El Masters tiene su tempo, sus modos y maneras; como ningún otro torneo tiene una estética definida y propia. El espectador experimentado que se acerca a ver el Masters sabe qué va a ver, pero sobre todo sabe cómo lo va a ver. Todo lo que rodea a Augusta National y a su torneo se ha ido forjando a lo largo de setenta años de una historia que sigue la línea marcada desde el inicio por el verdadero creador del Masters y de Augusta National.
Clifford Roberts nació un 6 de marzo de 1894 en Morning Sun, Iowa. Fue el segundo de una familia con cinco hijos y pasó la mayor parte de su infancia mudándose de pueblucho en pueblucho por todo el Medio Oeste americano, siguiendo las infortunadas aventuras empresariales de su padre, que les llevó las más de las veces a la bancarrota, y que solo les permitieron disfrutar de algo de bienestar económico en contadas y breves ocasiones. A todas esas dificultades hay que añadir dos circunstancias especialmente trágicas que Clifford tuvo que vivir durante sus primeros años. Con 16 años, un descuido suyo provocó un incendio que acabó con su casa y tres años después, cuando contaba con 19, su madre se suicidó de un disparo de escopeta. Su padre encontró un final similar al morir arrollado por un tren, posiblemente otro suicidio, en 1921.
Roberts abandonó el colegio con 14 años. Trabajó criando y vendiendo gallinas y perros, como dependiente, de repartidor y chico de los recados, ordeñando vacas y como caddie. Llegados los años 20 se hizo viajante de comercio, vendiendo trajes y finalmente hizo fortuna especulando con derechos de prospección petrolífera en Texas. De ese negocio obtuvo 50.000$ que le sirvieron para comprar una participación en Reynolds & Company (más tarde Dean Witter) y para entrar en el mundo de las finanzas de Wall Street, donde conoció a Bobby Jones.
Crear un club como Augusta National en plena depresión precisaba de personalidades excepcionales, como lo fue la sinergia que se creó entre Roberts y Jones. Bobby Jones aportaba nombre, prestigio y credibilidad, mientras que Roberts aportaba una fría mente de negocios y contactos en el mundo de las finanzas. Aun así, el club recién fundado nació económicamente muy débil. Era imperativo darlo a conocer para atraer socios que lo hicieran viable. La primera opción que barajaron fue postularse como sede del US Open, pero los problemas de fechas lo hicieron imposible. Tradicionalmente, el US Open se juega durante el tercer fin de semana de junio, haciendo coincidir su último día de competición con el Día del Padre en EE. UU. Tanto Jones como Roberts sabían que es imposible jugar en esas fechas en Augusta por el extremo calor, de ahí que intentaran que la USGA permitiera jugarlo en mayo u octubre. La negativa de la USGA a cambiar la tradición es lo que les lleva a plantearse organizar su propio torneo.
Desde el mismo momento en que comienza la historia del Masters, Clifford Roberts dedica su vida a explorar cualquier vía imaginable con el fin de mejorar el torneo. Para ello, distribuye a los miembros del club en distintos comités encargados de examinar el resultado en diversas parcelas de la organización y proponer cambios, innovaciones y mejoras. Así es como se empezó a dar el resultado en términos relativos al par en lugar de como golpes totales y a distinguir por colores los resultados por encima y por debajo del par, por ejemplo. Además, la distribución de marcadores por todo el campo, el uso de cuerdas de tee a green (inicialmente blancas y pronto verdes) para mantener a los espectadores alejados de los jugadores, jugar los últimos dos días por parejas en lugar de hacer grupos de tres, facilitar una hoja con los emparejamientos al público o que el torneo durara pasara de tres a cuatro días, (evitando jugar 36 hoyos el último), fueron iniciativas de Augusta National durante el Masters. Todas ellas son cosas hoy habituales en cualquier torneo, pero en su momento fueron innovaciones revolucionarias. Y por encima de todas ellas el más alto estándar que pueda exigirse que, en Augusta National, no es otro que la perfección.
