Hasta hace unos años, uno de los temas recurrentes de conversación cuando se iniciaban una nueva temporada era si Tiger podría alcanzar los 18 Grandes de Nicklaus. Después de que una boca de incendios revelara la cara oculta de Tiger, ya no se discute si lo conseguirá, sino si será capaz de ganar alguno más. Que Tiger haya superado a Nicklaus en número de victorias en el PGA Tour y que esté a solo tres del récord de Sam Snead es algo secundario.
Solo los Grandes pueden hacer que se recuerden más a las víctimas de grandes hundimientos que a los ganadores de algunas ediciones. El aficionado recuerda perfectamente el desastre de Van de Velde en Carnoustie, el de Thomas Bjorn en Royal St George’s, el colapso de Mickelson en el último hoyo del US Open de 2006 (que fue incluso portada de Sports Illustrated en lugar del campeón), los 81 golpes de Nick Watney en Whistling Straits, los 82 de Dustin Johnson en Pebble Beach o los 43 golpes de Rory en los últimos nueve hoyos del Masters de 2011, pero puede resultar difícil acordarse de quién acabó ganador en cada una de esas ediciones (para quienes no tengan ganas de recurrir a San Google, fueron, por orden, Paul Lawrie, Ben Curtis, Geoff Ogilvy, Martin Kaymer, Graeme McDowell y Charl Schwartzel). Ese tipo de épica y esa respuesta emocional solo la proporcionan los Grandes. Bobby Jones separó en una ocasión el golf en tres niveles: existe el golf, el golf de torneo y el golf de campeonato (entiéndase aquí campeonato como sinónimo de Grande). El escritor Charles Price abundaba en ese concepto con un símil acrobático: “Jugar al golf es caminar por una cuerda floja apenas separada del suelo, un torneo es cuando la cuerda está a veinte metros de altura y un Grande, cuando se hace sin red”.
Los problemas surgen cuando se quiere definir qué es un Grande o qué hace Grande a un torneo. Nadie ha especificado nunca qué características ha de cumplir un torneo para ser considerado un Grande. A falta de tales «Certificados Internacionales de Grandeza», al nivel de Grande se llega de manera consuetudinaria; fue el propio mundo del deporte y del golf, en concreto, el que distinguió a un grupo concreto de torneos con esa categoría. A pesar de la noción general de que los Grandes son algo aparte, los hay quienes opinan que un Grande no tiene de especial más que la atención que se le presta. Aún dando por buena esta última forma de pensar, permanece la duda de qué es lo que hace que acaparen tanta atención, especialmente a lo largo de los años.
Probablemente, el primer uso del término Grande (Major en inglés) para referirse a estos torneos se le debe a Herbert Warren Wind, escritor y periodista de The New Yorker y Sports Illustrated, cuando dijo que a los jugadores había que juzgarlos por el número de Grandes que ganaran. Además de numerosos libros de golf, entre ellos Five Lessons: The Modern Fundamentals of Golf, un libro clásico de técnica escrito junto a Ben Hogan, Herbert Warren Wind dejó para la posteridad otro término icónico en el mundo del golf al ser el primero en denominar Amen Corner a los hoyos 11, 12 y 13 de Augusta National.
La afirmación de Wind es muy interesante porque abre la puerta a poder comparar jugadores muy alejados en el tiempo. Tommy Morris, Vardon, Hagen, Palmer o Nicklaus jugaron en momentos distintos, con distinto material y en campos que han evolucionado con los años, pero la dificultad relativa de cada uno de los Open Championship que jugaron se ha mantenido constante y, por tanto, el número de victorias puede usarse como método directo de comparación. Lo que Wind no definió fue cuáles y cuántos eran esos Grandes por los que se debía medir el rendimiento de un jugador.
Dos de los Grandes lo son por motivos evidentes. El Open Championship y el US Open son los torneos más antiguos, están abiertos a todos los profesionales y amateurs que demuestren un nivel mínimo y los organizan los entes rectores del golf mundial. El Grand Slam de Bobby Jones en 1930 convirtió a las versiones amateur de cada uno de esos torneos también en Grandes, instaurando la encarnación inicial de este galar´don, pero planteaba el problema de dejar sin más que dos opciones de verdadera gloria a los a los profesionales, que durante mucho tiempo fue de facto solo una.
