Escocia, que hace días se dijo a sí misma que seguiría perteneciendo al Reino Unido hasta nueva orden, amaneció temprano. Más de cuatro horas antes de que Jordan Spieth diera el golpe inaugural de esta jornada de domingo el público ya llenaba las gradas haciendo frente al frío a base de lana y pasión por un deporte que alumbraron sus pastores y que se renueva y universaliza cada dos años con la disputa de la Ryder Cup.
De rojo se tiñeron las primeras horas al son victorioso de los dos novatos a los que Mr Watson entregó los galones en base a lo acontecido los dos primeros días. Spieth y Reed cubrían con su entusiasmo adolescente el vacío que debe de provocar en el estómago defender el honor colectivo de un país. Mahan hacía lo propio dominando con buenos golpes al mejor europeo hasta el domingo, Justin Rose. Sólo McIlroy era capaz de poner orden en este gallinero improvisado demostrándole al mejor de sus contemporáneos, Rickie Fowler, (cinco meses mayor que el norirlandés) que el futuro de este deporte pasa por sus manos y que sólo de su benevolencia, o de eventuales malas rachas, se podrán alimentar las generaciones venideras.
El dominio de Kaymer en su partido frente a Watson, simbolizado con un driver en el hoyo 1 que le enseñó matrícula a la bola de su oponente, contrarrestaba el que ejercía Kuchar sobre un Björn que se ha mostrado superado por una competición para la que hace muchos años, décadas incluso, parecía diseñado. Ambos partidos vinieron marcados por el inicio y en ningún momento pareció que los resultados, como finalmente aconteció, pudieran darse la vuelta.
No sucedió así en los primeros encuentros del día. Sólo Fowler claudicó de manera temprana ante Rory. No se rindió en cambio McDowell ante Spieth, al que se le empezaron a ver los colores a medida que el resultado se apretaba. El norirlandés se hacía grande a la vez que el rookie norteamericano menguaba a cada paso que daba buscando su bola en lugares a cada cual más remotos. El resultado final lo dice todo pues la remontada se culminó sin tener que echar mano, tan siquiera, a un final agónico. Primer punto para Europa. La copa más cerca.
También fue creciendo Rose a medida que avanzaba la jornada. El inglés llegó a estar cuatro abajo en una situación que, ante un fantástico jugador de match play como Hunter Mahan, no parecía nada halagüeña. Sin embargo, el Rose de los segundos nueve recordó al del sábado por la mañana y con una serie de golpes certeros igualó el encuentro hasta materializar el empate en el último hoyo al aprovechar un regalo del norteamericano.
Sólo Reed plasmó su buen inicio en un punto completo y sólo gracias a un putt corto fallado por un Henrik Stenson que, sin brillar demasiado durante la semana, hizo de la solidez su bandera. Esta derrota apenas sí hizo removerse los cimientos del edificio europeo; los tres puntos y medio ya asegurados hacían que todo quedara resumido a una cuenta atrás por cerrar la Ryder y ganarla por tercera vez consecutiva y sexta en las últimas siete ocasiones.
Fue Jamie Donaldson el que reunió, y mereció, tal honor. El galés le dio una clase de templanza y buen golf a Keegan Bradley hasta sentenciar el partido y el campeonato con un certero hierro en el hoyo 15 que bien podría servir como ejemplo paradigmático del mejor juego desplegado por los europeos durante estos tres días y que, por su precisión, fue concedido privándonos así del famoso “putt de la Ryder”, esa imagen icónica con la que se recuerdan, una a una, todas las ediciones de este encuentro transoceánico. No es grave. Cuando recordemos ésta de 2014 lo haremos rememorando el hierro de Donaldson, del “hierro de la Ryder”.
El golf siguió en la búsqueda de un resultado final que elevar a los anales de la competición. Cerca estuvo Sergio García de firmar el punto definitivo, pero más allá de lo especial que pudiera haber sido ese hecho hay que alabar el juego del castellonense en esta última jornada, especialmente a partir del hoyo 14, momento en el que encadena tres birdies y un eagle para darle la vuelta al partido frente a Furyk y seguir demostrando, y demostrándose, que ésta sigue siendo su competición fetiche.
La derrota de Westwood ante Walker y los empates de Poulter ante Simpson y de Dubuisson frente a Zach Johnson pusieron fin a una jornada de individuales que también reflejó un saldo favorable de 6,5 a 5,5 para los europeos. Al fin podía quedar descorchado el champán, al fin podía respirar de alivio y alegría el capitán europeo, Paul McGinley al que Tom Watson felicitaba nada más consumada su derrota, la de una capitanía insulsa y poco afortunada por la que, tal vez, nunca debió pasar una leyenda de su condición.
Si la edición de Medinah fue la del milagro, la de Gleneagles ha sido la de la confirmación de la primacía del golf europeo sobre el estadounidense y la del preámbulo, o al menos eso se prevé, de una brutal batalla en Minnesota.
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