El eterno deambular de Clifford Roberts durante su infancia, sin posibilidad de echar raíces ni de tener amistades, le convirtieron en un outsider, en alguien que le gusta permanecer en la periferia de los acontecimientos una vez que ha determinado cómo van a ser las cosas. De Roberts se ha dicho que era despótico, vengativo, racista, excéntrico y un perfeccionista neurótico. Sarazen dijo de él que era un hijo de puta necesario y Palmer confesó haberse quedado muerto de miedo la primera vez que lo miró a los ojos. Unos llevaron la supuesta maldad de Roberts a extremos caricaturescos, mientras que los más próximos lo veían como alguien recto, íntegro, leal y de confianza. Fuera o no cierta la imagen que se tenía de él, Roberts nunca quiso resolver el enigma porque se encontraba cómodo en ese rol y, sobre todo, porque le era útil.
Era esa misma personalidad de Roberts y su necesidad imperiosa de controlarlo todo la que condenaría la amistad y la sintonía de los dos fundadores de Augusta National.
El primer desencuentro entre Jones y Roberts surgió en 1947, cuando Jones contactó con el diseñador Robert Trent Jones Sr. para que hiciera realidad unos de sus sueños, uno que Mackenzie había rechazado: tener un hoyo que se jugara enteramente sobre el agua. Clifford Roberts no entendió el cambio, pero sus motivos no tenían nada que ver con el golf o con la necesidad de espectáculo, sino con el control de lo que sucedía en el club. Roberts no había sido consultado sobre la reforma, por tanto no podía aceptarla. Tras el diagnóstico de la enfermedad de Jones en 1948, Roberts fue cobrando mayor protagonismo en el club y Augusta National fue adquiriendo poco a poco tintes cada vez más robertsianos. Clifford Roberts usó todas sus influencias para ir sustituyendo a los antiguos socios del club, la mayoría amigos de Bobby Jones y sus hijos, por directivos y presidentes de grandes corporaciones y demás peces gordos entre los que Roberts se encontraba cómodo. Bobby Jones vio esos cambios con irónica resignación: “Todo lo que puedo decir es que has elegido a un grupo de individuos que son absolutamente solventes y que podrán pagar las cuotas”.
Roberts fue quien impulsó la reforma del campo de 1957 ejecutada por George Cobb y que afectó especialmente a los hoyos 5, 8 y 15. El resultado de los cambios introducidos en el 8 enfurecieron a Bobby Jones, que acusó a Roberts de estar arruinando el campo. Tal era su determinación y su seguridad en su mismo que fue Roberts unilateralmente el que decidió poner dos bunkers en el codo del hoyo 18 después de ver cómo en el Masters de 1966 mucho jugadores apuntaban allí desde el tee. Durante la semana del Masters era común ver a Roberts en los actos públicos del torneo o en las ruedas de prensa. Las 51 semanas restantes del año, Clifford Roberts desaparecía de la vida pública y se transformaba en una especie de fantasma, un ser invisible cuya presencia solo se dejaba adivinar por las consecuencias de sus acciones. En palabras de Byron Nelson, Augusta National era la novia de Clifford Roberts. Como tal se entregaba a ella y como tal la dominaba.
El capítulo final del desencuentro entre los dos fundadores tuvo por motivo la enfermedad de Jones y, como fondo, las cámaras de la CBS. Desde que el Masters comenzó a distinguir al ganador con la chaqueta verde, Bobby Jones asistió a todas las ceremonias de entrega. A partir del diagnóstico de la siringomielia, Jones comenzó a perder facultades físicas y en los últimos años empezó a aparecer en la ceremonia de la chaqueta verde en silla de ruedas. La imagen de un Bobby Jones impedido en una silla de ruedas, mostrando año tras año su deterioro progresivo a todo el país, no era del agrado de Clifford Roberts, no tanto por dar una imagen desagradable del club como por salvaguardar la imagen de Jones. Roberts movió sus influencias en la CBS, y consiguió, a través de Bill MacPhail, vicepresidente de CBS Sports, que Jones dejara de aparecer en la ceremonia de entrega de la chaqueta verde. Jones intentó recuperar el status previo y se enfrentó cara a cara con MacPhail, pero solo obtuvo la callada por respuesta. Probablemente Bobby Jones nunca supo que la iniciativa había salido del mismo centro del club y siempre pensó que había sido una idea de la CBS. Fuera como fuera, la ruptura entre Jones y Roberts era total, hasta el punto que cuando Bobby Jones falleció en 1971, Clifford Roberts no fue invitado a su funeral.
