Durante los próximos días, en las retransmisiones, pero también en las crónicas de prensa, leeremos algunas frases que, a modo de cliché, aliñarán de algún modo todo lo que rodea a la Ryder Cup. Ahora bien, sin querer desmerecer el cínico talento de Goebbels, les invito a negarse a aceptar aquello de que una mentira cien veces repetida se convierte en verdad. Acompáñenme si lo desean y analicemos la veracidad de estos lugares comunes que no por manidos deben ser asumidos sin más.
La veteranía es un grado. Mucho se ha dicho y escrito sobre la importancia de la veteranía en una competición como la Ryder en la que los niveles de estrés son muy altos. Sin embargo, al calor de experiencias recientes como la de Keegan Bradley en Medinah, Hunter Mahan en Valhalla o, más lejos en el tiempo, la del propio Sergio García en Brookline, esta afirmación parece haberse quedado obsoleta. A pesar de ello, en un ejercicio de prudencia calificaré este aforismo como de ficción a medias porque cualquier antiguo jugador de la Ryder defenderá delante de un micrófono, y también entre bambalinas, la importancia que tienen los veteranos tanto con su presencia en el campo como por su ascendiente dentro del vestuario. Los mismos datos corroboran lo movedizo del terreno sobre el que nos movemos cuando apuntan récords de 72-84-27 y 54-58-30 (victorias-derrotas-empates) por parte de los novatos estadounidenses y europeos respectivamente desde la edición de 1985, año del primer triunfo europeo desde que participan los jugadores de todo el continente. Sea como fuere, apuesten, al menos figuradamente, por una buena actuación de alguno de los rookies durante este fin de semana. Mi nombre para que esto suceda, Jordan Spieth.
Como en casa en ningún sitio. Realidad. Los estadounidenses no conocen lo que es ganar en Europa desde la edición de 1993 y los europeos sólo han sucumbido desde entonces en las dos emboscadas diseñadas a conciencia por los norteamericanos en Massachussets (1999) y Kentucky (2008), los únicos bastiones que en las dos últimas décadas y, a pesar del asedio, han resistido el envite. Desempeñan su papel la preparación de los campos y el factor meteorológico, pero si tuviera que decantarme por un elemento nuclear en esta evidente ventaja estadística para el equipo local me inclinaría por el ambiente, por el aliento que otorga el público doméstico y el fervor con el que defienden a sus jugadores.
Los europeos son mejores en el foursome y los estadounidenses en el fourball. Ficción. Esta afirmación ha resistido al paso del tiempo dotada de la misma legitimidad con la que los argentinos defendían que, efectivamente, la mano con la que se marca el primer gol de la semifinal del Mundial de fútbol de 1986 contra Inglaterra fue la de Dios y no la de Maradona. En realidad, desde 1985 los europeos dominan en ambas modalidades, pero curiosamente lo hacen por mayor margen en la modalidad de mejor bola (65,5-46,5 y sólo 58,5-53,5 en golpes alternos). Esto tiene su lógica y hace bueno el argumento de la mayor camaradería y la mejor actitud para afrontar una labor colectiva pues, al fin y al cabo, existe mucha mayor colaboración y estrategia en el fourball donde es posible elegir quién sale primero, quién arriesga y quién es prudente y quién hace uso del turno de juego, mientras que con una sola bola ambos jugadores terminan mimetizándose en un único hombre que tiene como objetivo hacer muchos pares fallando pocos golpes.
Europa tiene que llegar al domingo con ventaja porque los americanos son mejores en los individuales. Ficción. Esta sentencia hace referencia a tiempos pretéritos cuando el equipo europeo alineaba unas cuantas estrellas junto a un puñado de secundarios incapaces de competir en los grandes torneos del calendario mundial. Ahora, con tres de los cinco primeros jugadores del ranking mundial jugando con la azul y amarilla en el pecho, decir que existe una ventaja jugador a jugador, quilate a quilate, no tiene sentido. Lo cierto es que el domingo se disputarán doce partidos en los que cualquiera de los jugadores partirá con opciones de victoria.
A los europeos les interesa que las condiciones meteorológicas sean extremas. Realidad a medias. De nuevo la globalización, el aplanamiento que ha sufrido el mundo del golf con jugadores con calendarios cada vez más itinerantes, hace difícil sostener esta afirmación. Aun así, por aquello de no erigirme en una especie de aguafiestas que pone en cuestión las máximas de las que han vivido durante años muchos los gurús del golf, diré que sigue existiendo una cierta ventaja para Europa si la meteorología, tal y como parece, se presenta a la escocesa, es decir, plagada de grises nubes empujadas por el viento. Y es que mientras el PGA Tour viaja de sede en sede buscando sol y buenas temperaturas, en Europa es mucho más habitual acabar encontrando el refugio de un chubasquero y un paraguas.
La Ryder es uno de los mayores acontecimientos deportivos a nivel mundial. Realidad. Con un número aproximado de quinientos millones de televidentes cada día, doscientos cincuenta mil asistentes a lo largo de la semana, más de siete mil voluntarios, y con un cálculo estimado de beneficio de más de cien millones de libras en el ámbito local, este evento bienal se sitúa entre los de mayor impacto a escala global y nacional. Ante estas cifras mareantes asoma el riesgo de que lo deportivo, la verdadera esencia de este encuentro transocéanico, quede en un segundo plano en algo que ya estamos comprobando, desgraciadamente, con las últimas elecciones de sede y campo. Poderoso caballero.
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