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Cómo nacieron los campos de golf

Enrique Soto | 18 de noviembre de 2014

Todos sabemos, con más o menos detalles, cómo nació el golf: en un país donde llueve a menudo y en varios terrenos cercanos al mar surgieron los primeros links. Los principios de toda historia, como suele suceder, no tienen por qué tener mucho en común con su evolución posterior; el qué hacen sus protagonistas con los elementos que manejan. Aquel deporte llamado “de pastores” vio, al igual que en el tenis, como hombres más adinerados tomaron el control. A finales del siglo pasado y comienzos del que vivimos se construyeron urbanizaciones hoy abandonadas, campos sin jugadores, un deporte que muchos medios critican por el simple hecho de existir.

Eso ha sido un resumen rápido e injusto de la historia del golf durante los últimos tres siglos. Ahora, si me permiten, va la síntesis de mi historia personal. Verán, yo comencé a jugar en el Campo de Golf de Aranjuez, en Madrid. Se trataba de un recorrido rural que mantenían sus propios socios, sin un sistema de riego más allá de la propia lluvia que caía en la zona o lo que dejaban las heladas en invierno. Lo voy a poner más fácil aún: no había dinero para más. Un grupo de amigos lo fundó, consiguieron un profesional que enseñaba a los jugadores que acudíamos y, en esas circunstancias, no podían cobrar una gran cantidad de dinero por cada green fee. En definitiva, como si un señor se atreve a montar su propia empresa en la actualidad. Empezaron de cero.

Pero verán: aparte de que yo era un niño y no entendía mucho si debía o no haber hierba en un campo de golf, si los greenes debían estar cortados a determinada altura o incluso si todavía jugaba con los palos que se acababa de comprar mi madre, me lo pasaba genial. Y no lo digo por cumplir. Recuerdo días de diciembre, abrigado hasta las cejas, esperando un bocadillo de panceta recién salido de una barbacoa improvisada, nada más terminar de pegar a un cubo de bolas. No había mucho por lo que cobrar en aquel campo, pero esos bocadillos eran oro de muchos quilates.

Hoy, por casualidad, me metí en la web del Campo de Golf de Aranjuez y vi lo que me había comentado uno de sus socios hace un par de meses: ya tenían hierba. Se podían distinguir bunkers en su recorrido, los greenes se advertían a simple vista, habían plantado árboles… Hace mucho tiempo que no me paso por allí, pero el campo de golf donde yo empecé a tirar bolas ya no existe: ahora es mejor, ha cambiado al mismo ritmo que sus circunstancias, se ha invertido el mismo dinero que generaba en convertirlo en un recorrido de nueve hoyos homologado. En definitiva, y en palabras que hemos escuchado hasta la saciedad durante esta crisis económica: el club ha crecido al nivel de sus posibilidades.

Hace un par de semanas, y a muchos kilómetros de distancia, viví las mismas sensaciones en Luarca, Asturias. Visiten su página web si quieren conocer su historia, aunque yo se la resumo rápidamente: un grupo de amigos y aficionados al golf se reúnen en un bar del pueblo con el fin de tener un campo donde practicar su deporte favorito. Lucharon contra trámites burocráticos, terrenos fangosos, repoblaciones forestales y cualquier otra limitación a la que se enfrenta alguien que quiere crear algo de la nada, es decir: todas. A día de hoy, tienen un campo de nueve hoyos desde el que se puede contemplar esto.

El mar desde el Campo de Golf de Luarca

No vayan allí pensando que se van a encontrar un campo en perfectas condiciones, que su diseño es el más renombrado de la zona o que el restaurante de su pequeña casa club tiene los platos más refinados de Asturias. Pero al igual que hacíamos unos cuantos en Aranjuez, pueden pasarse cualquier día que les apetezca, haga sol o llueva, jugarse unos hoyos, disfrutar de estar al aire libre, gastarse menos de veinte euros en un green fee, tomarse una cerveza o una botella de sidra y marcharse a casa como después de jugar en cualquier otro recorrido.

Dentro de unos años puede que ese mismo campo haya vivido lo mismo que el de Madrid, aunque en Luarca no tengan problemas de hierba. ¿Y saben qué? No tienen grandes urbanizaciones al lado, no hay enormes recursos económicos que los sostengan. Pero si me hacen apostar por si sobrevivirán dentro de cincuenta años, mi respuesta es sí. Van sumando poco a poco, como las hormigas, y son sus socios sus mayores entusiastas. Así comenzó en Escocia y así, en distintos puntos de España, también siguen naciendo.

3 comentarios a “Cómo nacieron los campos de golf”

  1. El 19 de noviembre de 2014 Cómo nacieron los campos de golf, por Enrique Soto | golfindustria.es ha dicho:

    […] Lee aquí el artículo completo 2014-11-19 Alejandro Nagy […]

  2. El 1 de diciembre de 2014 ferranllanetes ha dicho:

    Gran artículo. Muchas veces queremos pensar que necesitamos demasiado para jugar al golf: precios altos, ambiento exclusivo, medidores de distancias eléctricos, relojes gps…cuando lo único que se necesita es un campo, unos palos y unos amigos.

    ¡Larga vida para estos dos campos!

  3. El 16 de enero de 2015 Esther ha dicho:

    Me gusta mucho tu artículo. Puedo confirmar todo lo referente al Campo de Golf de Luarca, ubicado en un enclave privilegiado, y en un entorno , Luarca, dónde se pueden degustar los platos típicos de la zona.
    Os animo a que disfrutéis de todo ello.

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