Nos referimos a él con cotidianidad, pero en muy pocas ocasiones tenemos una idea clara de lo que supone el talento en el golf. Puede verse reflejado en una maravillosa capacidad para meter putts, como la que tenía Ben Crenshaw o la que todavía posee Luke Donald; una maravillosa imaginación como la de Severiano Ballesteros o Phil Mickelson; la férrea creencia de Tiger Woods en que se trata del mejor jugador de la historia… Pero dejando a un lado todas las situaciones particulares en las que puede surgir, quizá la definición más precisa la pronunciara Alberto Binaghi, entrenador de Matteo Manassero. “Todo se trata de la capacidad para hacer pocos golpes”.
Y ya está. Así de simple y complejo a la vez. Un hombre que ha enseñado a un joven que no cuenta con una potencia desmedida desde el tee, sabedor de cuáles son sus puntos fuertes y cuáles los débiles, es plenamente consciente de que tiene bajo su influjo a un diamante en bruto, ganador en cada temporada desde que se hiciera profesional con dieciséis años. Una situación muy similar, aunque más desconocida, es la del australiano Cameron McCormick. En una entrevista concedida a Gary Van Sickie, cuenta cómo conoció un día a un chico de doce años llamado Jordan Spieth.
“Recibí una llamada de un hombre llamado Shawn Spieth”, declaró. “Su hijo, Jordan, no había tenido un instructor formal y no había dado clases más allá de varios consejos de un profesional local, así como algunas clases colectivas. Nos conocimos en julio de 2005 y Jordan me dijo que haría 62 golpes en un torneo. Pensé, guau, tiene la habilidad pero su estilo es interesante. Tenía solo un plano en el swing, con tendencia a pegar golpes de derecha a izquierda. Lo llevé a los tees negros de Brook Hollow”.
Fue allí cuando McCormick presenció la demostración más innata de su talento. “Jugamos seis o siete hoyos. A parte de eso, puse tres bolas alrededor de los greenes y le dije: ‘Voy a poner algo de presión a tu juego corto’. Es una forma de probar la habilidad. ‘El par en estos hoyos es dos. Si consigues 21 golpes, es tres sobre par, y te compraré una gorra’. Llegamos al último hoyo e iba más cuatro. Está delante de la octava bola teniendo que meter una y hacer el par en las otras dos. Puse la primera bola en un punto de dificultad media y va y la mete. Estaba tres sobre par. Puse la siguiente en una posición algo más complicada porque sabía que tenía la gorra muy cerca. La dejó a treinta centímetros. Estoy contra las cuerdas y necesito hacerlo difícil, por lo que le dejo la última bola con un globo por delante, cuesta abajo, hacia un green que también está cuesta abajo. La metió de nuevo y terminó con más dos. Ese fue el segundo momento de ‘¿estás de broma?’. El primero fue cuando descubrí que hizo 62 golpes con 12 años”.
Ese mismo chico, con dieciséis años, debutó como amateur en el PGA Tour en el Byron Nelson Championship y finalizó decimosexto. “No estaba listo psicológica y emocionalmente para ganar, pero sí en la actitud adecuada para competir”, añadió McCormick. Poco después, con diecinueve y tras haber abandonado la universidad, finalizó segundo en el Puerto Rico Open, su tercera prueba como profesional en el circuito. Séptimo en el Tampa Bay, noveno en el RBC Heritage, séptimo de nuevo en el Crown Plaza Invitational, sexto en el AT&T National… El talento estaba encontrando su forma de presentarse.
El catorce de julio, en el John Deere Classic, embocó un golpe desde el bunker del hoyo 18 como los que había metido ante la atenta mirada de Cameron siete años atrás. Se metió en un playoff de desempate de cinco hoyos frente a David Hearn y Zach Johnson, el campeón defensor. Su primer triunfo en el circuito más competitivo del mundo. Tuvo tiempo todavía, hace unas semanas, de finalizar segundo en el Wyndham Championship y el Tour Championship. “Juega a un nivel completamente distinto del nuestro cuando teníamos diecinueve años”, comentan hoy día sus compañeros.
El talento de Jordan Spieth es el mismo que el que posee Matteo Manassero, o en el que en el pasado mostraron también Tiger Woods, Phil Mickelson o Jack Nicklaus, ganador del US Open en su primera temporada como profesional. Puede mostrarse de cientos de formas distintas pero, al final, se trata de una capacidad tan simple y variable como “hacer pocos golpes”.
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