Prosigue el relato de Javier Pinedo sobre sus vivencias en el primer Masters que cubrió in situ, el de 1989. Dejábamos a Javier disfrutando de una deliciosa sobremesa con José Mari Olazábal y los acompañantes de Seve y del jugador de Hondarribia…
Aquel primer día en Augusta en el Masters de 1989 todavía me tenía que reservar una sorpresa de talla que fue una lección perfecta para comprender exactamente que esta gente juega al golf y que efectivamente lo que yo hacía y sigo haciendo no es otra cosa que pasear mis palos. Durante aquella deliciosa comida y una sobremesa impagable, como les contaba ayer, les expuse no solo mis desventuras de la sala de prensa, sino también la impactante imagen que me había causado el campo. De entrada, esa inmensa explanada que ocupa una espacio gigantesco entre los hoyos 8, 9 y 18 con un césped tan bien cuidado que no le haría ascos ningún greenkeeper de muchos campos españoles de aquel entonces para sus greenes. Y allí solo servía para el paso del público.
Les comenté igualmente que había tenido la oportunidad de probar el famoso sándwich de huevo, un manjar de dioses, pero sobre todo lo mucho que me impresionaba el lugar. Un sitio inigualable por mucho que alguien se propusiera imitarlo. Es más, recuerdo perfectamente haberle comentado a Sergio Gómez: «Cuando se termine la semana haré bien en olvidarme que esto existe, pues las comparaciones son odiosas y esto no se puede comparar con nada».
Así, tras una larga sobremesa a la que la verdad ninguno de nosotros quería poner fin, José Mari aun haciéndose el remolón se encaminó al campo de prácticas. Ya era tarde y por eso desde la grada Maite, Sergio y yo fuimos viendo como el público y los demás jugadores se marchaban hasta que llegó un momento que solo quedábamos allí los cuatro españolitos. Para entonces nos habíamos bajado con Sergio de las gradas para observar más de cerca a Txema dar bolas, a cada cual mejor, y así hubiese seguido de no ser porque de repente apareció una troupe de japoneses que venían muy decididos hacia donde nos encontrábamos. Sergio los reconoció enseguida y por ello interrumpió a José Mari para recordarle quiénes eran aquellos japoneses. «¿Te acuerdas que durante el Visa Taheiyo [torneo que Olazábal había jugado el mes de noviembre anterior] se nos acercó un artesano y que este te prometió un driver de los que a ti te gustan? Pues han venido a traértelo».
Conviene recordar que estamos en 1989 y que por aquel entonces todavía solo había palos de madera, y que José María Olazábal tenía una gran pasión que no era otra que coleccionar drivers de madera de la marca McGregor. Pero regresemos al campo de prácticas del Augusta National para ver como se acerca al jugador, con mucho ceremonial, un venerable ancianito nipón y le entrega un paquete que contiene ese palo que José María andaba esperando. Casi con el mismo ceremonial que lo ha recibido, Txema lo desenvuelve y al verlo pega un grito de exclamación como Frodo ante el anillo. «¡¡¡Qué maravilla!!!» Sus ojos brillaban con mayor intensidad que los de un niño la mañana de Reyes ante los regalos, pero en menos de lo que se tarda en decirlo se abatieron sobre todos nosotros unos nubarrones que anunciaban la tormenta perfecta.
Fue poner el palo en el suelo para estudiarlo mejor cuando rasgó el silencio y la paz de aquel templo sagrado que es el campo de prácticas del Augusta National un exabrupto que sólo un español puede soltar. «Me cago en…» Y la sonrisa que había invadido el rostro del artesano japonés se torno en un rictus indescriptible que parecía anticiparle lo que iba a venir.
«¿Pero qué pasa?», inquirió bastante preocupado Sergio Gómez a su amigo.
«El pu… palo éste, el mejor palo que he tenido nunca en mis manos y resulta que no lo puedo utilizar, que no me sirve para nada», le contesto un José Mari fuera de sí.
Mis ojos iban de la cara de Olazábal que reflejaba la frustración del niño que ve como ese juguete tan anhelado no funciona y que su día de Reyes se ha ido al traste, a las de unos japoneses que empezaban a no saber dónde meterse. No entendían español pero tampoco hacía mucha falta para comprender que algo no iba bien.
«Pregúntales que medidas les había dado yo, porqué este driver tiene dos milímetros menos de los que yo dije», dijo José María Olazábal, que empezaba a recuperar la compostura. Y ante mi atónita mirada, Sergio confirmó con los nipones que, efectivamente, los dos milímetros de los que hablaba Txema habían desaparecido y que por lo tanto aquel palo, «el mejor que jamás he tenido», me dijo él, era declarado inapto para el servicio.
El pobre artesano no sabía dónde meterse y, aunque a nadie parecía importarle ese extremo, a mí me empezaron a venir todos los tópicos que tenemos de la cultura japonesa y le veía volviendo al hotel para hacerse el harakiri, pues solo así podría lavar la afrenta a la que por su torpeza, o por esos dos milímetros fatídicos, se había visto condenado.
Ya no hubo lugar a más. Los japoneses volvieron por donde habían llegado y allí nos quedamos los tres, con la incorporación de Maite, para terminar las bolas que aún le quedaban por dar. Pero evidentemente ya no había ninguna gana de nada y sí de irse, a lo que favoreció que ya casi era de noche. José Mari recogió los bártulos y se marcharon y yo me dirigí a mi motel con una nueva lección aprendida. Ellos juegan al golf y son verdaderos profesionales, mientras que lo mío no se parece en nada, aunque me divierto horrores y sigo haciéndolo. Pero lo que más me molesta de todo esto es no saber cuál fue el destino del anciano artesano ya que, lo habrán supuesto, Txema ya nunca más quiso saber nada de aquellos japoneses.
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La primera impresión no siempre es buena
Javier Pinedo es la voz del golf en nuestro país. Este periodista especializado atesora un currículum inigualable y lleva en el «zurrón» innumerables majors, Ryder Cups y competiciones de primer nivel. Gracias a su experiencia y conocimientos, se ha convertido en una referencia ineludible tanto en las retransmisiones televisivas de Canal+ Golf como en su columna mensual en la revista Golf Digest. Esta semana Javier Pinedo nos acompañará con una serie de artículos acerca de sus recuerdos y vivencias asociados al Masters de Augusta.
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