Aún siendo el torneo más antiguo, el golf estadounidense mostró una enorme desafección por el Open Championship antes de los años sesenta. Considerando los quince o veinte años de máximo esplendor de cada uno de ellos, las participaciones de los grandes jugadores americanos de los años cuarenta y cincuenta en el Open Championship son casi anecdóticas. Los que más acudieron fueron Gene Sarazen, con nueve ediciones, y Walter Hagen, con diez. Byron Nelson solo lo jugó en dos ocasiones, Sam Snead en otras dos y Ben Hogan solo una, la que ganó en 1953. Las razones hay que buscarlas en lo difícil y oneroso que resultaba para el jugador americano desplazarse a las islas Británicas solo para jugar un torneo. Véase el caso de Sam Snead, que resultó ganador en 1946 y aun así perdió dinero en la empresa.
Durante años, el Western Open fue considerado un Grande. Es el tercer torneo en antigüedad tras el Open y el US Open, se celebra desde 1899 y en la actualidad ha ganado de nuevo importancia, tras años de languidecer metido en la temporada regular del PGA Tour, al disputarse bajo el nombre de BMW Championship como parte de los play-offs de la FedEx Cup por mor de la mercadotecnia.
El otro Grande de épocas pasadas fue el North and South Open, considerado el Masters antes del Masters. Las similitudes entre ambos torneos son muchas. Ambos se disputaban en campos irrepetibles obra de diseñadores únicos (Pinehurst 2, de Donald Ross, y Augusta National, de Alister Mackenzie), la participación era tan exclusiva que solo podía accederse por invitación y en ambos torneos a los jugadores se les consideraba casi como si fueran de la nobleza. Tanto el North and South Open como el Masters coincidieron en el tiempo, pero al final prevaleció el Masters al atraer la atención de la televisión. El North and South Open quedó malherido y finalmente desapareció cuando Richard Tufts, dueño del complejo de Pinehurst, se negó a aumentar el montante de los premios a petición de los profesionales.
Tras años de vaivenes y de acuerdos más o menos tácitos, los Grandes tal cual los conocemos hoy nacen en los años sesenta, con la llegada de Arnold Palmer y la transformación del golf en un deporte mediático global. En 1960 Palmer ganaba el Masters y, después, el US Open. Entonces declaró que viajaría a St Andrews para conseguir su propio Grand Slam, distinguiéndolo así del conseguido por Bobby Jones. De forma casi involuntaria Palmer, y con la aportación de su amigo Bob Drum, crea el concepto moderno de Grand Slam e inicia una peregrinación anual a Open Championship, que después seguiría Nicklaus, y restaura el prestigio del Open en el golf americano.
Los cuatro Grandes comparten rasgos comunes. Son retos difíciles, verdaderas pruebas de resistencia física y mental muy alejadas de los habituales festivales de birdies de los torneos regulares del circuito. Cuentan con un plantel selecto y con decenas de ganadores legendarios en su historial. Más allá de la recompensa económica (hay torneos como The Players o tres de los cuatro WGC que tienen una dotación mayor) el jugador recibe como premio un lugar en la historia. Saber controlar los nervios cuando se tiene delante el horizonte de la posteridad y no solo unos cuantos miles de dólares también forma parte de los Grandes. Aparte de esas generalidades comunes, cada Grande tiene un carácter propio que lo define, lo distingue del resto de Grandes y lo separa del resto de torneos.
El Masters es el único organizado por un club privado y el único que se celebra siempre en la misma sede, un campo creado por una pareja irrepetible, Bobby Jones y Alister Mackenzie, y gobernado con mano de hierro por el visionario que fue Clifford Roberts. Es el torneo con un plantel más escaso, habitualmente menos de cien jugadores, pero a la vez el más selecto. Al Masters solo se entra por invitación y no hay sustitutos: si un jugador falla, su puesto queda vacante. El clásico de Augusta propicia un juego espectacular y vibrante, mezcla de champán y fuegos artificiales.
