match play, ambas figuras midieron sus fuerzas en los cuartos de final. Ante un público neoyorquino expectante, frente a la mayor reunión de gente que jamás se ha citado para seguir un encuentro amateur, Sergio García y Matt Kuchar disputaron el, para muchos analistas y expertos, mejor partido de la historia del golf no profesional. De esa sucesión de grandes golpes salió triunfante el castellonense quien, quizá exhausto por el esfuerzo, sucumbiría en el intento por alcanzar el doblete histórico, al perder ante Tom McKnight en semifinales.
No se lo he dicho por mantener el suspense, pero aquellos dos campeonatos amateurs se disputaron, adivínenlo, en Muirfield y Oak Hill. Y no he escrito, aunque algo he dejado caer, que los dos ganadores de grandes este año nacieron en 1980. Y ya lo saben, motivos e inspiración sobran para que Sergio, en dos de sus campos fetiche, quince años después de aquel 1998 mágico, rompa el maleficio que tal vez estableció aquel verano de 1996 en Lytham tras agarrar una jarra de clarete que no era suya, que aún no lo ha sido (por muy cerca que pasara aquel putt en Carnoustie), pero que, esta vez, aunque sólo sea por el magnetismo de tanta coincidencia, parece más cerca. O eso queremos creer.
Ánimo Sergio. Rompe el maleficio, cierra el círculo que tus compañeros de generación empezaron a trazar y, por favor, no lo olvides, dedícale la victoria a Seve.
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