Sabemos cómo es Phil Mickelson. Un jugador capaz de ganar cuatro grandes, cuarenta victorias en el PGA Tour y llevar a cabo golpes que no se le pasarían por la cabeza a cualquiera de sus compañeros en el circuito. Y eso es probablemente lo que mejor le defina. Porque cuando el resto optan por buscar la calle entre los árboles, él ve un pequeño hueco entre unas ramas o coge un palo de su bolsa que no fue diseñado para el golpe que él ha pensado, que él ha imaginado. Mickelson es capaz de inventar y no entiende el golf del mismo modo que la implacable lógica. Es la realidad vista con otros con ojos.
Hay una razón particular para la existencia de este don: Phil falla calles y greenes con asiduidad. Incluso en sus mejores días en el campo podemos ver cómo coge un 64 grados para enviar su bola al aire huyendo de los problemas, como buscando soluciones en el cielo que no se pueden encontrar a ras de hierba. Este motivo, que se repite casi cada semana, hace que sus vueltas de golf sean algo distinto a la ciencia del impacto a la que tiende el golf, donde pegar a la bola incluye ángulos determinados y biomecánica avanzada. Por eso ver a Mickelson ganar un torneo no es igual que ver a cualquier otro jugador haciéndolo. En el camino ha podido dejar un hook de 40 metros, un misil que volaba a la altura del público o, como en el último Masters, un golpe en unos arbustos que apenas movió su bola de la maleza. Es tan fiel a sí mismo que asusta.
En la primera jornada del Waste Management Phoenix Open arrancó con cuatro birdies consecutivos desde el hoyo 10, se tomó un respiro en el 14 y, en el 15, un par 5 totalmente asequible para las 300 yardas que ha promediado de salida, cometió un par. Y escribo “cometió” porque lo que vino después fue lo más parecido a un jugador arrasando un campo de golf, cual ciclón desatado. Otros cuatro birdies consecutivos le situaban con menos ocho en 10 hoyos disputados y, tras otro descanso en el dos, encadenó un par de ellos que le situaba con menos diez en el tee del 5. Era el Mickelson de las grandes citas, sonriendo al público, regalando bolas a los niños y convirtiendo una ronda de un deporte serio en un anuncio de las navidades más felices de la historia. Dos birdies más y llegaría a los 59 impactos, convirtiéndose en el sexto jugador en conseguirlo en un torneo del PGA Tour.
Un nuevo birdie en el 7 le dejó a uno solo de la hazaña. Allí estaba él, un jugador provocando que las treinta mil personas que se agolpan cada año en el hoyo 16 abandonaran sus asientos y corrieran a donde estaba sucediendo algo distinto, algo que solo parece capaz de mostrar Phil cada cierto tiempo. Afrontó un nuevo intento en el 8. Consultó la caída con Bones, dio un par de vueltas alrededor del hoyo y… se quedó corto. Parecía que había perdido la oportunidad de sentenciar un grande. El público se echaba las manos a la cabeza y él sonreía, como diciéndose: “¡Anda, se me ha olvidado la fuerza!” Si había algún alma en el TPC de Scottsdale que no estuviera viéndole, acudió desesperadamente al hoyo 9, donde un putt de seis metros separaba una gran vuelta de golf de una histórica.
Es en este punto donde los 60 golpes de Mickelson se convirtieron en algo incluso más memorable que un 59. Porque en efecto, la bola no entró, pero en este caso no se trató del resultado sino del cómo no lo hizo. Phil tiró un putt perfecto, con la fuerza justa, la velocidad adecuada y una línea que parecía romper el agujero en dos mitades, pero su bola se deslizó ligeramente a la derecha e hizo una corbata completa que la dejó muriendo al borde del hoyo. Abrió la boca sin poder creerlo mientras Bones cayó de rodillas al suelo, como recibiendo todo el peso de la realidad tras 18 hoyos caminando. No había sido la vuelta impacable que hizo Annika Sorenstam en 2001 ni la que llevó a cabo Stuart Appleby para ganar el Greenbrier Classic en 2010. Era el 59 de Mickelson, aunque aquel putt no entrara, y nos recuerda que en el golf, a veces, hay elementos que escapan al control del más talentoso de los jugadores. Y que a veces, solo a veces, un error puede proporcionar más espectáculo que una victoria.
Deja un comentario