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Tres días en Tenerife (y III)

Enrique Soto | 28 de mayo de 2012

Golf del Sur y sus característicos bunkers de arena volcánica

(Viene de la primera y segunda partes)

En ocasiones ocurre que el cansancio se apodera del cuerpo hasta tal punto que, contradictoriamente, dejas de estar cansado. A mí me ocurrió el último día de mi estancia en la isla. Por alguna razón mis músculos se adaptaron a las tres únicas cosas que había hecho en Tenerife: comer, jugar al golf y no dormir; amanecí dispuesto a romper el campo en nuestro último y esperado destino, Golf del Sur, con las ganas del que sabe que las buenas experiencias tienen un fin, y el de ésta estaba cerca.

Lo único que conocía del recorrido era, por lo que me habían dicho, que los bunkers tenían una arena negra. Mi cabeza no paraba de darle vueltas al asunto: ¿Sería más dura que la arena común? ¿Más blanda? ¿De verdad aquello podía ser arena volcánica? Al final nos plantamos en el tee del uno y comprobé que sí, que la bola incluso botaba libremente dentro de aquellas trampas pero que, para el disgusto de muchos, seguía entrañando la misma dificultad dejarla cerca del hoyo.

Hay tres recorridos en el complejo de 27 hoyos: Links, Norte y Sur. El diseño lleva dos firmas de gran prestigio: Pepe Gancedo y Manuel Piñero, por lo que no esperábamos que nuestra última vuelta en Tenerife fuera precisamente fácil. Lo primero que uno entiende desde el primer golpe es que la orografía del terreno es un factor fundamental, sobre todo cuando pegas un drive al medio de la calle y terminas en el agua (como fue mi caso). Así que, frustraciones aparte, en Golf del Sur no basta con enviar tu bola a la hierba segada al ras, necesitas jugar con las ondulaciones del campo y pegar golpes con la bola más alta o baja que los pies.

Si en Buenavista o en Abama habíamos podido disfrutar de vistas de un carácter paradisíaco, dignas del Edén o de la portada de una revista de viajes, en esta ocasión pudimos comprobar a través del recorrido que Tenerife no es sólo océano y panorámicas excelsas. Si bien es cierto que el Atlántico acompaña buena parte del recorrido, en algunos hoyos pudimos ver parajes dignos de un desierto de Arizona, tan llanos como quemados por el sol. Algunos preferirán la versión idílica pero a mí aquello me llamo la atención poderosamente. Muchas de las imágenes que guardo de la isla fueron de varios hoyos a través de aquella nada alrededor del golf, que por cierto, me atrapó en aquel campo.

Hoyo 4 del Campo Norte de Golf del Sur

Siguiendo la línea de los que habíamos jugado aquel fin de semana, Golf del Sur es de los recorridos que te exigen estar lúcido a la hora de elegir el palo correcto. No se trata de que las distancias pudieran estar mejor o peor marcadas sino de encontrar la mejor estrategia para cada hoyo. Ya se puede estar pegando a la bola en el centro de la cara del palo una y otra vez, aquí hay golpes que se juegan con la cabeza y eso, me temo, solo se puede entrenar a base de fallos. Hay momentos en que pegar un hierro desde el tee en un par 4 parece una buena idea y otros en los que encuentras que hubiera sido mejor saltarse toda aquella serie de trampas hasta el green. Aquellos bunkers negros salpicaban el campo y se mostraban ante nosotros amenazantes pero, si bien lo eran cuando nos acercábamos a bandera, no lo eran tanto desde la distancia. Son duros pero nobles.

Las caras después de jugar 18 hoyos en un día especialmente caluroso para una isla “en eterna primavera” eran para enmarcar. Como expliqué en las dos entregas anteriores, Jorge Bultó me planteó la cuestión de si podría vivir en una isla y, una vez llegamos a Madrid, entendí que en mi caso no sería demasiado difícil. Todos vivimos en una en nuestros respectivos puntos del mapa: visitamos los mismos lugares frecuentes y, aunque no lo creamos en ocasiones, dibujamos círculos constantes alrededor de nuestros sitios preferidos y nuestro hogar. La necesidad de escapar, sin embargo, es algo distinto.

En ocasiones un viaje comienza antes de que partamos hacia nuestro destino en forma de preparación de equipajes, sitios a visitar, información turística… En otras, sobre todo aquellas que han merecido la pena, el viaje prosigue mucho después de que haya cesado el desplazamiento en el tiempo y en el espacio. Basta con ver a cualquiera a nuestro alrededor imaginando, con los ojos semicerrados, que se encuentran a muchos kilómetros de distancia. En mi caso Tenerife supuso una de éstas últimas y a veces, en silencio, me traslado allí para darme una vuelta.

Este viaje fue el primer Blogolftrip y estuvo patrocinado por Turismo de Tenerife.

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