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Zona Pro

De tigres, monstruos y otras historias de golf

Enrique Soto | 09 de marzo de 2014

La habilidad para meter putts largos es una de las fuerzas más extrañas y misteriosas que existen en el golf. Requiere de muchas actitudes y talento, claro, que se reflejan en calma, buen ritmo e imaginación para ver el camino que la bola puede seguir hasta el hoyo. Pero por encima de todo eso requiere de algo más difícil de describir. La media de aciertos en el PGA Tour entre tres y siete metros apenas ronda el veinte por ciento de éxito, lo que da una idea de que existe cierto factor azar en la ecuación. Unas semanas entran fácilmente, mientras que en otras es normal que se resistan.

El joven Tiger Woods tenía algo distinto al resto. Bueno, en realidad, Woods tenía muchas cosas: pegaba a la bola más fuerte que nadie, tiraba a bandera bolas que reposaban con suavidad, sacaba los golpes más imaginativos cuando se encontraba en zonas delicadas y era implacable desde el liderato. Pero si hubo algo de todo aquello que no encontraba precedente en el mundo del golf era su habilidad para meter putts, especialmente los más largos. Se decía que Nicklaus no era un gran pateador hasta que tenía que serlo, es decir, con la victoria en juego. Entonces Jack sí era el mejor. Pero Tiger era un gran pateador siempre, sin importar la situación. En el libro que publicó en 2001, titulado “Cómo juego al golf”, escribió: “Bajo presión parecía que nunca iba a fallar”.

A lo largo de los años y mientras su cuerpo sufría el desgaste del tiempo, hemos podido ver cómo esa habilidad se antojaba clave en su búsqueda de los cinco grandes que le separan de Jack. Sin ir más allá de 2013, lo comprobamos en el Arnold Palmer, el The Players y el Bridgestone Invitational; Woods no ganó porque su juego largo estuviera al mismo nivel que a comienzos de siglo. De hecho, estaba bastante lejos de esos misiles de trescientos metros o esos golpes desde un rough de alambre con un hierro corto en las manos, hacia una bandera esquinada. Ganó porque fue previsible de tee a green y su putt enviaba la bola siempre en la dirección y a la velocidad adecuadas, hasta el punto de que se situó primero en strokes gained putting tras imponerse en el TPC de Sawgrass.

Ayer, esa historia volvió a repetirse en el Trump National Doral. Dicen que después de la tormenta siempre llega la calma, y después de la tempestad de viento que azotó al monstruo durante la segunda jornada del Cadillac Championship, esa tranquilidad se esperaba paradisíaca. “Mucho más llevadero”, calificó Zach Johnson al nuevo recorrido. Y el Tigre, partiendo a seis de la cabeza, sabía que contaba con una oportunidad. “Quería terminar al día al par del campo”, declaró. Y se empleó a fondo para hacer que su estrategia le elevara en la tabla.

Si ven su tarjeta, de 66 golpes, posiblemente imaginen que jugó un golf muy distinto al del resto de la temporada, en la que ha conseguido algo insólito en su carrera profesional: pasar desapercibido. Pero no fue así. Woods no hizo nada realmente espectacular en el día del movimiento, ni segundos golpes que rozaban el eagle ni approach mágicos que convertían un posible doble bogey en un nuevo acierto, sino más bien algo más parecido a lo que escribió Sun Tzu en el Arte de la Guerra: “Conoce a tu enemigo y conócete a ti mismo; en cien batallas, nunca saldrás derrotado”.

El Tigre sabía que en este campo, en el monstruo, los segundos golpes suelen ser largos, y que ser agresivo carecía de mucha lógica; resulta prácticamente imposible dejar la bola dada desde las distancias que manejan esta semana. “Es muy difícil ser agresivo”, dijo Rory McIlroy, que salió ayer con dos dobles bogeys en dos pares cinco. “Tienes que jugar a zonas más seguras e intentar recuperar, lo que va en contra de mis instintos”. Pero no con los de Woods, capaz de aplacarlos hasta carecer completamente de ellos. Su estrategia no incluía ninguna de estas aventuras que le encantan a Rory y consiguió evitar los colmillos de Doral en la única zona posible: los greenes. Lo recuerdan: la media de aciertos del PGA Tour entre tres y siete metros apenas roza el veinte por ciento de éxito. Él terminó ayer su vuelta necesitando solo un putt en doce de los hoyos; cuatro llegaron entre esas distancias, otro llego desde aún más lejos. En las dos últimas jornadas solo ha necesitado de cincuenta.

Tenía los planos bien diseñados y el arma más letal que le queda en su repertorio golfístico bien afilada, por eso consiguió la mejor vuelta del día (menos seis) y se quedó a solo tres impactos del líder, en el menos uno. Su nombre es Patrick Reed, ha ganado dos veces en menos de un año en el circuito y forma parte de una generación que no parece nada asustada de destacar en los eventos más importantes, como le sucede a Jordan Spieth. “Mañana es domingo, pero al mismo tiempo sigue siendo una vuelta de golf”, declaró este chico de veintitrés años. “Hemos jugado genial. Y si sigo haciendo lo que se supone que debo hacer el domingo por la tarde estaré levantando el trofeo”.

Jason Dufner y Hunter Mahan, dos de los jugadores más certeros del mundo en las distancias más importantes, esperan su oportunidad desde el menos dos, mientras que Jamie Donaldson lo hace con el Tigre desde el menos uno. Miguel Ángel Jiménez, siguiendo los mismos argumentos que Woods, consiguió firmar un 69 que le sitúa sexto, con el par, igualado con Zach y Dustin Johnson. Sergio García es cuadragésimo con más siete y Gonzalo Fernández-Castaño sexagésimo cuarto con más quince.

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