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Zona Pro

Rory sigue siendo el mismo

Enrique Soto | 03 de marzo de 2014

Un día para olvidar. No creo que haya una forma más exacta de definir la última jornada del Honda Classic para Rory McIlroy, líder indiscutible del torneo, embestido otra vez con un juego largo que gana golpes con la facilidad con la que desgira sus caderas antes de impactar con la bola. “No jugué lo suficiente bien”, dijo él. “Ha sido muy decepcionante. Era una oportunidad perfecta para ganar. No había nadie que fuera a alcanzarme”. Una última tarjeta de 74 impactos fue la causante de la debacle del que fuera número uno. Parecía imposible a finales de 2012 pero, ¿realmente ha cambiado tanto?

Ahora le recordamos como un jugador invencible, de esos que nunca parecían capaces de fallar en los momentos más importantes. En aquella racha mágica, McIlroy ganó el PGA Championship, el Deutsche Bank y el BMW entre el 12 de agosto y el 9 de septiembre. Apenas un mes de un dominio tiránico. A finales de noviembre, sumó a esa lista de logros el DP World Tour Championship. El número uno se había presentado en sociedad de un modo algo parecido al de Tiger en aquel Masters del 97. Más potencia, más precisión, más efectividad, más contundencia. Realmente, durante aquel tramo de su carrera, nadie hubiera sido capaz de vencerle. Nadie.

De algún modo, esa versión de Rory se parecía a la de Woods. Pegaba a la bola muy fuerte, se sacaba de la manga esos hierros largos que volaban tan alto como para quedarse muertos en el green, se mostraba muy preciso recuperando y, mientras su putt no eran tan demoledor, sí que podía llegar a tener días impresionantes. Pero mientras que en muchos sentidos guardaban ciertas similitudes, en otros eran completamente opuestos.

El domingo que ganó el Deustche Bank Championship, Rory remontó una desventaja que guardaba frente al líder, Louis Oosthuizen, para terminar imponiéndose por un impacto. Pero mientras que su última vuelta pareció una demostración de superioridad, con el tiempo hemos olvidado algunos detalles: en esa remontada perfecta, McIlroy pegó pesado un drive que avanzó solo 170 yardas (155 metros), estuvo a punto de hacer un shank en un approach, salvó un bogey en el diecisiete y mandó un drive descomunal a un rough diabólico en el dieciocho. ¡Y aún así ganó! Rory siempre ha sido capaz de pegar golpes impresionantes y fallar inmediatamente después, meter putts kilómetricos y enviar un chip por encima del green, cayéndose y levantándose, abrazando la imprevisibilidad del golf en vez de intentar controlarla.

Tiger nunca hizo algo parecido. Él era más como Nicklaus o como Hogan; nunca pegaban el golpe incorrecto o, como dijo el último, “fallaban mejor” que el resto. Rory es más como Palmer, Seve, Mickelson o Watson durante la primera etapa de su carrera; aceptaban los malos golpes, a pesar de ser en ocasiones horribles, y encontraban una forma de hacer el par o salvar un bogey. Son dos formas completamente distintas de hacer lo mismo y puede que cada uno de nosotros tengamos una preferida, pero dan resultado.

Los cinco bogeys de Rory en la última jornada del Honda son un capítulo más en esta historia de altos y bajos. En el dieciséis pegó un golpe tan mal que su bola finalizó en el agua en forma de doble bogey. En el dieciocho envió una madera tan alta buscando el green que debió de taladrar variar nubes antes de aterrizar como si la hubiera pegado con un lob wedge. Subir y bajar, caer y levantarse. Sucedió en sus mejores días como profesional. Sucedió ayer en Florida.

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