El carácter del US Open es bien distinto. Se juega en un grupo de campos ya de por sí difíciles, a los que la preparación de la USGA les da una vuelta de tuerca. La USGA busca premiar la precisión desde el tee con un rough infernal y explotar la excelencia con el juego corto con unos greenes y unas posiciones de bandera inverosímiles, que convierten al campeonato en una durísima prueba de resistencia mental. El juego que se ve en un US Open es reservado y prudente, dirigido más a aceptar pequeños reveses antes que provocar grandes castigos. Con el lema de la USGA “la prueba de golf más dura” como guía, el US Open rara vez se gana con muchas bajo par.
El Open Championship representa la eterna vuelta a los orígenes que enfrenta al jugador con la propia naturaleza. Se juega siempre en un links cuya preparación y dificultad se deja siempre al albur de la naturaleza, con una mínima intervención humana. Si el tiempo es bonancible se producirán resultados propios de un torneo regular, como el -17 de Rory este año en Hoylake; si vienen mal dadas habrá un corte en +13, como en Carnoustie en 1999. De ahí que se entendiera mal y fuera duramente criticada la decisión del R&A de variar emparejamientos y horas de salida en la tercera ronda del Open de este año por el mal tiempo que se avecinaba.
El juego que exige un links es completamente distinto al que el golfista está acostumbrado a desarrollar a lo largo del año. La bola tenderá a rodar por los innumerables montículos de las calles del campo, teniéndose que aceptar cierta parte de azar en el resultado final de un golpe. En un links, el centro de la calle no es siempre la mejor opción, los bunkers son verdaderos obstáculos de los que huir y en el juego corto toman protagonismo los golpes por abajo a rodar antes que los espectaculares globos o los ataques directos a la bandera. En un links, entender y aceptar la interacción entre golpe y campo es la clave para conseguir un buen resultado.
Queda, por último, el PGA Championship, un campeonato con crisis periódicas de identidad que ha oscilado entre una versión menor del US Open y un torneo regular del PGA Tour y que ha variado de fechas hasta encontrar acomodo a principio de agosto. El PGA se disputa en campos tipo parkland situados en la mitad este de Estados Unidos (solo en diez ocasiones se ha disputado en el oeste) que en muchas ocasiones coinciden con los del US Open, aunque su preparación no suele ser tan dura. Lo que más distingue al PGA es la cantidad de profesionales ajenos habitualmente al golf de competición (profesionales de club, profesores y expertos en material) que participan y que es prácticamente imposible que un amateur lo juegue (solo podría hacerlo ganando uno de los otros tres Grandes o teniendo un puesto muy alto en el ranking mundial). El calor y la humedad propios del este americano en agosto es otra de las características distintivas del PGA, y contrasta fuertemente con el clima no pocas veces frío con el que se disputa el Open Championship apenas tres semanas antes.
Puede que el PGA sea el Grande con un carácter menos definido, pero en un inicio sí lo tuvo al ser el único que se disputaba por hoyos. Cambió a stroke play en 1958 por motivos de audiencia televisiva, de modo que el único motivo por el que puede seguir considerándose un Grande es la fuerza de la organización que hay detrás.
Dejando al Masters a un lado, todas las organizaciones importantes del golf mundial rigen un torneo considerado como Grande. Todas salvo el PGA Tour (con permiso del European Tour, otra entidad sin major), que desde su fundación en 1968 como una escisión de la PGA ha tratado por todos los medios de tener su propio Grande, hasta la fecha sin demasiado éxito. Su apuesta por The Players como quinto Grande, mirándose en el espejo del Masters, es fuerte y decidida, pero le falta la aprobación de los medios y los aficionados, que aún sitúan al torneo de Sawgrass en un lugar intermedio junto a los World Golf Championships, por encima de los torneos regulares pero un escalón por debajo de los Grandes. The Players tiene todos los mimbres para ser un Grande: un campo excepcional, la mejor dotación económica, un plantel exquisito, una envidiable lista de campeones y una gran organización detrás. Quizás le falte algo de tradición, pero menos años se llevaba disputando el Masters cuando Palmer lo elevó a la categoría de Grande.
Al final, parece que la definición de Grande es indecidible. Es una tarea que termina siempre de forma incompleta y llena de excepciones. Puede que la propia naturaleza de los Grandes los haga inaprensibles para el común de los mortales y sea necesario jugarlos, o mejor aún, ganarlos, para llegar a comprenderlos. Es lo que pensaba Nicklaus: “Para la mayoría los Grandes están más allá de su comprensión porque significan demasiado”.
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