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Zona Pro

Cuando la fortuna te deja plantado

Yago Carrascal | 12 de abril de 2014

Un cabizbajo McIlroy tras finalizar la segunda vuelta del Masters

En las antiguas civilizaciones griega y romana, la Fortuna era considerada una deidad, una diosa relacionada con la posesión de bienes materiales más que con la mera suerte. Sin embargo, actualmente el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española contempla ocho acepciones de la palabra fortuna. Entre esas ocho destacan tres: “encadenamiento de los sucesos, considerado como fortuito”; “suerte favorable”; y “desgracia, adversidad, infortunio”. Cualquiera de estas implicaciones del término son válidas para repasar la segunda jornada vivida por Rory McIlroy en el Augusta National.

El jugador norirlandés probablemente vivió ayer una de las vueltas de golf más frustrantes de su carrera. El año pasado muchos criticamos su falta de acierto, su flojo estado de forma, su mediático cambio de sponsor principal, su vida privada, etcétera. En 2014 el que fuera número uno parece haber recuperado parte de ese juego que lo encumbró hace dos años con sus tres victorias estivales, PGA Championship incluido. Con todo, aún no ha vuelto a ganar en un gran circuito y su juego, a ratos espectacular a ratos desajustado, no es tan dominante como en 2012.

En un campo como Augusta National, el estilo de Rory choca radicalmente con lo propuesto por la dirección del torneo así como por la idea que Mackenzie y Jones tenían en su cabeza. McIlroy es McIlroy, él no cambia su estilo de juego por más que el campo le obligue a pegar golpes de cierta manera. Él sigue demostrando que su repertorio se basa en la explosividad y certeza con el driver y en seguir mandando bolas a la luna para que caigan como jabalinas en las cercanías de bandera. Y en muchas ocasiones lo consigue. Él no está exento de las particularidades del campo de Georgia, pero tampoco está dispuesto a acatarlas todas y eso Augusta te lo hace pagar.

La mala segunda vuelta del jugador de Holywood no fue enteramente culpa suya o de su estilo de juego. Muchos dirán que Rory no estuvo preciso con los hierros, cierto; que no estuvo acertado con el putter, cierto; que no fue capaz de recuperar los malos hoyos, cierto también. Pero atendamos a toda su vuelta, o lo que ayer pudimos ver por televisión, no lo que nos dicen los números de su tarjeta.

La conexión comenzaba con Rory volviendo al tee del hoyo 4 después de declarar su bola injugable tras el primer golpe. No pudimos ver qué pasó exactamente con esa salida, salvo que su bola cruzó el tee del hoyo 5 (por la espalda de un sorprendido Adam Scott) para acabar contra los muros del recinto. El tiro, sin duda, no habría sido bueno, pero algo tuvo que pasar con esa bola entre el impacto y el lugar donde acabó reposando. Finalmente fue un doble bogey.

En los siguientes hoyos, el norirlandés demostró que no está del todo atinado con los hierros. “Está muy fuerte”, dije yo, “calcula mal las distancias”, diría otro. Como lo sucedido en el hoyo 10, donde McIlroy volvió a ponerse el traje de explorador tras fallar por mucho su segundo golpe. Otro doble bogey. Después de cometer otro bogey en el 11 (el hoyo más difícil), Rory parecía estar sereno, con su sonrisa juvenil y sus andares despreocupados.

Y entonces llegó el hoyo 13 y aquí es donde la fortuna, si alguna vez le mostró la cara en todo el día, le dio totalmente la espalda y se marchó en busca de algún otro ser menos desdichado. En su segundo golpe de este precioso par cinco la bola de McIlroy golpeó en un aspersor y se fue hasta un jardín de azaleas 15 metros por detrás del green. Bastante tuvo el chico con salvar el bogey.

En los últimos cinco hoyos, ya con la fortuna llevando de la mano a Jordan Spieth, Rory tuvo que lidiar con la presión. Pero no la presión de ganar un grande, también conocida, sino la de pasar el corte en uno de estos torneos. Los golpes seguían siendo buenos, las oportunidades de birdie seguían cayendo, pero la bola simplemente no quería entrar. Tres veces se acercó al hoyo para birdie, tres veces lo limó, como en un acto de rebeldía de las cazoletas hacia el otrora mejor jugador del mundo.

Y Rory seguía haciendo bueno el refrán de “a mal tiempo, buena cara”, y todo, pese a que en el último hoyo la bola volvió a levantarse en armas y decidió no hacer lo que todas sus homólogas habían hecho durante todo el día en su misma situación. Debió pensar que, puestos a tratar mal a este chico que nos golpea, lo maltratamos hasta el final, y decidió quedarse colgando de una cuesta que la hubiese llevado irremediablemente a centímetros del hoyo. Lamentablemente para ella, Rory McIlroy aguantó los nervios y embocó su putt para par que le permitirá salir hoy en el primer partido del día. Veremos si la fortuna también decide madrugar.

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