Los anales dicen que la madrugada del 29 de septiembre de 1977 el cielo estaba algo nuboso, que el aire era denso, fresco y que había unos 18 grados. Roberts había sufrido un infarto cerebral recientemente y se movía con dificultad. Además padecía un cáncer que había rebasado la capacidad curativa de la medicina. Después de cortarse el pelo y de consultar algunos detalles técnicos con uno los vigilantes de seguridad, llegó hasta el borde del Lago de Ike, en el campo de pares 3, y se voló los sesos con un revolver Smith & Wesson .38 Special. Su cuerpo fue encontrado poco antes de las ocho de la mañana en la mota del lago, junto con una nota manuscrita.
El club difundió la noticia en una nota de prensa tan fría como su protagonista: “Augusta National Golf Club anuncia con gran pesar que su presidente Clifford Roberts falleció durante la noche. La muerte la causó una herida autoinfligida. El Sr. Roberts estaba enfermo desde hacía meses. El funeral será privado. Se pide que no envíen flores”. Las cenizas de Clifford Roberts reposan en algún lugar de Augusta National, sobre cuya localización precisa se juró guardar secreto para evitar que se convirtiera en un santuario.
Toda la cautela y la discreción con que se trató la muerte de Roberts saltó por los aires con un estrambote grotesco. En 1988, el Jim Armstrong, gerente de Augusta National, se encontraba haciendo inventario cuando halló la pistola con la que Roberts se había suicidado. El jefe de seguridad, Charlie Young, le compró el arma por 200$, sabiendo que podría sacarle un buen beneficio. La pistola pasó a continuación a manos de Frank Christian Jr., fotógrafo oficial de Augusta, cuyo padre, también fotógrafo del club, había conocido a Roberts. Christian pagó 1.000$ por la pistola, con la respetable intención de sacar la pistola del mercado para evitar que se comerciara con ella.
Poco después entró en escena un intermediario de antigüedades de golf llamado Bob Burkett que se encontraba haciendo acopio de objetos para un grupo de inversores. Burkett consiguió convencer a Christian de que le vendiera la pistola, asegurándole que acabaría en un museo. Sin embargo, el grupo inversor dejó a Burkett en la estacada con más de 100.000$ en objetos de golf. La pistola fue del interés de otro tratante de New Jersey llamado Richard Ulrich, que logró incluir la pistola en el catálogo de una subasta a realizar en Japón, con la excusa de que no se iba a difundir en Estados Unidos. Sin embargo, el catálogo llegó a Estados Unidos y a manos de miembros de Augusta National. La consecuencia inmediata fue que tanto Christian como Young perdieron el empleo, a pesar de que había sido el propio club, de la mano de Jim Armstrong, el que había dado comienzo a la cadena. Además desde Augusta National movieron todos los resortes posibles para hacerse con la pistola, sin ningún éxito. Finalmente Burkett revendió la pistola a Christian por el mismo precio que había pagado en un inicio. Ahí se pierde la pista, aunque según palabras de Burkett, hasta donde él sabe, la pistola reposa hoy cerca de donde empezó su historia, en el fondo del Lago de Ike en el campo de pares 3.
Roberts fue presidente de Augusta National desde 1934 a 1976. Dirigió el club y el Masters con puño de hierro en guante de seda durante más de cuarenta años, a través de la Gran Depresión, de una guerra mundial y de innumerables protestas civiles. Clifford Roberts transformó la excepcional materia prima que le brindaron Alister Mackenzie y Bobby Jones para convertir Augusta National en un club perfecto y lograr que el Masters fuera considerado unánimemente un Grande con apenas treinta años de historia. Pero su impacto va aún más allá. El golf entendido como espectáculo debe todo lo que es en sus formas a Clifford Roberts. Sin sus innovaciones, lo que vemos hoy en televisión podría ser muy distinto.
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